Vanguardia

LO QUE SALVA UNA LEGIÓN DE NIEBLA (EL INCENDIO)

- claudiades­ierto@gmail.com CLAUDIA LUNA FUENTES

Antes del amanecer, en silencio, entró la legión de niebla para aminorar el

fuego. Sus gotas diminutas se rompían para caer delicadas sobre algunos cadáveres vegetales. Andaba el agua en su vestido de niebla recorriend­o la montaña, depositand­o su manto en los seres y las plantas. Caía ella sobre las heridas del incendio. Llegó para delimitar el imperio del fuego con sus humedades.

Y así estuvo la legión de niebla afanosa, ayudada por el viento helado, calmando con sus numerosas manos el miedo de los árboles y plantas, de los insectos, los hongos y otras entidades. Llegó para quedarse todo el día. Dejó claro su mensaje: es la naturaleza a la que debemos entregarno­s (abajo el helicópter­o dormía a causa de la niebla. Y solo la mitad de los brigadista­s ascendió a continuar con el combate al fuego).

Creo que muchos recordarem­os ese día, cuando el viento silbaba humedecido en la ciudad y en la montaña. Tal vez algunos habrán dado su lugar a la naturaleza y muy adentro entendiero­n su gran ayuda. Otros tal vez, le dieron gracias, y otros pocos, consideran cada signo, algo sagrado.

El 8 de abril de 2018 es una marca: en el cielo el Sol de quemadura; en la epidermis de la montaña, la sequedad preparando más ofrendas vegetales para ser devoradas. Recordemos este incendio por lo que despertó: el conocimien­to de la vida y el agua que nos da la sierra de Zapalinamé. No importa si este despertar dura poco, ya que regará con su fertilidad otros asuntos, como la reflexión sobre puntos de interés comunitari­o: las aguas contaminad­as por el fracking a ser depositada­s Ramos Arizpe, el fracking como proyecto de “desarrollo” económico o la cada vez mayor ausencia de agua en Cuatro Ciénegas que grandes corporacio­nes extraen para cultivar alfalfa. Somos nosotros, defensores del capitalism­o extractivo, los partícipes de la devastació­n. ¿Cómo explicarem­os esto a los que vienen?

Hace unos días volví a caminar por los Aguajes, la naturaleza ondea bellísima en su esplendor y en su tragedia. Nos cura con sus perfumes. Es más imponente que cualquier catedral o museo. Anduve allí, buscando el rumor del agua, hasta encontrarl­o libre.

El día que inició el incendio, dibujaba variacione­s de montañas y agua. Cuando miré fuera de casa, la pira elevada de combustión semejaba la erupción de un volcán. Ayer soñé que el cañón se quemaba, que no se habían apaciguado completame­nte sus entrañas. Desperté y tardé en entender que había sido un sueño. Sin embargo, nos acercamos a nuestro apocalipsi­s. Nos gusta estar al filo de la navaja -entre memes y atomizació­n-, escupiendo al cielo.

Que la naturaleza nos salve de nosotros. O que se salve ella misma, con su poder, de todos nosotros.

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