Vanguardia

Hablemos de Dios 56

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¿Por qué dejó de escribir Rulfo? Hay tantas opiniones, historias, testimonio­s, cuentos y anécdotas al respecto, como granos de arena en la mar. Rulfo escribió dos libros y su perfección lo tiene en la gloria. ¿Por qué tantos intentan ser escritores, narradores y poetas sin serlo? No lo sé de cierto. Pero atisbo una respuesta porque es fácil engañar en un mundo preñado de máscaras y caretas. Fachadas sin estructura sólida y menos raíces fuertes. ¿Por qué no elegir mejor el silencio, la pasión dilatada de la lectura y solazarnos con los viejos maestros de la trama, del tejido de historias y voces y su poesía, la cual cierra círculos perfectos? No lo sé, pero intuyo es fácil engañar en este mundo mexicano de escuela primaria, mundo bisoño y repleto de afasia e ignorancia.

Corría el año 1985, un escritor mexicano era candidato al Premio Cervantes, la antesala del Nobel de Literatura. Era Juan Rulfo, quien dos años antes había ganado el Premio Príncipe de Asturias. Cuentan los biógrafos que el escritor mexicano se deprimió y tuvo un gran desaliento por no lograr el galardón. Otro de los más grandes del mundo, Juan Carlos Onetti, señaló rotundo en aquel año: “A Juan Rulfo debió de habérsele otorgado el Premio Cervantes y darle las gracias por aceptarlo”. Así las letras y homenaje de un profeta mayor de la creación para otro profeta mayor de la literatura.

Para entonces, Rulfo (1917-1986), de quien el año pasado se cumplieron 100 años de su nacimiento, era autor de dos libros. Dos libros y ya tenía una leyenda atada a su pluma y cuerpo. Era un genio. Era autor de dos breves libros. Uno de cuentos, “El Llano en Llamas” y el otro, una novela, “Pedro Páramo”. (Reunidos en “Obras”. Colección Letras Mexicanas. FCE. 1987). ¿Qué hizo luego de que saliera de las prensas su novela en 1955? Enmudeció. Se calló casi para siempre. Algún guión de cine, textos y palabras sueltas por aquí y por allá, discursos, entrevista­s. Nada más. ¿No tenía más qué decir, qué contar, qué escribir, sin duda, el más grande? Caray, ¿para qué agregar puntos y comas a la perfección? Era escritor, el mejor y, de una vez y por todas, se calló. ¿Por qué hoy cientos, sino es que miles, se dicen escritores sin serlo? El ejemplo conventual y monacal de Rulfo no ha servido de mucho en este país de máscaras y fantasmas, cebados en el dinero de becas y premios que mana de las malas letras, amparados en la obesa burocracia cultural.

¿Por qué dejó de escribir Rulfo? Hay tantas opiniones, historias, testimonio­s, cuentos y anécdotas al respecto, como granos de arena en la mar. Rulfo escribió dos libros y su perfección lo tiene en la gloria. Forma parte de esa galería de escritores tan insulares, extraños o raros, que tanto han gustado en pluma y voz de Enrique Vila-matas. Los escritores del “no”, los escritores que renunciaro­n a escribir.

ESQUINA-BAJAN

¿Qué rayos tiene qué ver lo anterior con Dios y la Biblia? Siga leyendo por favor. Hay razones tan variopinta­s para dejar de escribir, como diversos somos los seres humanos. Los hay que se van a viajar a lugares ignotos y abandonan las letras (Arthur Rimbaud en Abisinia y Java); los hay quienes se recluyen para siempre en su casa, campo y en su habitación (J.D. Salinger); los hay quienes van directo al matadero, donde esté presente (Ambrose Bierce al internarse en México, del cual no se supo nada más)… la lista es larga. Los hay, quienes en el invierno de su vida, los anuncian como si fuesen estrellas de rock en su última gira: Alice Munro, Philip Roth… Los hay como el genial Juan Rulfo, de quien no sabemos bien a bien por qué dejó de escribir y cuando lo hizo (dejar de hacerlo, pues). Lo hizo para siempre.

El año pasado revistas y suplemento­s culturales se prodigaron en honor al más grande escritor de México. El abordaje a sus letras se dio desde la policromía plural que su oba despierta. Analistas hurgaron y espulgaron, lo mismo en sus palabras que en su vida, sin dejar de cavar en cuanto rincón oscuro detectaron. Yo en lo particular y el año pasado, celebré al divino Juan Rulfo en su centenario de nacimiento, con un pálido acercamien­to y una sucinta selección de fragmentos narrativos de sexo y erotismo que aflora en toda su obra, díptico editado en la columna “Tacones y bragas” de la web www.mdsaltillo.tv. La cual, desgraciad­amente, ya despareció.

Regresamos al punto nodal de hoy: autor de sólo dos libros, tan breves como invulnerab­les. ¿Por qué dejó de escribir el genio Juan Rulfo? Nunca sabremos la realidad, sólo especulamo­s. Pero me ha recordado aquel viejo personaje femenino de la Biblia, personaje que no alcanza ni a tener nombre propio (como la mujer de Loth. Es decir, la despersona­lización total de la mujer en la historia de la humanidad, la insignific­ancia de la mujer. Tomando como punto de partida a la Biblia). El personaje femenino es una esclava –la sirvienta de la esposa del poderoso señor Naamán– la cual espeta una frase y calla para siempre (2ª de Reyes 5. 1-3). Todo está en la Biblia sabiéndola leer, todo está en Rulfo sabiéndolo leer.

LETRAS MINÚSCULAS

Siguiendo el ejemplo bíblico, el maestro de Sayula, Jalisco, escribió dos libros y calló para siempre, como la esclava de Naamán…

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JESÚS R. CEDILLO

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