Símbolos de nuestros tiempos
México vivía todavía a finales de la década de los cincuenta del Siglo pasado el esplendor económico suscitado gracias al periodo de estabilidad del llamado Milagro Mexicano. El País veía con optimismo su futuro gracias al fuerte crecimiento de la producción de energía eléctrica y el petróleo. También, el desarrollo de la industria manufacturera y de la construcción hacía avizorar un esperanzador porvenir.
En los años cincuenta, el crecimiento de la ciudad iba en proporción directa a ese optimismo. En la Ciudad de México, un polo de desarrollo se focalizó en lo que sería Ciudad Satélite. Las torres que identifican la entrada a Ciudad Satélite, fueron concebidas en 1957 por el escultor Mathías Goeritz. Había visitado la ciudad medieval de San Gimignano en Italia, y contagiado de su entusiasmo al arquitecto Luis Barragán, quien visitaría asimismo aquella población posteriormente.
Así, en 1958 se inauguraron las Torres que constituirían un símbolo del crecimiento de la Ciudad de México. Era el último año del mandato de Adolfo Ruiz Cortines, y las Torres fueron concebidas como un símbolo identitario del progreso y el desarrollo, en esa misma atmósfera en que en nuestro país se respiraba el aire de la modernidad.
Fueron colocadas en una rotonda, con el fin de que por donde quiera que viajasen los automovilistas pudieran apreciarla en toda su magnificencia. Era, asimismo, en su representación, un hecho importante de elevarse a las alturas, para dar idea de la importancia de aquello que quería significar.
Fue por años el símbolo del progreso. Como muchos son los símbolos arquitectónicos que definen a las sociedades. Muchos los signos que hablan de nuestra identidad. Hoy, las Torres tendrían como vecino incómodo el Viaducto Bicentenario, proyectado para pasar por uno de sus costados y poniendo así en peligro la integridad de las estructuras.
La vialidad elevada es, de acuerdo a la página oficial de Viaducto Bicentenario, “parte importante de la red de autopistas de alta tecnología que tiene como objetivo comunicar varias zonas del norte de la ciudad con la zona central del Periférico”. Cuando se observa el mapa del Viaducto Elevado Bicentenario, puede apreciarse la magna obra, que deja como mero referente de ubicación a las Torres, en otro tiempo las que definieron toda una época.
Hoy, los símbolos de la modernidad están representados en estas obras. Son las autopistas, las vialidades, las súper carreteras, las que definen nuestra vida en la actualidad. De hacer un recorrido en dos horas, los tiempos se reducen a media hora. Con la consecuencia, en muchos casos, de marginar. Claudio Lomnitz lo dice de manera contundente: “Los grandes proyectos carreteros de antes (…) eran federales, y servían a cada pueblo que atravesaban, tanto al mercado como al Estado. La super carretera México-acapulco, en cambio, separa a los polos de desarrollo que integra de todas las localidades que existen entre un polo y el otro”.
Vivimos ahora en la definición de aquello que para “unir”, conecta sólo dos puntos como la autopista Saltillo-monterrey. Es esa la definición de nuestro tiempo, y el signo que nos identifica.
Antes, ejemplos como el de las Torres, daban idea de un México moderno. Hoy, la modernidad está focalizada en los polos y no en sus partes.
ZAPALINAMÉ Doloroso espectáculo el que inició en el horizonte el domingo a mitad de la tarde. Las fotografías empezaron a inundar las redes de lo que teníamos frente a nosotros en vivo y a todo color. Ojalá sea serio y firme el castigo para quienes, aun estando prohibido, encendieron una fogata que apagó la vida de árboles que dotaban de vida y belleza al Valle de Saltillo. Un reconocimiento, por otra parte, a todos aquellos, autoridades y brigadistas, esforzados en apagarlo y a quienes han brindado su apoyo.
¡CUÁNTO RUIDO EN LA RUTA! Las plácidas caminatas dominicales por la Ruta Recreativa se han transformado en un recorrido cargado de estruendo que ojalá termine pronto. Aceleramos el paso para dejar de escuchar las atronadoras bocinas ubicadas en puntos estratégicos del bulevar Venustiano Carranza. De esta manera, escapar de unas hace que se entre a la estridente atmósfera creada por otras enormes bocinas.
Quizá a algunos agrade acompañar su ejercicio con música a tan alto volumen. Pero lo que es seguro es que, definitivamente, no es del gusto de aquellos que intentan ejercitarse en un ambiente relajado o tienen sus hogares cercanos a la zona.