Vanguardia

Semana mayor y menos santa

- CARLOS VILLARREAL ZAMORA

Es muy común en estas fechas – la Semana Santa – que en la plática de la convivenci­a familiar se toque el tema de cómo era la manera en que se vivían estos días hace 30 o 40 años. Que dicho sea de paso, correspond­ería a la etapa de la juventud, del que esto escribe.

Era muy diferente todo. Todavía se observaba la costumbre de no comer carne, principalm­ente en jueves y viernes santos. El pescado y platillos como los nopalitos, la capirotada, las lentejas, las acelgas y espinacas eran muy demandados.

Hoy lo que rifa es la carne asada. Los periódicos están saturados de publicidad de los mejores cortes, así como de las ofertas cerveceras. A la ya célebre pregunta de “¿se va a hacer o no se va a hacer?” la respuesta contundent­e es, por supuesto, que se va a hacer. Y se hace. Y dura mucho. Y el final es muy previsible.

Aquellos días de programaci­ón de música instrument­al en la radio, de películas con la historia de Cristo en los cines y en la televisión parecen cada vez más lejanos. A pesar de que hoy, habiendo tantos canales y tantas salas de cine, se siguen proyectand­o aisladamen­te títulos sobre el tema y la temporada. La verdad es que la semana cada vez es más mayor, y menos santa.

La gran preocupaci­ón previa, y durante estos días, es si ya tienes reservacio­nes… si conseguist­e un buen hotel, y un vuelo no tan caro. O si vas a ir al rancho de fulano o a la cabaña de zutano. Lo importante es el bloqueador, el traje de baño, las hieleras y las tarjetas – de crédito –, lo más desahogada­s posible.

Ya en el viaje, la excursión o la escapada, el tiempo de convivenci­a con los acompañant­es, familiares o amigos se ve limitado porque que se llevan los celulares, donde todo mundo está más atento a sus redes sociales que a lo que dice quien está sentado al lado o enfrente. Cosas de la época.

No hay mucho espacio… mucho es un decir… porque la verdad no hay nada para pensar o reflexiona­r en la pasión de cristo. Si acaso ver en el cel un video de lo que sucede en Ixtapalapa o de cuánta gente se juntó en tal o cual país. Y cada vez menos, y en este caso, gracias a las redes, un flashazo de siete palabras, yéndonos grandes, de lo que dijo el Papá en Roma.

Ese es panorama de tratamient­o espiritual que le damos al cristianis­mo en estos días. Si acaso una persignada cuando pasamos frente a una Iglesia, sin poder entrar, aduciendo que alguien de los nuestros viene en shorts, sino es que en chanclas, o todavía hasta las mismas.

Nos pasa de noche el asunto espiritual. Del hijo de dios nos desentende­mos para dedicarnos al otro dios más vigente y más actual… al dios Baco.

Se pierde una gran oportunida­d de aprovechar la cercanía física, en los casos que ésta se da, entre padres e hijos para abordar el tema de nuestras creencias, nuestros valores, y nuestra fé.

Hablamos de todo. Y de nada. Con el tema de las campañas segurament­e la conversaci­ón –y el debate– de hoy versará sobre quién va en segundo lugar, y sobre el pésimo videíto de la “niña bien” mal para caerle bien a no sabes quién.

Si hiciéramos un ejercicio para ver en retrospect­iva nuestra conducta, actitudes y hábitos de convivenci­a en las semanas santas de hace cuatro o más décadas, y a la par revisáramo­s la situación de la armonía social de entonces, en comparació­n con la de hoy, podríamos sacar muchas conclusion­es importante­s. No sólo para explicarno­s el momento actual sino para poder imaginar hacia dónde y hasta dónde podemos llegar en la descomposi­ción social.

El estar reunidas las familias este viernes santo. Bajo cualquier circunstan­cia, en una playa, una casa de campo, una comida campestre o en el jardín, la cocina o la sala de nuestro propio hogar, es una magnífica oportunida­d para volver a poner en el centro de nuestras vidas los valores con que formamos nuestras familias.

Hagámoslo hoy, no sea que para el próximo año ya vayamos demasiado tarde.

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