Una cruz vacía...
En el horizonte se perfila una cruz solitaria, vacía… Pero, ¿no son vacías todas las cruces? Son dos palos nada más. ¿Con que las quieres llenar?...
No, ésta cruz no está vacía. Desde hace siglos: carga el alma solitaria, carga enfermos y dolores, revela el amor y da sentido al sufrimiento, ilustra ignorantes y alivia su explotación, sostiene a los que luchan por la justicia y la equidad.
También sirve para desnudar el orgullo, lavar la culpa, vestir al desnudo. Para colgar en ella los adulterios y las traiciones, los besos traidores y las falsas promesas de amores eternos, para perdonar y pedir perdón. Para pintarla con sangre inocente, esculpirla con clavos y burlas, y vivirla en el silencio de clínicas, hogares y talleres.
Fue sembrada en el Calvario, abonada con los pecados de los siglos: la corrupción y el abuso, la explotación y la violencia, la mentira, la calumnia y el engaño, la opulencia que mastica la miseria del hermano.
Ayer de nuevo le colgamos nuestros frutos de pecado y de nuevo le fijamos al Fruto de la Virgen, con los clavos milenarios del temor y la apatía. Hoy ese madero nos avergüenza a los cristianos, repetimos cada día sus frutos podridos, los gozamos y celebramos su renacimiento y su fruto bendito del amor agoniza, abrumado por las piedras del camino, la cizaña y las monedas.
Las entrañas de esa cruz no están vacías. El amor escondido en el leño es inmortal, Es esperanza que perdura navegando en los milenios de los hombres…