KAROL JÓZEF WOJTYŁA
JOSÉ MARÍA MARDONES en su libro “Matar a Nuestros Dioses” comenta: “No hay duda de que la religión posee algo que puede afectar profundamente a la interioridad, la mente y los sentimientos del ser humano y llegar a trastornarlo. Estamos viendo cómo ciertas ideas religiosas y de Dios son fácilmente manipulables y utilizables por ideologías para sus fines. No hay más remedio que defenderse mediante una vigilancia crítica.
Tomamos conciencia de la peligrosidad social y política de las representaciones religiosas, a través de su capacidad movilizadora y del entusiasmo y entrega que producen.
Necesitamos encauzar bien estas fuerzas si queremos tener una sociedad sana y unas relaciones entre sociedades, culturas y civilizaciones que superen la violencia y el enfrentamiento mortífero. Para ello es preciso tener una idea adecuada de Dios. Esto exige una buena formación e interpretación de Dios. Y un rechazo y liquidación de las imágenes peligrosas, perversas e idólatras de Dios.”
HAY MANERAS
Me he preguntado de qué sirve que en México exista una mayoría católica si, cotidianamente, vivimos desvinculados con lo que esta religión profesa: ¿acaso no existen algunas escuelas católicas en nuestra mismísima ciudad en donde el dinero se postula sobre la mismísima religión al exigir el pago de las colegiaturas como derecho a presentar exámenes, sin considerar el desempleo o las penurias económicas de los padres de familia; o al cobrar adeudos, como agiotistas, cuando no se cumplió el pago con puntualidad inglesa? ¡Vaya maneras! ¡Vaya solidaridad cristiana!
Pero también habría que analizar las propuestas populistas que relacionan el gobernar con las cosas de Dios. Parece que a los políticos se les olvida, por conveniencia, la esencia de Cristo: Lo que es a Dios a Dios y al César lo que es del César. Ellos (quienes sean) confunden la moneda solamente por el cinismo de ganar votos.
¿DÓNDE ESTÁ?
O bien, si con el próximo –prójimo– actuamos injustamente, si hablamos con mentiras, si somos violentos, si somos corruptos, si no obramos a favor de los más desprotegidos. Si hacemos prejuicios de las personas distintas …a nosotros. Hoy que el país se ha teñido de rojo. ¿Dónde está la presencia católica en México?
RECORDANDO…
Hoy, que El Papa Francisco se encuentra transformando su Iglesia, recuerdo a Juan Pablo II, al hombre, a ese personaje que cuando yo era joven nos propuso “no tener miedo”.
Juan Pablo II, siendo ya muy viejo sorprendió al Mundo. Mi generación fue testigo de su fortaleza y dignidad ante la enfermedad, de un dolor que lejos de limitarlo, lo empujaba a seguir.
Es cierto, este Papa, en la última etapa de su vida, jamás ocultó su vejez, tampoco el dolor y esfuerzo físico descomunal que emprendía para cumplir con su misión. Sin duda, este hombre dignificó a la equivocadamente denominada “tercera edad””, por no saber que ésta se vive como realmente es: “llenísima de vida”.
La entereza espiritual de Juan Pablo II, hoy continua atrapando a un mundo que suele poner en un pedestal al estado de “juventud”, a la belleza física y salud corporal; que repudia el envejecimiento y segrega, margina y se avergüenza de sus ancianos; a esos que, artificiosamente, proclaman la idea de la eterna juventud.
Juan Pablo II, ante esta materialista realidad, se presentó arrastrando su cuerpo con su voz apagada pero sonora, para revelar un hecho que, sin duda, en la actualidad es novedad: la vejez es una etapa de la existencia tan honrosa, grandiosa y productiva, como la mismísima juventud.
ARRASTRANDO EL CUERPO
Desde inicios los 2005, año en que murió, recuerdo verlo sufrir tremendamente. Su rostro anunciaba cansancio y ocaso. Sus movimientos lentos y pausados denunciaban los ineludibles estragos de la edad y el posible desenlace de una biografía tocada infinidad de veces por la tragedia y las penas.
En aquellos días alguien dijo que al ver Juan Pablo II se podía percibir un alma arrastrando a un cuerpo. Dramática, pero acertada definición derivada de su estado de salud, sobre todo si recordamos sus primeras visitas a México.
Su encorvamiento corporal advertía el indescriptible peso de su responsabilidad. Su voz pausada, entrecortada y débil, manifestaba que la salud había desertado de su cuerpo. Su mirada, limpia y penetrante, expresaba afectación por los problemas morales del mundo. En sus últimas apariciones públicas, los contemporáneos fuimos testigos del cuerpo y del rostro de un sacerdote doliente, de un hombre físicamente enfermo y débil pero, paradójicamente, repleto de fortaleza y esperanza.
‘TOTUS TUUS’
Es significativo que, tras una de sus últimas operaciones, haya bromeado escribiendo una frase: “pero ¿qué me han hecho?” E, inmediatamente, continuara su mensaje con las palabras: “Totus Tuus” (Todo Tuyo), lema que escogió para su pontificado.
Juan Pablo II ofrecía una paradoja difícil de comprender: un viejo cuerpo, una “envoltura carnal”, encerrando, conteniendo, coexistiendo -conviviendo propongo yo- con un espíritu joven, recién estrenado, desbordante, que milagrosamente era capaz de transformar minuto a minuto el dolor, el sufrimiento y la vejez corporal en manantial de enseñanza, vida y amor.
EL TRIUNFO
Mi generación atestigua la supremacía del espíritu sobre el cuerpo. No encuentro otra explicación de sus inexplicables recuperaciones, de su permanente productividad. Su propuesta sigue siendo radical: evidenciamos un asunto del espíritu, un incuestionable argumento de la existencia de Dios.
Karol Józef Wojtyła fue un hombre que optó por su misión, por su vocación, sobre las dolencias del cuerpo. Porque sencillamente, como ser humano, hubiese deseado terminar su existencia entre comodidades y atenciones médicas, sin agotadores viajes (e innecesarios para los que no comprendieron su misión y propuesta evangélica); pero decidió anteponer su encomienda a sus preferencias personales; su sacrificio manifestó que no era su voluntad la que realizaba, sino una propuesta de Dios.
Juan Pablo II, fue un ser humano inspirado por la fuerza de Cristo; una persona, de carne y hueso, como nosotros, que decidió doblegar su propio cuerpo, al mismísimo materialismo, por una causa suprema; que libremente prefirió llevar invicta, hasta el fin, su vocación de vida. Jamás llegaremos a comprender este misterio si continuamos con la terca obstinación de buscar a Dios donde no se encuentra.
Su legado hoy convoca a los niños y jóvenes a trabajar, a prepararse para construir una mejor vida a sus semejantes, a salir delante de sus penas y dolencias; a ser generosos con aquellos que son menos afortunados.
El lento caminar de sus últimos años reclama respetar, apreciar y convivir con los ancianos, a que no olvidemos que la vejez solamente se encuentra en los espíritus que han renunciado a ser, que no se mide por el paso de los años, sino por el estado de ánimo y las actitudes con las cuales se emprende la vida.
UN LLAMADO TOTAL
Su tercera edad vivida intensamente, invita a la juventud a tener inmensos ideales, a luchar, sin tregua, a emprender su misión, su llamado: la vocación de su existencia.
La inquebrantable esperanza que poseía este hombre, sigue reclamando renunciar al miedo, a dejar procuraciones, angustias, pesadumbres y dudas en las manos de Dios. Los estimula a vivir libremente. A los mexicanos en general nos sigue convocando a la concordia y la paz.
Juan Pablo II, legó, a un mundo empobrecido espiritualmente, razones de esperanza, alegría, vida y amor.
Él fue, como hoy Francisco, más niño, que muchos de los niños; mucho más joven que muchos de los jóvenes. Fue un hombre invicto, un Papa que supo mirar el futuro de la humanidad con esperanza.
A 13 años de su partida, posiblemente, no hemos aprendido a ser testimonios de eso que Juan Pablo II proclamó.
Es necesario transformar la burda religiosidad por una vivencia de religión auténtica, tal como la que profesó Juan Pablo II, siempre desechando a los falsos dioses, pero también a los aparentes profetas de la política que confunden a Dios con César.