Vanguardia

San Isidro Labrador

‘CATÓN’ CRONISTA DE LA CIUDAD

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Antes había santos para todo: para encontrar las llaves; para conseguir marido; para hallar trabajo; para alivio de un dolor de muelas; para evitar las mordeduras de serpiente; para que los ladrones no entraran en la casa; para que no te fuera a caer un rayo; para que la maledicenc­ia no se cebara en ti...

La gente conocía bien la especialid­ad de cada santo, y en iglesias y casas había profusión de sus imágenes. Luego vino el Concilio Vaticano Segundo, y la Iglesia Católica se protestant­izó, si me es permitido el término. Las cosas cambiaron radicalmen­te: en la época anterior al Concilio muchos fieles no entendían la misa en latín; ahora no la entienden en español. Se instauró una vehemente iconoclasi­a, y aquellas hermosas figuras de santos extáticos y santas doloridas desapareci­eron casi de los templos, cuyos muros quedaron vacíos y desnudos como las paredes de una bodega. No digo que eso esté bien o mal: lejos de mí la temeraria idea de poner en tela de juicio una decisión de la Santa Madre Iglesia. Pero extraño aquella profusión de santas y santos, mártires, confesores, vírgenes y demás que lucían sus atributos y nos mostraban el camino al Cielo.

Es con esa nostalgia que evoco hoy a San Isidro Labrador. Yo lo quiero mucho: es el santo patrono de Arteaga. No podía ser de otra manera, pues San Isidro de las Palomas es tierra de labradores. A veces, sin embargo, el santo madrileño se distrae, y entonces pasan cosas que a la gente del campo afligen mucho, como la reciente helada que acabó con casi toda la manzana de la Sierra. Pero, en fin, lo hace quien puede, y contra su divina voluntad no puede nada la intercesió­n de un santo campesino.

Yo tengo en mi casa un pequeño cuadro de azulejos en el cual aparece San Isidro rezando con piedad sus oraciones. Atrás se mira un ángel que ha bajado de lo alto para hacer el trabajo del piadoso jornalero a fin de que él pueda rezar. El ángel está arando con la yunta de bueyes a los que San Isidro da de cenar todas las tardes al volver del campo, antes de ir a cenar él. En casa del campesino los animales comen primero y el campesino después.

Iré hoy a la linda parroquia de Palomas a saludar al entrañable santo. Le pediré devotament­e que ya no se ande distrayend­o, porque hay mucha gente en la Sierra que vive de la manzana, y cuando no hay cosecha apenas vive. Algunos afortunado­s manzaneros pueden poner mallas encima de sus árboles a fin de protegerlo­s de la letal pedrisca, y tienen también calentador­es que salvan a las flores de la helada. Pero muchos campesinos apenas tienen techo para cubrirse ellos, y el frío y el granizo les acarrean hambre y necesidad. Le pediré con devoción al santo labrador que se acuerde de los suyos y extienda sobre ellos su manto protector. Nada le cuesta, a él, que con un golpe de su aguijada podía hacer que saliera el agua de las rocas. Haga con otro golpe que se se alejen los granizos y los hielos, y brille el sol, y venga el agua mansa, de modo que otra vez florezca la esperanza de los que casi nada tienen aparte de esperanza.

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ARMANDO FUENTES AGUIRRE

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