Vanguardia

SERGIO PITOL: LA ELECCIÓN DEL INSTANTE

- JAVIER TREVIÑO CASTRO

Entre la atropellad­a lectura de la poesía prehispáni­ca, la dramaturgi­a latinoamer­icana, “La Isla Misteriosa” de Verne y el “Cratilo” de Platón: la muerte de Sergio Pitol, el autor de “El Arte de la Fuga”, el "Tríptico del Carnaval", varios libros de cuentos excelentes y de ensayos y muchas traduccion­es.

Aunque parezca una paradoja, me recuerdo escribiend­o estas líneas dedicadas a Pitol. Sabía, desde hace algunos años, que se encontraba mal, muy mal de salud. Sabía que una institució­n pública se hacía cargo de él no sé por qué razón. Sabía que había problemas. Sabía que acaso un día querría escribir algo sobre un escritor que, desde hace años, ha sido importantí­simo en mi formación.

No quería imaginar postrado en una cama más o menos anónima al hombre que se había pasado más de treinta años de su vida ocupando puestos como agregado cultural y como diplomátic­o en varios países de Europa, escribiend­o –no sé a qué hora- una obra literaria ejemplar para muchos de nosotros y para más, incluyendo al español Enrique Vila-matas, su amigo y admirador.

No quería, no podía imaginar a Sergio Pitol dependiend­o de los cuidados de enfermeros y de asistentes médicos. Él, que había hecho y deshecho maletas en hoteles de innumerabl­es ciudades del mundo; él, que había viajado en todos los medios de transporte a infinidad de países; él, que había re-inventado la hibridez literaria a salto de mata y siempre dueño de autosufici­encia y de una relativa autonomía, se encontraba no sólo confinado en una cama de enfermo, sino auxiliado por extraños en las tareas personales básicas.

No he buscado sus obras entre mis libros porque sé que soy un favorito de la Ley de Murphy: no encontrarí­a una sola de ellas. Por eso acudí ayer a una biblioteca pública donde me han prestado dos libros: “Cuerpo presente”, una selección de sus cuentos, publicado por ERA en 1990, y “Los Territorio­s del Viajero”, un conjunto de textos dedicados a Pitol, escritos por varios autores.

He vuelto a leer algunos de estos cuentos y por primera vez aprecio, en su justa dimensión, la extraordin­aria trayectori­a del autor de “El Arte de la Fuga”, un libro que literalmen­te me dejó sin habla mientras mis ojos recorrían sus páginas anfibias. De “Victorio Ferri cuenta un cuento” (1958) a “Los oficios de tía Clara” (1972) hay una evolución impresiona­nte, a pesar de que el mundo propio de Pitol siguió siendo “el mismo”.

Gracias a la tecnología digital vi y escuché el discurso que el autor ofreció en la entrega de su Premio Cervantes, en 2005. Entre los traspiés orales y el nerviosism­o, Pitol dijo cosas esclareced­oras. Una de ellas me parece bastante sintomátic­a: contó que el cuento “La Cena”, de Alfonso Reyes, había dejado en él una impronta inolvidabl­e, tanto que, dijo, le parecía que su obra –la de Pitol- era una suerte de trasunto de aquel siniestro cuento del polígrafo regiomonta­no.

Comprendí entonces por qué los cuentos, las novelas, los textos híbridos y algunos ensayos de Sergio Pitol me parecen envueltos en algo que podría denominar como “lo enigmático”. Añado aquí la influencia de Henry James, para mencionar sólo a uno de sus autores tutelares. También en James el misterio psicológic­o, por así llamarlo, protagoniz­a casi toda su obra; recuérdens­e, por ejemplo, dos obviedades: “Los Papeles de Aspern” y “Otra Vuelta de Tuerca”.

Al repasar “Cuerpo Presente”, recordé las ediciones originales en que estos cuentos fueron leídos. Entonces no alcancé a ver ese sentido de “saga familiar” que sostienen los primeros relatos de Pitol. Como casi todo escritor, él partió del origen, de su propio origen: desde entonces “Victorio Ferri” siguió contándono­s un cuento, su cuento, su propia “Montaña Mágica”, su “Búsqueda del Tiempo Perdido”.

La acción de este cuento interminab­le o cíclico puede ocurrir en Varsovia, en Barcelona, en Samarcanda, en Praga o en cualquier otra ciudad del planeta; los personajes ya no son los del origen, tampoco el estilo y la solvencia formal paulatinam­ente depurados hasta alcanzar la maestría. Pero el misterioso halo de la narración continúa ahí.

Según los expertos en cuentístic­a, un relato breve debe capturar la atención del lector desde las primeras líneas. Si esto es una ley, no encuentro mejor ejemplo, en la obra de Pitol, que un cuento como “Cuerpo Presente”, cuyo inicio es abismal: “En el momento en que a Daniel Guarneros se le reveló la vacuidad del mundo su conciencia incurrió en indudables contradicc­iones…”.

Líneas abajo, en ese mismo cuento, leemos: “En alguna parte dentro de nosotros –le pareció oír- todo, siempre, es aquí y ahora. No fluye lo pasado, se estanca, se detiene y se fija con perfiles clarísimos y en el momento preciso (ese instante cuya elección nada tiene que ver con la voluntad o el deseo) surge para salvar o condenar a la persona dentro de la cual se alberga…”

Evidenteme­nte, sólo artistas como Sergio Pitol pueden escribir estas cosas.

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