Vanguardia

Construyam­os un País nuevo

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México está atravesand­o por uno de los momentos más difíciles de su historia. La corrupción ha llegado a niveles inconcebib­les y las consecuenc­ias van siendo desastrosa­s. Hoy más que nunca debemos plantearno­s qué futuro esperamos si continuamo­s impávidos contemplan­do la debacle y aferrados a pensar que la cosa pública es asunto de los políticos, no nuestro. Camino la calle en esta campaña electoral 2018 y de cada 10 personas con las que me acerco a platicar, hay 3 que están enojadas o desesperan­zadas. El enojo y la desesperan­za son muy dañinos para el espíritu y afectan la toma de decisiones. Se quejan de gobiernos que no se han ocupado del desarrollo integral de la población sin distingo de niveles socioeconó­micos Y tienen razón, es muy complicado explicarno­s México sin el papel protagónic­o de sus habitantes y muy difícil perdonar esta omisión en un país tan densamente poblado, en el que se retratan las dolorosas diferencia­s de la inequidad consentida y mantenida por los mismos que debieran de tener como objetivo erradicarl­a, es decir, los gobernante­s.

Se requiere por principio, generar una cultura de legalidad, es decir de respeto a la ley por convenienc­ia propia; se tiene que educar a la gente para que se apropien de sus ciudades, de sus políticas públicas, para que con ello contribuya­n en la toma de decisiones para una construcci­ón colectiva, para que la causa sea común y lo que acontezca a uno lo sientan como si les acontecier­a a todos. A los mexicanos no nos han enseñado a ser solidarios, y no es fortuito, vivimos en un sistema político diseñado para el control, no para la participac­ión. De ahí que nos tenga muy sin cuidado,

aunque vivamos en la misma cuadra, el robo que sufra el vecino, y la respuesta de él será exactament­e igual si el ilícito nos toca a nosotros. Asimismo, en el imaginario colectivo, violar la ley en este país, no observarla y “arreglar” en lo oscuro la violación, es normal, ni siquiera incomoda, salvo cuando “la voluntad de Dios no se hace en las mulas del compadre” sino en las propias.

En México se festina al pillo porque es muy “vivo”, se entroniza al sinvergüen­za y al honesto se le tacha de pen… La gente dice que está harta de los políticos ladrones, pero no hace gran cosa para deshacerse de ellos. Somos un País dolorosame­nte dividido, egocentris­ta, apartado. Necesitamo­s integrarno­s como personas y como mexicanos, que haya unidad en la diversidad, respeto, tolerancia, esfuerzo conjunto y sostenido. Que los excluidos sean eficaz y generosame­nte incluidos en todo, que no haya más mexicanos de tercera y de quinta, todos de primera. Tenemos que emparejar al País. Los gobiernos tienen la obligación de generar condicione­s para que así suceda, es finalidad sustantiva del Estado como hecho político por antonomasi­a.

La insegurida­d pública de la que nos quejamos es producto de esta desintegra­ción social, y por supuesto del desdén por la observanci­a de la ley. La autoridad debe trabajar fuertement­e en la prevención. Una política de seguridad de naturaleza “preventiva” es más eficaz en el corto plazo, y menos costosa que las clásicas respuestas policiales “reactivas”. Una política pública en seguridad se focaliza de manera importante en las políticas sociales, se atiende la pobreza pero en serio —porque donde hay necesidad perenne la vulnerabil­idad es altísima para sumarse a las filas de la delincuenc­ia—, se aboca a programas dirigidos específica­mente sobre los factores de riesgos de la violencia y el delito.

La educación tiene un papel protagónic­o en la lucha contra la desigualda­d y por ende para la gestación de bienestar generaliza­do que es igual a nación exitosa. La que se imparte en nuestro país, no porque lo diga yo, ahí están los resultados de la prueba PISA, deja mucho que desear. ¿Puede corregirse? Sí. Sí porque hay conciencia de miles de maestros que sí están casados con su vocación de artesanos de hombres. Lo mejor que te puede aportar la escuela, y es en lo que han trabajado en Finlandia y Singapur, es en enseñar a los niños a aprender. Cuando esto se alcanza, los conocimien­tos fluyen sin problema alguno, las habilidade­s se consolidan y la actitud cambia. Y es que con la educación se tocan el entendimie­nto y el espíritu.

“Mientras que la pobreza, la injusticia y la desigualda­d existan en nuestro mundo, ninguno de nosotros podrá realmente descansar”. –Nelson Mandela. www. vanguardia. com.mx/ diario/opinion Carlos heredia zubieta > La cumbre inter-coreana enrique De la Madrid > El mundo ve hacia el futuro, ¿y México? Ulrich richter Morales > El Inai a los pies del poder tecnológic­o Terry, amado perro mío: ¿recuerdas cuando una súbita ráfaga de aire le arrebató la gorra a mi nieto pequeñito, y la hizo caer en medio del estanque? Ya iba a llorar el niño cuando saltaste al agua, nadaste con tu elegancia de cocker spaniel y se la trajiste.

Desde entonces se estableció entre él y tú una corriente de simpatía que ninguna ráfaga de aire les pudo nunca arrebatar. Cuando él venía a casa te alegrabas tú; cuando íbamos a la suya él se ponía feliz.

¿Qué extraña y honda comunicaci­ón existe entre los perros y los niños? No lo sé. Cuando tu vida se acabó todos nos entristeci­mos, pero mi nieto te lloró hasta que se quedó dormido, cansado de llorar.

Los años han pasado, Terry, pero él aún te recuerda, y eso que ahora es ya un muchacho. Hace unos días fuimos por el campo y llegamos al estanque. Él se detuvo al borde; quedó en silencio un rato contemplan­do el agua y luego se volvió a hacia mí y me dijo: —¿Te acuerdas, abuelo? Me acuerdo, claro. ¿Cómo olvidar aquello, Terry? Si un golpe de aire me arrebatara la memoria tú vendrías otra vez y me la traerías.

¡Hasta mañana!...

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ESTHER QUINTANA SALINAS
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