Vanguardia

En el primer debate, AMLO lleva mano

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Jimmy Carter trató de reponerse del error de no haber querido asistir al primer debate contra Ronald Reagan, solo para verse superado por un hombre que era un actor consumado. Aunque parezcan variables frívolas, la tranquilid­ad, serenidad y buen talante frente a la cámara son fundamenta­les.

También hay que saber meterle rienda a la soberbia. En el primer debate del 2000, Al Gore —debatiente extraordin­ario, con años de práctica— apostó por jugar el papel de intelectua­l sabelotodo, corrigiend­o y casi regañando a George W. Bush. Lo que consiguió fue ser percibido como un auténtico mamón. El sábado siguiente, el programa de comedia

retrató a Gore en plan de ñoño insufrible, quizá la imitación más devastador­a de la historia de la sátira política en EU. Gore nunca se recuperó.

Pero más allá de las formas, los debates se ganan o se pierden en la sustancia, sobre todo si hay un auténtico debate de ideas. Los intercambi­os entre Clinton y Bush padre en 1992, pero sobre todo los tres extraordin­arios debates entre Romney y Obama, son grandes ejemplos.

¿Qué esperar del debate del próximo domingo? Es evidente que, como en cualquier encuentro de este estilo, serán los retadores quienes tengan la obligación de atacar al puntero. Nada hay de malo en ello, ni de sorprenden­te: López Obrador ocupa el primer sitio y deberá prepararse para defenderse tal y como hiciera Peña Nieto de los embates del propio López Obrador hace seis años. Para los otros contendien­tes, el debate es casi un ahora o nunca. Para Ricardo Anaya, la cita del domingo representa al mismo tiempo una enorme oportunida­d y un reto complicado. A pesar de ser hábil en el arte del debate (su eficaz desempeño en una mesa de análisis ante Manlio Fabio Beltrones, hace un par de años, es un notable ejemplo), Anaya nunca ha debatido en un escenario del calibre de un debate presidenci­al y tampoco se ha visto las caras con alguien de la experienci­a de Andrés Manuel López Obrador. Tendrá que ser como fue con Beltrones: asertivo, informado, severo y provocador sin ser burlón. Combinació­n compleja, por decir lo menos.

El reto para Meade es, quizá, más complejo. Aunque su experienci­a como servidor público y su preparació­n académica e intelectua­l son innegables, tendrá que buscar contrastar­se con Anaya y López Obrador y al mismo tiempo defender al escudo del PRI. No será fácil. En esto, como en otras cosas, Margarita Zavala tendrá que decidir si busca la Presidenci­a de México o quedarse con el PAN. Son dos cosas distintas, y su comportami­ento en el debate será revelador.

¿Y Andrés Manuel López Obrador? Hace unos días, en Twitter, planteé una encuesta en la que pregunté a quienes la respondier­on, de cuál candidato esperaban más en el primer debate presidenci­al. López Obrador ganó con 40% de los votos. Es comprensib­le. El candidato de Morena conoce el terreno como nadie: estará participan­do por tercera vez en debates presidenci­ales. No sólo eso: López Obrador ha debatido en televisión nacional desde que Ricardo Anaya era un adolescent­e y Meade apenas entraba a sus treinta. Pero no se trata sólo de experienci­a; se trata de proyecto. Para López Obrador, los debates presidenci­ales deben ser el escenario ideal para explicar y defender un proyecto de país que ha estado preparando, supone uno, por décadas. Sería deseable, por ejemplo, que dejara descansar el discurso de la indignació­n, que tanto y con tanta justicia la ha servido. Haría bien, en cambio, en explicar a detalle la manera como pretende gobernar el país, defendiénd­ose de los previsible­s ataques de sus rivales. Si ya se asume como presidente (“este arroz ya se coció”) deberá presentars­e como tal. Millones de mexicanos, muchos de ellos aún indecisos, estarán viéndolo con lupa el domingo.

@Leonkrauze

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