Vanguardia

Hablemos de Dios 57

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La imagen que nos pinta a Jesucristo por computador­a es la de un hombre moreno, cabello rizado, casi como africano, y barba muy hirsuta de color negra (…) poco qué ver con el Jesucristo de Hollywood

Sin duda, todos queremos ver a Dios y a su hijo, el maestro Jesucristo. Al menos, es idea mía. Yo sí los quiero ver, a ambos. No es un capricho, es un anhelo. ¿Lo lograré, se me cumplirá mi esperanza? No lo sé. Lo bien cierto es que el año pasado, la revista National Geographic, de alcance internacio­nal, editó un número con su reportaje principal en portada titulado “El verdadero Jesús”. Y como subtítulo “Qué revela la arqueologí­a sobre su vida”.

Buen texto, a secas, de la antropólog­a a la cual se le encargó el reportaje, Kristin Romey, y buenas, espléndida­s fotografía­s como siempre. La revista es la del mes de diciembre del año pasado. Aún hoy, se consigue en algunas buenas revistaría­s que siempre se quedan con un porque dichas publicacio­nes son de colección y siempre tienen lectores pendientes. Ya en el cuerpo de su edición y a dos planas aparece un magnífico collage de 22 fotografía­s, las cuales reproducen íconos religiosos, pinturas, versiones del rostro de Jesucristo a través de los años y las épocas.

La primera estampa, muy borrosa y ajada por el imbatible tiempo, es un fresco romano del siglo 3, donde se muestra a María, al niño Jesús y lo que se adivina es un profeta. Ya luego vienen reproducci­ones del rostro de Jesucristo, de diversas Iglesias y Basílicas, templos, monasterio­s y, claro, cómo “vieron” o imaginaron a Jesucristo artistas como Tullio Lombardo, Leonardo Da Vinci, Rembrandt, Lucas Cranach “El viejo”, Andrea Previtali y otros de semejante talla y estirpe. Al final, aparece un rostro hecho por computador­a, basado en un estudio forense del cráneo de un varón judío del siglo I de nuestra era, el modelo fue concebido por Richard Neave. Y como dicen los jóvenes en su jerga de adolescent­es: “nada qué ver” con la idea que tenemos en nuestra cabeza del maestro de Cafarnaúm. Nada qué ver. ¿Es éste el verdadero rostro de Jesucristo a la luz de la arqueologí­a, como lo dicen en portada los de la revista? Mejor dicho, poco qué ver, aunque no se puede descartar este “verdadero” rostro.

De hecho tiene un gran parecido, calca digamos con un ícono reproducid­o en el mismo número, de origen oriental sin datar, pero sí posterior en los íconos del arte bizantino. La imagen que nos pinta a Jesucristo por computador­a es la de un hombre moreno, cabello rizado, casi como africano, y barba muy hirsuta de color negra, tupida y sin acicalar. Insisto, muy poco qué ver con la idea de un Jesucristo todo el tiempo pintado, para nosotros, por Hollywood. Pero vaya, si nos atenemos a lo que dice la Biblia de sus andanzas, poco o nada se puede agregar. De hecho, nada. Sabemos de su carácter, sus hábitos, lo que comía, sus “milagros”, sus amigos, andanzas…

Pero no sabemos nada de sus rasgos físicos. Al ser nazireo (se lee en Números 6. 1-21, aquí se encuentran todas sus normas), éste tenía el cabello largo, rebelde y una barba hirsuta, retorcida, desaliñada (los nazireos más famosos son Sansón y Samuel), propia del hombre de signo recio y con pocas dudas. Cejas tupidas y pelo en pecho. Pero vaya, al menos al maestro se le puede ver algún día o se le vio deambuland­o aquí en al tierra, pero ver a Dios es imposible. Dice la Biblia: “No podrás ver mi rostro, porque no me verá hombre y vivirá…” (Éxodo 33:20).

Ahora bien, usted lo sabe y lo hemos repasado juntos aquí en este generoso espacio de VANGUARDIA: nadie duda de la historicid­ad de Jesús, es decir, sí existió como hombre de carne, hueso, linfa y tendones. En la revista se lee: “No conozco a un académico de prestigio que dude de la historicid­ad de Jesús. Hace siglos que se debaten los detalles, pero nadie que sea serio duda de que sea un personaje histórico”. Es la declaració­n del arqueólogo y profesor emérito Eric Meyers. Pues sí, referencia­s claras y directas a su andar terreno las dejaron gente como Flavio Josefo, Tácito, Suetonio.

Pero con evidencia arqueológi­ca reciente se puede más a menos hacer un acercamien­to a su rostro. Pues sí, es el rostro computariz­ado que al menos yo veo lejano, tal vez por deformació­n lo repito, de lo que nos ha vendido Hollywood y, claro, los maestros de la pintura universal. ¿Es importante conocer su rostro? No lo sé, es una pregunta que cada lector debe de responders­e en su ser más intenso e interior. Yo en lo personal si quisiera tener un encuentro de charla con él, así de sencillo. Si antes fue sabio, pues imaginemos ahora que han pasado dos milenios más, pues ha de estar recargado el maestro. Dice Jeremías 33: “Clama a mí y yo te responderé, y te enseñaré cosas grandes y ocultas que tú no conoces”. Caramba, con ese poder de palabras, claro que acepto la propuesta.

¿Cómo era el rostro de Jesucristo? Nunca, nunca lo sabremos aquí en la tierra.

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JESÚS R. CEDILLO

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