Hacia un futuro de paz
Los gestos, las actitudes fueron destellantes.
Los dos coreanos dirigentes, Kim Jong-un y Moon Jae-in, uno del norte y otro del sur, llenaron las pantallas del mundo con una serie elocuente de actitudes, gestos y acciones comunes. Eran gritos silenciosos que proclamaban reconciliación.
Estrechar las manos, sonreír, mirarse a los ojos, juntar las manos y cruzar juntos la línea fronteriza hacia el norte y hacia el sur, sin muros ni aduanas, con un simple paso. Elevar las manos juntas en señal de victoria y darse un estrecho abrazo de fraternidad. Y después los acuerdos, escritos firmados y recíprocamente entregados, de desnuclearización de la península.
Comprometerse a la prosperidad, a la reunificación progresiva y a reducir gradualmente arsenales para iniciar una era de paz, sin tensiones militares. Cooperar con la comunidad internacional para lograr esos objetivos y buscar la reunión de las familias, que quedaron dispersas por la guerra en los años 50 a 53. Eso es diseñar futuro feliz y sembrar esperanza.
Eso es el horizonte luminoso, más allá de la postmodernidad. Es el contraste frente a las violencias nacionales e internacionales que destruyen y matan, y los proteccionismos que separan y aíslan. Es cambiar el lenguaje altanero y cáustico, y los lanzamientos experimentales de misiles de gran alcance por acciones que clamorean acercamiento y pacificación.
La unión de lo diverso es el mensaje de la Creación.
La complementación de lo no semejante es el espectáculo constante que se contempla en el universo. En su nombre lleva ese sello de pluralismo y diferencias, conjugadas al servicio de la existencia, de la vida y de la comunidad.
Desde esta ciudad, de clima no sólo benigno sino enigmático, se contempla en una tarde de abril, en plena primavera, el sol poniente, lluvia, granizo y arco iris, en simultáneo esplendor. Es la unión de lo diverso como augurio de mejor novedad. Son los sabios sistemas ecológicos presentes como modelos para la convivencia humana.
Los procesos democráticos, por los que una comunidad nacional da el mandato para promover el bien común, han de tener una ética de humanización en que se respeta a la persona humana y sus derechos básicos, sin descartes ni satanizaciones.
Se requiere multiplicar los signos de hidalguía, de caballerosidad, de madurez relacional, de magnanimidad con todo el abanico de las virtudes cívicas.
El ejemplo de las “dos Coreas”, en su marcha hacia la unidad, es inspirador para todos los países que no quieren muros fronterizos ni murallas internas, sino convivencia digna y fraterna como el mejor porvenir...