Vanguardia

¿Qué es lo importante?

-

Justo en la víspera de la semana grande, la mayor, la Semana Santa de este año, fui al supermerca­do, cualquiera de esta ciudad, a bastimenta­rme con miras a renovar mi alacena y refrigerad­or los cuales ya tenían huecos y lugares vacíos a cada centímetro cuadrado, o cúbico, da igual. Frutas de temporada, una botella de vino tinto de buen precio; pan de caja, sal de grano, un pescado ya bien muerto y congelado el cual rápido incorporé a mi carrito; los productos fueron apilándose sin prisa y sin pausa. En un pasillo, grato fue encontrarm­e haciendo su despensa a mi maestra y amiga, Hilda Beatriz Coss. Como siempre, nos saludamos efusivamen­te y recibí los parabienes de mi maestra la cual luce lozana, como siempre. En la charla y saludos, pasamos de un tema a otro sin orden ni concierto; pero, lo siguiente me empezó a dejar helado. Me comentó de no recordar haber leído en mis textos un adiós, un réquiem para mi maestro Pedro Ángel González († 2017). Frío. Me quedé frío. Con mis ojos como platos, le comenté como una gran pregunta a lo cual mis oídos ya habían escuchado, “¿pero cómo va a morir mi maestro Pedro Ángel, si era precisamen­te mi maestro y amigo?”

Serena, con voz apenas audible, mi maestra Coss me espetó, “murió el año pasado, hace algunos meses. Ya ves, tenía cáncer…” Nos despedimos con un gran abrazo y seleccioné algunos productos más para mi maltrecha y opípara estantería. Enfilé mis pasos a mi residencia. Pues sí, maldita sea, me fui a la “bandera” de VANGUARDIA y allí estaba su obituario, la infausta nota: 2 de octubre de 2017, de 70 años recuerdo, moría mi maestro y buen escritor, Pedro Ángel González. Hoy lo sé, no antes. La noticia duele igual, como si ayer hubiese muerto. El año pasado, por andar buscando peso (como este año, vaya pues) lo mismo en Tijuana (escribo para la revista “Diezcuatro”), en Monterrey (“Biznews”), en Zacatecas o en la ciudad de México, y cuando regresaba a este pueblo de Saltillo al cual amo y detesto a partes iguales, veía el atado de diarios para su lectura y en honor a la verdad, el vacío de la informació­n y agobio de los viajes le ganaba la partida a la sed de noticias y pesquisas, por lo demás, siempre las mismas: otros protagonis­tas solamente, sobre todo en materia política.

Hasta hoy me entero de la muerte de mi maestro y amigo, del cual no pocas veces escribí aquí en VANGUARDIA y en otros espacios de prensa los cuales tengo disponible­s y mencionado­s líneas atrás. Hoy lo hago de nuevo, desgraciad­amente, para despedirlo. “Nuestra estrella brillaba más cuando estaba mojada./ Ahora, ni siquiera eso importa, sólo/ agarrarse a la dura tierra para que no nos arranque de aquí/ un sueño imprevisto…”

Mi maestro Pedro Ángel estaba agarrado aquí a la tierra con uñas, pluma, tinta y dientes. Padecía una emperrada enfermedad, la cual le cambió la vida y al final de cuentas se lo llevó: un cáncer rabioso del cual y en Saltillo, todo mundo tiene el aguijón merodeando sobre su humanidad. Los anteriores versos son de un poeta norteameri­cano, John Ashbery, sí, de 90 años y murió el año pasado en Nueva York. Lo lamento estimado lector, también me voy enterando de su ingrata muerte. ¡Caray!, ¿cuándo me perdí en el tráfago de la miseria de la política, cuándo fui engullido por los tentáculos de la deslavada farándula de oropel barato, lo cual caracteriz­a la pasarela de nuestras autoridade­s al tener de rodillas lo mismo a Coahuila o al mismo y fragmentad­o país llamado México?

Tal vez hace mucho. Fui devorado hace mucho por la insana política comarcana y nacional, buscando algo casi imposible: cambiar las cosas. Cambiar las estrellas de sitio, las cuales a mi juicio, deben de alumbrar y guiar sólo a los pobres, a los jodidos… No se me culpe de mi vana obsesión. En este tráfago me fui perdiendo y dejé de lado, sí, lo realmente importante: leer el último libro de mi maestro, su poemario “Pasión de otoño”; leer y releer a John Ashbery, el pararrayos celeste el cual y hasta el año pasado, vivía en Estados Unidos; fui perdiendo lo importante en la vida: leer a Juan Bañuelos, Eusebio Ruvalcaba, Sergio González Rodríguez; revisar la obra de arte de José Luis Cuevas, todos ellos muertos el año pasado. ¡Puf!

¿Qué es lo importante? No faltar a las tertulias a Torreón, con mis hermanos de verbo y armas, don Francisco Gómez y Gómez, el sacerdote Jorge Silva, el joven Carlos Ruvalcaba, doña Claudia Hernández; ¿qué es lo importante? Escuchar la obra completa de ese compositor de otra galaxia, texturas y melodías las cuales me llenan el alma, Max Richter; ¿qué es lo importante? Leer la obra completa de ese autor al cual siempre tengo postergado, Marcel Proust; ¿qué es lo importante? No faltar los fines de semana al mítico “Don Artemio” de don Juan Ramón Cárdenas, para ir a “gorrearle” su opulenta “Hora feliz” del “dos por uno” y su charla para sibaritas…

LETRAS MINÚSCULAS

¿Elecciones y campañas? Bah, basura. ¿Qué es lo importante? Esto precisamen­te: vivir y decirle, hasta pronto maestro Pedro Ángel. www. vanguardia. com.mx/ diario/opinion

FRANCISCO VALDÉS UGALDE

> El Leviatán electrónic­o

ARNOLDO KRAUS

> La vida hoy

LETICIA BONIFAZ

> Construir la confianza

 ??  ??
 ??  ?? JESÚS R. CEDILLO
JESÚS R. CEDILLO
 ??  ??
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico