Vanguardia

Los misterios de la Semana Santa

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Hace ocho días escribí: “la incertidum­bre es un cimiento de la democracia”. El contexto de esa frase se refería al futuro político, o sea ¿quién será el candidato que elijan los mexicanos en julio? Algo totalmente incierto al día de hoy, sujeto a las probabilid­ades que se presentan tan variables como una pluma en medio del viento.

La incertidum­bre no es un misterio, es un problema cuya solución se conseguirá algún día con el transcurri­r del tiempo y los afanes cotidianos. El misterio, en cambio, no implica una solución ni se clarifica con el tiempo ni con el trabajo. Así ha sido y será el misterio que vamos a conmemorar los cristianos de todo el mundo. En la próxima Semana Santa aparecerán de nuevo los eventos visibles y aparenteme­nte comprensib­les de: cenar, lavar los pies, arrestar, juzgar, azotar, coronar con espinas, condenar al inocente, cargar una cruz de criminal, crucificar a Jesucristo quien muere totalmente desangrado. Esa es la crónica del problema del Nazareno que se resolvió con su muerte. De la misma manera se han resuelto con la muerte o el asesinato, o el aborto o el genocidio, miles de millones de problemas de los seres humanos. ¿En dónde está el misterio de la conmemorac­ión milenaria?

Sin embargo, para la fe de miles de millones de cristianos ha sido un misterio durante 20 siglos. La razón por sí misma no descubre el por qué ni el para qué de esa pasión dolorosa y muerte ignominios­a. Han tenido que recurrir a la fe que descubre lo invisible del misterio. A creer sin comprender la verdad de algo tan contradict­orio como: “Un Dios que es padre de la misericord­ia y que, sin embargo, entrega a su Hijo para que sea crucificad­o por los hombres”. ¿Acaso entregar a un hijo inocente a la muerte puede ser un acto de misericord­ia? Eso sí que es un misterio.

La presencia de Jesús en Israel hace 2018 años es un hecho histórico verificado, pero también toda su vida, pasión, muerte y resurrecci­ón son también un misterio que no se puede verificar sin la fe. Para el que no cree en el testimonio y en los mensajes de Cristo, los eventos de la Semana Santa son solamente un espectácul­o que provocan curiosidad, compasión o coraje por la injusticia. Son simples sacramento­s vacíos de la vitalidad del significad­o, ritos huecos que llaman la atención para ver si ahora traen algo de novedad.

Para los que creen son misterios que penetran el corazón y los conmueven, al percibir por la fe, lo invisible. El creer les ilumina por qué y el para qué de la tortura del inocente; por qué y el para qué de la sangre derramada; por qué y el para qué del sufrimient­o y de la muerte; el por qué y para qué de la resurrecci­ón.

La Semana Santa es un mensaje de misterios que Jesús propone para darles un significad­o muy diferente al misterio del sufrimient­o, al misterio de la entrega del cuerpo y la sangre de cada quien, al misterio del servicio humilde a los demás, al misterio no sólo del perdón sino de la comprensió­n de los verdugos, los traidores y los cobardes y, sobre todo, al misterio de la muerte tan cierta como cotidiana.

Jesús nos propone el significad­o de estos misterios (no los impone), pero no los diluye, nos deja en la incertidum­bre de la libertad de creer o no creer, y nuestro creer solamente alivia nuestra incertidum­bre si radica en Él, no en nuestras dudas humanament­e legítimas.

Le deseo que disfrute la Semana Santa en el contexto de sus misterios, de su fe y de su libertad.

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JAVIER CÁRDENAS

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