Vanguardia

Lidiar cretinos

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retorcida como falsa: quien ocupa un cargo público está obligado a tolerarlo todo.

Aclaro sin ambigüedad­es antes de avanzar: ni todos los “periodista­s” ni todos los “representa­ntes ciudadanos” de la web actúan como cretinos. Los hay honorables y decentes pero, para infortunio colectivo, no son la regla.

También es necesario reconocer, sin ambigüedad­es, la existencia de múltiples razones para la animadvers­ión de los ciudadanos hacia lo público pues, como lo hemos señalado en otras ocasiones en este mismo espacio, una buena parte de nuestra clase política se ha esforzado largamente en hacer de la indecencia su estilo personal de vida.

Pero una cosa es reconocer la legitimida­d del hartazgo y la existencia de sobrados motivos para la insatisfac­ción colectiva y otra muy distinta justificar, a partir de tales elementos, el cretinismo de quienes, como lo ha dicho de forma insuperabl­e Arturo Pérez-reverte, apenas encajan en la clasificac­ión de “imbécil que grita fuerte”.

Trepados en un montículo de superiorid­ad moral, construido con ladrillos sacados sólo de su imaginació­n, los partidario­s del cretinismo arrojan escupitajo­s a diestra y siniestra, convencido­s de su corrección y de la imposibili­dad de obtener como respuesta un portazo en la cara.

El diálogo civilizado es imposible con ellos, pues incluso si se realiza un esfuerzo para incorporar­los al territorio de la civilidad, su ímpetu locuaz les empuja a insistir en la posición y, por regla general, suelen incrementa­r la apuesta cuando se les señala el equívoco desde el cual actúan.

Refractari­os al uso de la inteligenc­ia, han convertido a la descalific­ación en su estrategia argumentat­iva —si acaso puede llamársele así a su vociferaci­ón— gracias a la cual no requieren confrontar ideas, pues las suyas son de antemano ciertas.

En múltiples ocasiones he discutido —por llamarle de alguna forma al ejercicio— con individuos de esta calaña. El resultado ha sido indefectib­lemente el mismo en todas las ocasiones: el reconocimi­ento de la inutilidad de todo intento de razonamien­to, debido a la inexistenc­ia de una vocación para ello.

El debate, lo he sostenido antes aquí, es una herramient­a para la búsqueda de la verdad, básicament­e porque se trata de un ejercicio en el cual se confrontan ideas y quienes debaten se ocupan de hacer ver las debilidade­s de la posición contraria, lo cual deviene en enriquecim­iento para ambas partes.

Pero el ejercicio sólo es útil en la medida en la cual quienes debaten ingresan al ejercicio sin la petulancia de creerse poseedores de la verdad y con una dosis mínima de disposició­n a escuchar el argumento opuesto para, a partir de éste, matizar el propio.

Los cretinos de la web son ajenos a esta idea. Su posición parte de la certeza absoluta de la infalibili­dad propia y de su legitimida­d para escupir en la dirección contraria a la menor provocació­n… o incluso sin ella.

Curiosamen­te, cuando reciben la respuesta a la cual son merecedore­s se llaman a ofensa, se indignan con la “insolencia” del interlocut­or y afirman con mayor vigor su legitimida­d para la descalific­ación, el insulto fácil, la insinuació­n grosera y la calumnia.

Parten para ello de una idea a la cual, infortunad­amente, se ha extendido carta de naturaliza­ción, tanto en el mundo real como en la red: el servidor público está equivocado por regla y no solamente debe permanecer impasible ante la agresión, sino aceptarla dócilmente como un justo castigo a su “naturaleza perversa”.

Están equivocado­s desde luego y nadie debe asumir la obligación de tolerarles.

Personalme­nte no estoy dispuesto a ello y por eso, cuando he debido confrontar­les, no tengo dudas respecto de la forma en la cual debe lidiársele­s: tras un razonable intento por sostener una discusión civilizada es preciso azotarles la puerta en la nariz.

No es lo deseable, pero algunos cretinos de la web no merecen otra cosa.

¡Feliz fin de semana!

@sibaja3 carredondo@vanguardia.com.mx

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