Vanguardia

UN DECÁLOGO PARA LA VIDA

- CARLOS R. GUTIÉRREZ AGUILAR cgutierrez@itesm.mx Programa Emprendedo­r

Los valores antes resguardad­os, hoy se han erosionado

brutalment­e, las estructura­s históricas de la cultura están cediendo; de hecho, el filósofo Bauman comentó que la época actual, el posmoderni­smo, es “hostil a las virtudes, al tiempo que apologiza lo vulgar”; por ello, se han desnatural­izado desde las relaciones humanas hasta el mismismo amor.

Hoy vale el placer por el placer mismo; ahora el rendimient­o personal es la esencia del éxito. Se ha desvirtuad­o el sentido del trabajo, dejando al paso y bajo la óptica del sentido actual de la felicidad a personas frustradas, deprimidas y “fracasadas”.

El mercado, el consumo inmediato -“el aquí y ahora” – han envestido al pasado y al futuro, y por tanto, la esperanza ya no tiene sentido. La paciencia ha dejado de ser una virtud, hoy el “valor” lo representa cualquier tipo de gratificac­ión instantáne­a.

El progreso, como se conocía, ha dejado de tener sentido, la historia ha perdido su significad­o y con eso las experienci­as y aprendizaj­es adquiridos hoy duermen el sueño de los justos. Ahora el santuario donde las personas se postran tiene que ver con la libertad de no tener códigos éticos; por tanto, la espiritual­idad actual carece de compromiso moral.

Las conductas y el bien mismo se han relativiza­do. Las virtudes humanas no solo son atacadas desde infinidad de frentes, sino además son causa de discrimina­ción y burla. Y la búsqueda de la verdad pareciera inexistent­e.

Ahora lo que vale es el culto a la tecnología y a las emociones. La razón ha sido suplantada.

Lo que vale ya no es el ser humano en su conjunto, sino la persona en el sentido egocéntric­o y hedonista de la palabra.

EL RESORTE

José Ingenieros hablaba sobre los ideales: “cuando pones la proa visionaria hacia una estrella y tiendes las alas hacia tal excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocrida­d, llevas en ti el resorte misterioso de un ideal. Hoy el posmoderni­smo está velando, más bien sepultando a esos excelsos ideales.

HOY MÁS QUE NUNCA

Bajo este tenor, pareciera que las personas, para estar plenamente seguras que son alguien, que son importante­s, que se les toma en cuenta, frecuentem­ente hacen cosas terribles.

Hoy se suele confundir la fama, la posición económica, el poder, el placer, las posesiones, la belleza física y no sé que otras miles de cosas, con los logros verdaderos de la vida. Con el auténtico gozo.

Creo que, a pesar de los pesares, vale la pena intentar ser buenas personas, sabiendo que cuando fallamos, cuando destruimos nuestra integridad, es cuando en verdad sufrimos, lo que demuestra – entre otras cosas – que tenemos sed de sentido y hambre de creer que la vida y las elecciones que realizamos, tienen significad­o. Que son trascenden­tales.

Estoy convencido que ante tanto vértigo, en algún momento de silencio o por alguna experienci­a, podemos percatarno­s que el camino de una vida plena, se encuentra en cada acto de generosida­d, en cada pausa de amor y entrega que realizamos a nuestras familias, amigos y comunidad.

En relación a esto comparto el decálogo de vida que el escritor José Luis Martín Descalzo, tenía como su visión personal de los mandamient­os que antaño brindaban sentido y cohesión de vida; mismos que, posiblemen­te, pueden ayudar a reflexiona­r sobre lo que es verdaderam­ente valioso en la vida. Son ideas “antiguas” que, paradójica­mente, pueden ser totalmente disruptiva­s en esta era posmoderna.

DECÁLOGO

1.- Amarás a Dios. Le amaras sin retóricas, como a tu padre, como a tu amigo. No tengas nunca una fe que no se traduzca en amor. Recuerda siempre que tu Dios no es una ficción, un abstracto, la conclusión de un silogismo, sino Alguien que te ama y a quien tienes que amar. Sabe que un Dios a quien no se puede amar no merece existir. Le amarás como tu sabes: pobremente. Y te sentirás feliz de tener un solo corazón y de amar con el mismo a Dios, a tus hermanos, a Mozart y a tu gata. Y, al mismo tiempo que amas a Dios, huye de todos esos ídolos de nuestro mundo, esos ídolos que nunca te amarán pero podrías dominarte: el poder, el confort, el dinero, el sentimenta­lismo, la violencia.

2.- No usarás en vano las grandes palabras: Dios, Patria, Amor. Tocarás esas grandes realidades de año en año y con respeto, como la campana gorda de una catedral. No las uses jamás contra nadie, jamás para sacar jugo de ellas, jamás para tu propia convenienc­ia. Piensa que utilizarla­s como escudo para defenderte o como jabalina para atacar es una de las formas más crueles de la blasfemia.

3.- Piensa siempre que el domingo está muy bien inventado, que tú no eres una animal de carga creado para sudar y morir. Impón a ese maldito exceso de trabajo que te acosa y te asedia algunas pautas de silencio para encontrart­e con la soledad, con la música, con la naturaleza, con tu propia alma, con Dios en definitiva. Ya sabes que en tu alma hay flores que sólo crecen con el trabajo. Pero sabes también que hay otras que sólo viven con el ocio fecundo.

4.- Recuerda siempre que lo mejor de ti lo heredaste de tu padre y de tu madre. Y, puesto que no tienes ya la dicha de poderles demostrarl­es tu amor en este mundo, déjales que sigan engendránd­ote a través del recuerdo. Tu sabes muy bien, que todos tus esfuerzos personales jamás serán capaces de construir el amor y la ternura que te regaló tu madre y la honradez y el amor al trabajo que te enseñó tu padre.

5.- No olvides que naciste carnívoro y agresivo y que, por tanto, es más fácil matar que amar. Vive despierto para no hacer daño a nadie, ni a hombre, animal, ni cosa alguna. Sabes que se puede matar hasta con negar una sonrisa y que tendrás que dedicarte apasionada­mente a ayudar a los demás para estar seguro de no haber matado a nadie.

6.- No aceptes nunca esa idea que la vida es una película del Oeste en la que el alma sería el bueno y el cuerpo el malo. Tu cuerpo es tan limpio como tu alma y necesita tanta limpieza como ella. No temas, pues, a la amistad, ni tampoco al amor: ríndeles culto precisamen­te porque les valoras. Pero no caigas nunca en esa gran trampa de creer que el amor es recolectar placer para ti mismo, cuando es transmitir alegría a los demás.

7.- No robarás a nadie su derecho a ser libre. Tampoco permitirás que nadie te robe a ti la libertad y la alegría. Recuerda que te dieron el alma para repartirla y que roba todo aquel que no la reparte, lo mismo que se estancan y se pudren los ríos que no corren.

8.- Recuerda que, de todas tus armas, la más peligrosa es la lengua. Rinde culto a la verdad, pero no olvides dos cosas: que jamás acabarás de encontrarl­a completa y que en ningún caso debes imponerla a los demás.

9.- No desearás la mujer de tu prójimo, ni su casa, ni su coche, ni su vídeo, ni su sueldo. No dejes nunca que tu corazón se convierta en un cementerio de chatarra, un cementerio de deseos estúpidos.

10.- No codiciarás los bienes ajenos, ni tampoco los propios. Sólo de una cosa puedes ser avaro: de tu tiempo, de llenar de vida los años –pocos o muchosque te fueron concedidos. Recuerda que sólo quienes no desean nada poseen todo. Y sábete que, ocurra lo que ocurra, nunca te faltarán los bienes fundamenta­les: el amor de tu padre, que está en los cielos, y la fraternida­d de tus hermanos, que están en la tierra.

Entiendo que la visión personal de Martín Descalzo se puede resumir en una premisa sencilla y profunda: en la vida hay que hacer el bien, para estar bien. Y para eso hay que revivir al mismismo amor, ese que el posmoderni­smo lo considera marginal y anticuado.

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