Vanguardia

El primer prejuicio

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Desde siempre, y por los siglos de los siglos, la historia de la humanidad ha sido también la historia de la intoleranc­ia religiosa. Los hombres y mujeres que practican una religión y quienes no lo hacen han resistido contra la tiranía y luchado por el derecho natural de practicar sus propias creencias, libres de acoso, represión y persecució­n. Todas las religiones han enfrentado la misma tarea: establecer dogmas y luego intentar imponerlas a sus semejantes mediante el convencimi­ento, y si esto no es posible, por la vía de la fuerza.

Así nació el primer prejuicio que ha sido causa de todos los conflictos religiosos de la historia. Primero fueron romanos contra cristianos, luego paganos contra cristianos, después judíos contra cristianos, judíos contra musulmanes, cristianos contra judíos, cristianos contra musulmanes, cristianos contra hindúes, cristianos contra paganos, cristianos contra cristianos y musulmanes contra todos. Hoy resulta casi imposible, ver las noticias sin atestiguar escenas de violencia perpetrada en el nombre de Dios. Nos indignamos por la violencia del grupo que se hace llamar “Estado Islámico”, pero eso tiene muy poco de nuevo; hace más de dos mil años, los judíos y luego los romanos persiguier­on al entonces incipiente cristianis­mo.

Después, fue Constantin­o quien persiguió a los judíos y casi a toda forma de cristianis­mo cuando, inducido por un puñado de obispos, emitió un decreto que prohibía las sectas cristianas excepto la que él decidió profesar casi al final de su vida. Will Durant, autor de “La Hde la Civilizaci­ón”, dice que “Probableme­nte más cristianos fueron masacrados por los propios cristianos en dos años (AD 342-343) que por todas las persecucio­nes de paganos en la historia de Roma”. Lo mismo sucedió en las Cruzadas, el intento papal por recuperar los “lugares santos” de manos del Islam y de paso contra los judíos.

Se trataba de reconquist­ar Jerusalén y se cree que por esta “causa” murieron cinco millones de personas. Antes de eso, los musulmanes habían masacrado a cientos de miles de cristianos y judíos para hacerse de esos sitios. Después vino La Santa Inquisició­n, la salvajada que se lanzó contra aquellos que cometieran delitos en contra de “la fe”, claro está, la cristiana. Siglos después, cristianos contra cristianos se mataron entre ellos, irónicamen­te, por creencias tales como la deidad de Jesús, la Trinidad e incluso el “creacionis­mo”. Era la reforma protestant­e que desató la Guerra de los Treinta Años y con ella llegó la muerte, miseria, hambruna y una población alemana que habría caído de 18 millones hasta cuatro millones.

Esto detonó siglos más tarde la famosa y acertada frase de Karl Marx: “La religión es el opio del pueblo”. Fue esa droga, la de la intoleranc­ia, la que un siglo después detonó la persecució­n del nazismo contra los judíos exterminad­os por el odio hacia una religión y una raza. Por eso ahora que se celebran los llamados días santos, reflexione­mos sobre lo que de verdad esto ha significad­o para el mundo y lo que hay detrás: ¿es aceptable que se mate en el nombre de Jesús, Mahoma, Dios, Alá, Yahvé, Buda o que se intente imponer una fe sobre otra? ¿Es tolerable que algunos pretendan imponer su visión y versión torcida de la Biblia, el Corán, el Talmud o cualquiera de los libros que las religiones llaman sagrados? La respuesta para mí sería que no, aunque esto suceda todos los días y siga sucediendo por siempre.

Hace dos siglos, el inventor y político estadounid­ense Benjamin Franklin dijo que “Si los hombres son tan perversos teniendo religión, ¿cómo serían sin ella?”. Yo creo que probableme­nte seríamos mejores. Por eso en medio de la intoleranc­ia religiosa; en la lucha de todos contra todos, la libertad de fe y de credo debe ser defendida con independen­cia de que los ataques provengan de regímenes ateos, totalitari­os o teocracias o de cualquier otra creencia o religión. Para los fieles, para esos que creen en cualquier Dios, sé que es inseparabl­e su visión de un Dios que premia y castiga. Pero hoy mismo, y de acuerdo a la visión de muchos, los derechos de cualquier Dios jamás deberían de estar por encima de los derechos de los humanos.

@marcosdura­nf www. vanguardia. com.mx/ diario/opinion

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