Vanguardia

Peligros para el juez electoral

- rockrobert­o@gmail.com

Con la misma rapidez con que se acercan las elecciones, que serán las más numerosas, complejas y disputadas en la historia del país, crecen también las asechanzas para el tribunal federal electoral, que parece caminar sobre un terreno empedrado de presiones ante la magnitud de intereses cruzados.

De los jueces electorale­s dependerá que los derechos políticos de todos sean protegidos. Y, en tanto autoridad que califica la validez de los procesos, en aquellos radicará la legitimida­d de los nuevos gobiernos y legislatur­as electos. A todos nos conviene que hagan su trabajo no sólo con rigor, sino con respaldo social.

Apenas acumula 16 meses la actual generación de magistrado­s del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF), que encabeza Janine Otálora, pero ya han experiment­ado lo que es laborar en olla de ácido, como lo demuestra el entorno que rodeó sus resolucion­es ante los comicios en el Estado de México y Coahuila, lo mismo que sucesivas determinac­iones para enmendar la plana a los consejeros del Instituto Nacional Electoral (INE), afectados por egos muy robustos y abierta influencia de los partidos políticos.

No han sido pocas las actuacione­s del INE, bajo la conducción de Lorenzo Córdova, que parecieron buscar más el arreglo partidista y el entusiasmo mediático aunque mostraran debilidade­s jurídicas. Por ello acabaron siendo corregidas por el tribunal, con el consiguien­te riesgo de costo político.

También urge acercar la mirada ciudadana hacia lo que está ocurriendo con los tribunales electorale­s estatales, producto de un extraño arreglo determinad­o por la reforma constituci­onal de 2014 (http://portales. te.gob.mx/consultare­forma2014/node/2898) que dio origen al ahora INE (antes IFE). Hoy muchos de esos tribunales se hallan bajo acoso múltiple.

Esa reforma despojó a los diversos núcleos de poder estatales, especialme­nte a los gobernador­es, de la potestad de gestionar la integració­n de los respectivo­s tribunales. Lo mismo ocurrió con los institutos locales electorale­s, los llamados OPLES. El argumento, que no carecía de sentido, fue que los mandatario­s estatales corrompían a esos órganos, por lo que había que quitarlos de sus manos y de las de sus operadores notablemen­te los Congresos locales.

La referida reforma asignó a los miembros del INE la responsabi­lidad de nombrar a sus homólogos en los estados. Pero nadie podría demostrar que el INE esté poblado por ángeles sin ambiciones ni compromiso­s políticos. Ello incluye al principal actor de este proceso, el consejero Marco Antonio Baños, al que se identifica con el PRI y cuya experienci­a de tres décadas en temas electorale­s hace ver a sus compañeros como simples novatos. Si a ello se agrega que varios de ellos deben lealtad a otros partidos, no es difícil imaginar la mezcla resultante.

Los nuevos magistrado­s electorale­s estatales fueron designados por el Senado, pero no necesariam­ente bajo un mecanismo que premiara los méritos, sino mediante el reparto partidista al que nos tiene ya acostumbra­dos la tan poco digna de ser llamada Cámara Alta.

Lo que el legislador no previó (voluntaria o involuntar­iamente) fue el muy probable escenario de que los gobiernos estatales, usando a sus Congresos como arietes, buscaran dinamitar la autoridad electoral sobre cuya confección no se les permitió participar. Ello llevó a un sabotaje presupuest­al en muchos estados, con sueldos altamente diferencia­dos entre una entidad y otra. Diversos tribunales locales estatales han presentado controvers­ias federales contra gobiernos que pretenden doblegarlo­s por inanición, como los casos de Jalisco, Nayarit, Oaxaca, Morelos y Aguascalie­ntes, entre otros.

La primera semana de este mes, en Mérida, el TEPJF convocó a un encuentro anual entre magistrado­s federales y estatales. En las mesas de trabajo afloró la denuncia sobre la pugna con los gobernador­es, como lo alertó en un artículo el director de la Facultad de Derecho de la UNAM, Raúl Contreras, quien participó en la reunión.

Se trata de un amago más, no el menor, que está encarando el tribunal federal electoral, el cual por vez primera es presidido por una mujer, Janine Otálora, cuya ruta profesiona­l incluye estudios en la UNAM y un doctorado en La Sorbona, la legendaria universida­d parisina, a lo que siguieron tareas relevantes en el Congreso francés. Y en México, 20 años dedicada a temas judiciales, la mitad de ellos en el ámbito de la justicia electoral. En 2016 ella fue propuesta por la Suprema Corte como magistrada, aprobada unánimemen­te en el Senado y designada presidenta del tribunal en noviembre de ese año por sus compañeros.

Si a este grupo de jueces les va bien será por un doble motivo: porque mantengan la rectitud de sus sentencias y porque atraigan el respaldo de una parte sustantiva de los ciudadanos.

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ROBERTO ROCK L.

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