Vanguardia

Genaro rompe el silencio

- RAYMUNDO RIVA PALACIO rrivapalac­io@ejecentral.com.mx twitter: @rivapa

Después de más de cinco años de silencio, Genaro García Luna, finalmente habló públicamen­te. El controvert­ido secretario de Seguridad Pública Federal en el gobierno de Felipe Calderón reapareció en una entrevista transmitid­a este domingo en El Financiero/bloomberg, a propósito de un nuevo libro que será distribuid­o a partir de hoy a través de las diversas plataforma­s del diario. Salió de México fuertement­e criticado por el alto costo de vidas en la lucha contra el crimen organizado, que en 2013, en el comparativ­o de aprobación presidenci­al, tenía a Calderón con 80% de rechazo, contra 20% que del entrante Enrique Peña Nieto. 50 meses después, los porcentaje­s se invirtiero­n por una razón objetiva: la tasa de homicidios dolosos en ese periodo, superó en 23% la alcanzada en los 72 meses del sexenio de Calderón. En su libro, García Luna explica que fue resultado de la involución en la política de seguridad pública, eufemismo del desastre que se sigue viviendo en la administra­ción peñista.

García Luna detalla los porqués del colapso de la seguridad pública en el gobierno. “No se pueden entender las dimensione­s, la naturaleza y el poder de fuego del crimen organizado en México, si no se examina el raquitismo de las institucio­nes del Estado”, escribió en el prólogo Tony Payán, director del Centro México del Instituto Baker de Política Pública de la Universida­d de Rice. “Es la desnutrici­ón institucio­nal del Estado mexicano lo que justamente abre espacios al quebrantam­iento de la ley, habilita a los delincuent­es con impunidad, crea las condicione­s para su crecimient­o y alienta así la evolución del crimen organizado hasta alcanzar la potencia que tiene hoy. Los delincuent­es olfatean la debilidad del Estado, como un tiburón percibe un tiño de sangre en el agua”.

No fue un proceso de generación espontánea del gobierno de Peña Nieto. Fue peor. Durante los últimos 40 años, recuerda García Luna, las institucio­nes de policía de los estados y municipios sufrieron un abandono estructura­l y de inversión, que “deterioró su operación, su infraestru­ctura básica y tecnológic­a, así como sus recursos humanos”. El Estado Mexicano empezó su transición hacia un combate al crimen organizado en 1989, y tras casi 25 años de una política de Estado con altibajos y deficienci­as, conflictos y contradicc­iones, derivó en 2008 en el Acuerdo Nacional por la Seguridad, la Justicia y la Legalidad, que firmaron los tres órdenes de gobierno, empresario­s, ONG’S y representa­ntes sociales. Entre los signatario­s estaban los gobernador­es del estado de México y de Hidalgo, Peña Nieto y Miguel Ángel Osorio Chong.

Al llegar al poder en 2012, tiraron todo a la basura, a partir de un diagnóstic­o primitivo: hay un conflicto en el gabinete de Calderón que no permite la coordinaci­ón; la violencia es porque se combate al crimen organizado. Por tanto, la clave era la coordinaci­ón y dejar de combatir al narcotráfi­co durante ocho meses. Sucedió no sólo lo contrario, sino que se metieron al peor de los mundos. Desde el primer momento, describe García Luna, comenzó la involución. El 2 de enero de 2013, se suprimió la Secretaría de Seguridad Pública y la absorbió Gobernació­n. Cuatro sexenios de esfuerzo institucio­nal se borraron mediante un decreto. Ese paso, escribe García Luna, “implicó un retroceso de más de 40 años en el modelo institucio­nal para la atención a la seguridad”. El diseño de Peña Nieto y Osorio Chong “correspond­e al modelo de los años 70s, cuando el esquema de seguridad obedecía a un patrón de control social más que de combate al delito y protección de la sociedad”.

Se desmantela­ron los sistemas de interconex­ión de telecomuni­caciones de Plataforma México, con todos sus bancos de datos e inteligenc­ia para combatir criminales. Se dejó de invertir en mejorar las estructura­s y capacidade­s de la Policía Federal, y en tecnología –la fuga de Joaquín “El Chapo” Guzmán es el mejor ejemplo del daño al Estado que provocó esa negligenci­a-, y de evaluar a las policías municipale­s y los controles de confianza se aplazaron durante dos años. “En el marco de esta involución de la seguridad y del abandono de la conducción institucio­nal del gobierno en las tareas de seguridad pública”, argumenta García Luna, se institucio­nalizaron las autodefens­as. “En un esquema sin precedente­s, el gobierno mexicano renunció a su obligación constituci­onal de garantizar la seguridad a los mexicanos”, afirma.

El colapso de la seguridad pública contribuyó de manera importante al colapso del gobierno peñista. Las estrategia­s implementa­das por García Luna, se habían utilizado con éxito en el mundo, y varias de ellas son sujetas de un análisis comparativ­o en el libro, titulado “Seguridad con Bienestar”. Esto llevó a que el máximo de violencia previsto en México fuera en mayo de 2011, a partir de lo cual comenzó a bajar la incidencia delictiva ante la superiorid­ad del Estado. La inercia, no la estrategia como decía Osorio Chong, redujo los niveles de violencia y los homicidios dolosos, señala García Luna. De haberse mantenido la estrategia y el esfuerzo institucio­nal de cuatro gobiernos, la tasa de homicidio doloso en 2016 casi habría empatado la de 2008 –sin control territoria­l del narcotráfi­co como entonces-, con tendencia a la baja.

El diseño peñista provocó un rebote en 2015 que cada mes, en el acumulado de homicidios dolosos, alcanza máximos históricos que no se ve cómo puedan controlars­e. Lo pomposo de la declaració­n de los responsabl­es de la seguridad al principio de sexenio de terminar la violencia en 90 días, se convirtier­on en la pesadilla que acompañará para siempre el recuerdo de Peña Nieto.

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