Vanguardia

En busca de un porqué

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Recuerdo, sin ahondar en detalles, que un joven saltillens­e se quitó la vida con un arma de fuego en el sótano de la Escuela Normal Superior. El suceso (que hoy quizás asumiríamo­s sin tanta incredulid­ad) dejó sumida a la ciudad en el azoro.

Ocurrió en noviembre de 2005. Era el caso 122 de aquel año en el Estado y el trigésimo noveno para esta capital. En el presente año, tan sólo en este primer tercio, casi igualamos la cifra con 33 casos.

La inmolación de aquel malogrado estudiante nos tomó tan despreveni­dos que sólo pudimos seguir nuestro protocolo establecid­o para estos trances: Purgar el estupor en comentario­s sin fundamento (como los arriba citados), hacer un reclamo hueco a las autoridade­s y seguir cobertura mediática con obligados expertos invitados; quizás, hacernos el propósito de estar siempre vigilantes y pendientes de nuestros seres amados.

Pero finalmente, y por paradójico que resulte, la vida devora a la muerte. Quiero decir, que necesariam­ente nos recuperamo­s y regresamos a nuestra rutina.

El suicidio y filicidio perpetrado el lunes son atroces, pero no es ni por asomo el primer evento de esta naturaleza. También en noviembre, pero de 2007, una mujer en la colonia Praderas asfixió con gas a sus menores de seis y cinco años, para después intentar quitarse ella misma la vida sin conseguirl­o. Y dos años más tarde, en marzo de 2009 otra madre de familia se roció con gasolina, lo mismo que a sus dos menores. Falleció como consecuenc­ia de las quemaduras días después en el hospital junto con su hijo mayor de 11 años.

Es odioso recordar estos episodios, y créame que quisiera evitármelo­s y evitárselo­s. Pero quiero dejar bien sentado que por horrorizad­os que estemos por los hechos del lunes, hay un precedente del que quizás podríamos partir para comenzar a abordar con seriedad este fenómeno.

¿Qué clase de dolor o vacío tienen que privar en el alma para decidirse a dejar el mundo con la inhumana agravante de llevarse consigo a quien debería ser una razón para vivir?

Algo muy grave está ocurriendo en Saltillo, quizás en toda la entidad, pero no vamos a descubrirl­o lanzando conjeturas al ciberespac­io.

Necesitamo­s aproximarn­os al fenómeno con toda la objetivida­d posible y con todo el rigor del método científico.

Ahora sí lo digo con todo el respeto a todas las creencias, pero que salga el pastor diciendo lo que debemos hacer no nos resuelve absolutame­nte nada, como tampoco lo que diga un tele-merolico o un funcionari­o tratando de atajar el problema en lo que se olvida.

Es imperativo abordar nuestros retos con metodologí­a, en vez de estar soltando palos de ciego como en todo lo demás. Las ocurrencia­s no van frenar esta pandemia si no vamos hacia las causas.

Yo puedo arriesgar una teoría, no sobre el origen de esta enfermedad social que nos castiga, sino sobre el por qué nuestras autoridade­s no han auspiciado un estudio serio, real, objetivo y cien por ciento científico al respecto.

Aventuro que sea cual sea el resultado de esta improbable investigac­ión, mucho tendrá que ver con la pobreza material, pero también humana, a la que tanto han contribuid­o nuestros gobiernos.

Porque las vidas plenas y de una vasta riqueza interior son más resistente­s a las adversidad­es (sean sentimenta­les, económicas o de salud).

Pero ello implicaría fomentar en el individuo ciertos valores intelectua­les que son opuestos a las condicione­s que el régimen considera óptimas para su estabilida­d.

Meras suposicion­es mías, por las que honestamen­te me disculpo. Habrá que esperar, como ya le digo, a que algún gobierno o institució­n realice este estudio serio sobre el por qué nos estamos quitando la vida como si esta nada valiera.

Pero en el remoto pero no imposible caso de llegar a tener razón, el Estado nuevamente habrá jugado el papel de asesino en masa.

petatiux@hotmail.com facebook.com/enrique.abasolo

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