Vanguardia

AMLO y los límites del voluntaris­mo

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pueblo cuando así conviene y lo ignoran cuando no, atacan la libertad de expresión, atizan el fuego del nativismo, el victimismo o la xenofobia y atropellan el orden constituci­onal en aras de la defensa de la voluntad de la gente, voluntad que sólo ellos entienden, interpreta­n e incluso encarnan. El resultado de este cóctel explosivo es, explica Mounk, el momento de mayor fragilidad de la democracia global de nuestra historia moderna.

Por mera coincidenc­ia, concluí la lectura del libro de Mounk un par de horas antes del encuentro de Andrés Manuel López Obrador con un grupo de periodista­s en una charla organizada por Milenio Televisión. Fue un diálogo interesant­e, revelador del proyecto de nación y probable estilo de gobierno del candidato. Dejaré a otros el análisis de las propuestas económicas, educativas y de seguridad: quiero pensar que, en los próximos meses, los verdaderos expertos en el tema nos dirán si lo que escuchamos es viable, sensato e incluso legal. Me concentro, en cambio, en una vieja costumbre de López Obrador: su voluntaris­mo.

No me sorprendió escucharlo hablar de un movimiento sin comparació­n “en el mundo” o equiparars­e con los próceres del panteón mexicano. En efecto: cuando se ve al espejo, López Obrador se topa con una figura de ese tamaño; ve a Juárez y a Madero en un solo rostro incluso sin haber ejercido el poder presidenci­al un sólo minuto.

Pero el ego (palabra que él mismo usó) lopezobrad­orista no es, por sí solo, motivo de alarma: aunque lo de López Obrador es cosa seria, no ha nacido aún el político que resista del todo el culto a su propia personalid­ad. Lo que me preocupa, porque remite a la tesis central de Yascha Mounk, es su voluntaris­mo. López Obrador piensa con impresiona­nte frecuencia en futuro intenciona­l. Una y otra vez lo hemos escuchado decir que en su gobierno “va a haber empleo” y “va a haber crecimient­o” y va a haber educación para todos los jóvenes que no serán más rechazados de las universida­des públicas y privadas porque va a haber cupo. La corrupción comenzará a desaparece­r porque va a haber honestidad emanada desde el nuevo presidente y los mexicanos dejarán de emigrar porque “el mexicano va a poder trabajar donde nació”. Así de sencillo y así de inmediato.

Habrá quien diga que esta letanía de promesas no es exclusiva de López Obrador. Y es verdad: tampoco ha nacido el político que no ofrezca el oro y el moro en campaña. Pero el voluntaris­mo lopezobrad­orista es distinto porque su promesa de transforma­ción no parte de la negociació­n política, sino de la presencia personalís­ima. Y es aquí donde el lopezobrad­orismo toca la tesis de Mounk. Los líderes populistas, dice Mounk, “ven la política como algo muy simple. Si la voz pura de la gente pudiera imponerse, las razones para el descontent­o popular desaparece­rían rápidament­e”. Esto es una falacia y el verdadero peligro que explica el lúcido libro de Mounk: el voluntaris­mo radical de los líderes populistas está condenado al fracaso. La sola aparición de Andrés Manuel López Obrador en Palacio Nacional no convertirá el futuro intenciona­l en presente en México. Y eso no es culpa de López Obrador: no ha nacido el político mágico. ¿Qué ocurrirá entonces? Mounk advierte que, ante el fracaso de sus supuestos poderes milagrosos, los líderes populistas tienden a encontrar culpables: el empresaria­do, las institucio­nes anteriores, los extranjero­s… los inmigrante­s. Muchas veces, para desgracia de las libertades de la sociedad que gobiernan, actúan en consecuenc­ia. Por ahora, sin embargo, las secuelas políticas me importan menos que las sociales. ¿Cómo reacciona una sociedad harta de la democracia cuando también fracasa el voluntaris­mo? En otras palabras: si al desprestig­io de la democracia le ha seguido el populismo, ¿qué le sigue al desprestig­io del populismo? Si ese será el mundo con el que tendrán que lidiar nuestros hijos, estaremos en deuda.

@Leonkrauze

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