Semana mayor y menos santa
Es muy común en estas fechas – la Semana Santa – que en la plática de la convivencia familiar se toque el tema de cómo era la manera en que se vivían estos días hace 30 o 40 años. Que dicho sea de paso, correspondería a la etapa de la juventud, del que esto escribe.
Era muy diferente todo. Todavía se observaba la costumbre de no comer carne, principalmente en jueves y viernes santos. El pescado y platillos como los nopalitos, la capirotada, las lentejas, las acelgas y espinacas eran muy demandados.
Hoy lo que rifa es la carne asada. Los periódicos están saturados de publicidad de los mejores cortes, así como de las ofertas cerveceras. A la ya célebre pregunta de “¿se va a hacer o no se va a hacer?” la respuesta contundente es, por supuesto, que se va a hacer. Y se hace. Y dura mucho. Y el final es muy previsible.
Aquellos días de programación de música instrumental en la radio, de películas con la historia de Cristo en los cines y en la televisión parecen cada vez más lejanos. A pesar de que hoy, habiendo tantos canales y tantas salas de cine, se siguen proyectando aisladamente títulos sobre el tema y la temporada. La verdad es que la semana cada vez es más mayor, y menos santa.
La gran preocupación previa, y durante estos días, es si ya tienes reservaciones… si conseguiste un buen hotel, y un vuelo no tan caro. O si vas a ir al rancho de fulano o a la cabaña de zutano. Lo importante es el bloqueador, el traje de baño, las hieleras y las tarjetas – de crédito –, lo más desahogadas posible.
Ya en el viaje, la excursión o la escapada, el tiempo de convivencia con los acompañantes, familiares o amigos se ve limitado porque que se llevan los celulares, donde todo mundo está más atento a sus redes sociales que a lo que dice quien está sentado al lado o enfrente. Cosas de la época.
No hay mucho espacio… mucho es un decir… porque la verdad no hay nada para pensar o reflexionar en la pasión de cristo. Si acaso ver en el cel un video de lo que sucede en Ixtapalapa o de cuánta gente se juntó en tal o cual país. Y cada vez menos, y en este caso, gracias a las redes, un flashazo de siete palabras, yéndonos grandes, de lo que dijo el Papá en Roma.
Ese es panorama de tratamiento espiritual que le damos al cristianismo en estos días. Si acaso una persignada cuando pasamos frente a una Iglesia, sin poder entrar, aduciendo que alguien de los nuestros viene en shorts, sino es que en chanclas, o todavía hasta las mismas.
Nos pasa de noche el asunto espiritual. Del hijo de dios nos desentendemos para dedicarnos al otro dios más vigente y más actual… al dios Baco.
Se pierde una gran oportunidad de aprovechar la cercanía física, en los casos que ésta se da, entre padres e hijos para abordar el tema de nuestras creencias, nuestros valores, y nuestra fé.
Hablamos de todo. Y de nada. Con el tema de las campañas seguramente la conversación –y el debate– de hoy versará sobre quién va en segundo lugar, y sobre el pésimo videíto de la “niña bien” mal para caerle bien a no sabes quién.
Si hiciéramos un ejercicio para ver en retrospectiva nuestra conducta, actitudes y hábitos de convivencia en las semanas santas de hace cuatro o más décadas, y a la par revisáramos la situación de la armonía social de entonces, en comparación con la de hoy, podríamos sacar muchas conclusiones importantes. No sólo para explicarnos el momento actual sino para poder imaginar hacia dónde y hasta dónde podemos llegar en la descomposición social.
El estar reunidas las familias este viernes santo. Bajo cualquier circunstancia, en una playa, una casa de campo, una comida campestre o en el jardín, la cocina o la sala de nuestro propio hogar, es una magnífica oportunidad para volver a poner en el centro de nuestras vidas los valores con que formamos nuestras familias.
Hagámoslo hoy, no sea que para el próximo año ya vayamos demasiado tarde.