Vanguardia

La vida misma

-

Nada es gratuito, nada. Todo tiene que ver con todo. Suena a cantaleta ya sobada, pero no es así. Por algo, en el inicio de la vida y del tiempo (al menos en la Biblia), Dios en el primer día de su creación dijo: “Haya luz” (Génesis). Luz, no oscuridad. ¿Qué es la oscuridad, lo negro, lo cerrado del firmamento? Ausencia de luz. Por eso buscamos la luz incansable­mente, la flama de una vela la cual habrá de guiar nuestros pasos en este tráfago terreno llamado vida. Y vida, seamos francos, sólo hay una. No creo en otra vida y menos en eso llamado reencarnac­ión. Si somos polvo de estrellas (en nuestro ADN estamos compuestos de esto, según una gran teoría de Carl Sagan), formamos parte del cosmos y nuestro lugar en éste es un lugar único y privilegia­do. Irrepetibl­e. Nada hay más bello a este momento en el cual pergeño estas líneas buscando su lectura y atención. Al terminar la frase, el momento se ha evaporado. Ya es recuerdo, tiempo pasado. Por ello, nuestra epifanía es a cada instante, a cada momento, a cada golpe de tecla, pespunte y zurcido en el tejido de nuestra existencia misma…

Atentos lectores, como usted el cual hoy me favorece con su atención, me han comentado de un par de textos aquí publicados en lunas pasadas, donde me hago la pregunta de ¿qué es lo importante en la vida? A propósito y en mi caso, de tejer más letras en este espacio, poniendo el acento en la literatura, buenos libros, recordando autores imprescind­ibles, discos y música de colección y claro, en contrapart­e, dejar de lado aquellos lastres que nos han limitado grandement­e: la insana política, el ocuparnos y preocuparn­os demasiado en la corrupción galopante que a todos lastima y hiere, el viciarnos en los pequeños y mínimos funcionari­os los cuales hacen de la hacienda pública su reino personal.

¿No sería mejor vivir? Así de sencillo y complicado a la vez. Sólo vivir. Agregarle letras a la biografía de nuestra vida. Esto es lo que de verdad importa. Y nuestra vida no debe de estar limitada, como lo vivimos líneas arriba, a una sola esfera de dimensión social, como lo es la putrefacta política local o nacional. No. Nuestra vida debe de nutrirse de todo aquello que en realidad vale la pena vivirse, valga ahora sí la redundanci­a. Y vivir fue lo que dos humanos, dos escritores excepciona­les hicieron y al hacerlo, dejaron huella. Fueron el poeta, y tal vez de los últimos pararrayos celestes en la tierra, John Ashbery (1927-2017) y el narrador uruguayo, pero avecindado en Cuba, Daniel Chavarría (1933-2018). Ashbery murió de 90 años. Chavarría a los 85. Vidas intensas, vidas al límite las cuales nos ejemplific­an y fortifican en nuestra tarea irrenuncia­ble: existir.

Y cosa un tanto curiosa, digo yo. La muerte de ambos estetas (insisto, esto es realmente lo importante para mí) ha pasado desapercib­ida (la de John Ashbery el año pasado, no mereció atención de una buena necrológic­a) en una especie de sorda ignorancia que nos sume aún más en nuestra proverbial afasia y apatía. Hoy destaco entonces la muerte del maestro Daniel Chavarría el cual… estuvo en Saltillo en la década de los años noventa del siglo pasado, a invitación del entonces Instituto Estatal de Bellas Artes. Vino a la ciudad a dictar senda conferenci­a de literatura y a presentar su novela ganadora del prestigiad­o Premio Planeta de España, “El ojo Dindymenio”.

¡Caray!, nadie lo ha recordado ni valorado en este pueblo ya perdido y vulgar, el cual se goza en “escritores jóvenes” los cuales editan libros a pasto con faltas de ortografía (imagino nadie los lee, por ello nadie se da cuenta). El maestro era un engatusado­r de audiencias. Barba alba, ya en aquel tiempo, corpulento en su complexión, cuando hablaba, el silencio era atronador. Daniel Chavarría ganó con sus letras algunos de los más prestigiad­os premios literarios del mundo: el “Edgar Allan Poe” en Estados Unidos, el “Casa de las Américas”, el “Bartolomé Hidalgo”, “El Premio Nacional del Libro de Uruguay”, el “Dashiell Hammett”, el “Pecara” y claro, el ya mencionado, el internacio­nal “Premio Planeta.” Lo conocí aquí en Saltillo y me le colgué al brazo para almorzar y comer con él en dos o tres días que deambuló por la ciudad (aquí en VANGUARDIA debe de estar consignada su visita).

En Colombia, enrolado con la guerrilla de aquel país, al sólo tener un libro en sus alforjas, lo memorizó completame­nte por tanta relectura. En latín. Era “La Odisea” del divino Homero. Políglota, era impresiona­nte cuando el maestro Chavarría se ponía a deletrear fragmentos del poema homérico. De hecho, el narrador era profesor de Lenguas Clásicas en la Universida­d de La Habana, Cuba, lugar que escogió para vivir y morir. Cuando lo descubrier­on en sus actividade­s con la guerrilla colombiana (fue declarado “terrorista internacio­nal”) y como el maestro Daniel Chavarría no sabía manejar auto… decidió secuestrar un avión para huir con su mujer y su hija. Lo anterior lo contaba como si fuese una travesura infantil. En fin, el gran narrador se entregó a eso que los jóvenes de hoy han renunciado: vivir y leer.

Esto, señor lector es lo realmente importante. www. vanguardia. com.mx/ diario/opinion

JORGE ISLAS

> La quita del fuero: populismo constituci­onal > Yarrington: la historia enterrada

ARNOLDO KRAUS

> Donación de órganos

 ??  ??
 ??  ?? ROBERTO ROCK L.
ROBERTO ROCK L.
 ??  ?? JESÚS R. CEDILLO
JESÚS R. CEDILLO
 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico