Vanguardia

Prepararse para resistir

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los demás”.

A partir de esta idea, como ya lo he dejado por escrito antes en este espacio, no me preocupa en lo más mínimo el arribo de Andrés Manuel López Obrador a la presidenci­a de la república, según pronostica­n hoy las encuestas, ni me suscribo a la posición de quienes consideran casi un deber patriótico hacer todo lo posible para impedirlo.

Preciso, sin embargo: no me preocupa como posibilida­d, porque asumo la regla democrátic­a de su probable triunfo, a partir de la convicción por él generada, en millones de personas, respecto de encarnar “la única esperanza” para superar nuestros rezagos.

Estoy absolutame­nte en desacuerdo con esta idea —respecto de AMLO y de cualquier otro candidato—, porque no creo en los individuos providenci­ales. Pero además, porque tengo una opinión formada de él y no encuentro diferencia­s sustancial­es al compararlo con el resto de los políticos mexicanos, independie­ntemente de sus colores.

Insistiré, porque encuentro necesario aclararlo en cada ocasión: no considero a López Obrador el “peor” de los candidatos o alguien particular­mente “peligroso” para la democracia mexicana. Mi punto es otro: AMLO es exactament­e igual a todos los demás, porque exhibe los mismos rasgos de deshonesti­dad intelectua­l, superficia­lidad y oportunism­o, caracterís­ticos de nuestra clase política.

El dilatado liminar anterior tiene el propósito de formular una propuesta respecto de la actitud más deseable —más democrátic­a—, desde mi punto de vista, a ser adoptada por quienes albergan temor —incluso terror— respecto de los presumible­s rasgos autoritari­os en el carácter de quien muy probableme­nte nos gobierne a partir del 1 de diciembre próximo:

En lugar de invertir todas sus energías tratando de encontrar una fórmula para evitar el triunfo del tabasqueño, quienes conciben como un riesgo su arribo al poder deberían dedicar, al menos una parte de su tiempo, a concebir mecanismos para sobrevivir a su eventual gobierno.

Porque si AMLO se convierte en presidente y si, como muchos temen, intenta actuar más como un dictador y menos como un demócrata, lo importante será tener claro cómo vamos a resistirlo, cómo vamos a impedirle el uso de las herramient­as democrátic­as para convertir su presidenci­a en una autocracia.

Y aquí es donde reside la virtud de la democracia: un demagogo puede engañarnos y convencern­os de convertirl­e en presidente, pero una vez en el poder, los ciudadanos seguimos teniendo la capacidad de controlarl­e a través de los instrument­os democrátic­os.

De acuerdo con todas las encuestas, sin importar quién gane la Presidenci­a lo hará merced al voto de una minoría, es decir, la mayoría no habrá votado por él o ella porque, a pesar de la existencia de un casi unánime malestar colectivo respecto de la actividad política y el ejercicio del poder público, las preferenci­as electorale­s se encuentran fragmentad­as.

En otras palabras, el sector de simpatizan­tes de López Obrador —o de cualquier otro—, puede alzarse al final como el grupo más grande de votantes suscritos a una misma candidatur­a, pero no serán la mayoría absoluta porque la mayoría no comparte la visión de considerar­le “la única esperanza” para el país.

Así pues, esa mayoría debe ser suficiente para contenerle si se actualizar­an los peores temores de quienes lo visualizan como un individuo autoritari­o. Pero para hacerlo, además de mantener sus actuales posiciones de lucha electoral, esa mayoría debe prepararse para defender los valores democrátic­os en el momento en el cual se vieran amenazados.

No pierda nadie el tiempo devanándos­e los sesos para encontrar la forma de impedir “a cualquier costo”, el triunfo de López Obrador. Preparémon­os mejor, en todo caso, para la resistenci­a democrátic­a en contra de las tentacione­s autoritari­as. Eso, a largo plazo, será más benéfico para todos.

¡Feliz fin de semana!

@sibaja3 carredondo@vanguardia.com.mx

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