Diario de un nihilista
El prójimo y su fantasma Caos de las voluntades encontradas, no ha de prevalecer jamás la mía, si es tan irregular su travesía en un campo de múltiples entradas. ¿Suben o bajan estas mismas gradas las figuras de la melancoholía? Que las almohadas de la fantasía habrán de amanecer defenestradas. El azar y sus prevaricaciones tornan al prójimo en un enemigo o en insólita estatua de ectoplasma. Así, la voluntad sin anfitriones ha de habituarse a reposar consigo, aprendiendo su oficio de fantasma. Arco iris Incluso la nada es algo, los fantasmas tienen bulto; la amargura y el insulto entran apenas yo salgo. La maledicencia es galgo que suelta como un indulto el juez público: su estulto dicho mide cuánto valgo. Que otros el vinagre beban de la infamia y la mentira. La pesadilla, no el sueño es la realidad que abruma. Apura mi ojo risueño el arco iris que gira. Centauro Salgo de mí y no veo más que despojos de realidad, en donde el pensamiento detiene su continuo movimiento y altera la balanza de los ojos. Disipan su ceniza tantos rojos días y negras noches sin asiento y la memoria sin remordimiento se pone entre cascajos y entre abrojos. Sentado ante la mesa, cual centauro oteo la realidad que se disgrega, equidistante del deseo y la praxis. La escritura no corta aquí otro lauro que el de recomponerla en sorda brega, cosiéndola en un hilo de sintaxis. Noúmeno Lo único real es el yo, lo objetivo es el sí mismo: a un paso se halla el abismo, la muerte, el caos, lo que no. Así, después que cayó, no hay vuelta del ostracismo, el yo apura el paroxismo, no se recompone en lo unitario de su ser, y la palabra lo nombra omo fenómeno puro, como simple acontecer. El mundo al fin es la sombra que lo vuelve más oscuro.