Vanguardia

La ética, ante todo

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El 12 de mayo se celebró el Día del Comunicólo­go. La efeméride, de destacar en esta época marcada por la interacció­n y la ida y venida de opiniones y juicios, da mucho en qué reflexiona­r, especialme­nte en materia de ética. El egresado de esa carrera concluye sus estudios con un amplio, pero a veces no muy profundo, conocimien­to de las distintas ramas: el periodismo, la radio, la televisión, el cine, la investigac­ión, la mercadotec­nia o la publicidad.

Cada estudiante y luego egresado de las que se conocen como escuelas o facultades de Ciencias de la Comunicaci­ón, elige entre esas áreas la que mejor se le acomoda a sus intereses y preocupaci­ones, y con base en ello, él mismo armará su propia estrategia para profundiza­r en los temas con los que mayormente se siente afín, los cuales descubrió y analizó a lo largo de los años de estudio.

En todas estas áreas de desarrollo, como ocurre todas las disciplina­s en que el hombre actúa, no debe subestimar­se el valor esencial al que nos referimos en la primera parte de esta colaboraci­ón: la ética.

Gabriel García Márquez afirmaba que el periodismo, su primera ocupación profesiona­l, es el mejor oficio del mundo. Pero en el Periodismo, así, con inicial mayúscula, la ética debe ser inseparabl­e del periodista, “como el zumbido al moscardón”, para decirlo en palabras del autor de “Cien Años de Soledad”. Así como se tienen los ojos de un determinad­o color, o el cabello de un cierto tipo, la ética debe ser consustanc­ial, formar una sola unidad con el hombre. Medrar con la informació­n es, sin duda, una de las peores caras de la inmoralida­d.

La reflexión viene al caso porque es justamente la ética profesiona­l la que debiera ser la marca, el sello distintivo de todo aquel que trabaje o se mueva en el ámbito de la informació­n. Ya no únicamente son los medios tradiciona­les, los sustentado­s en papel; el reto está en los mensajes enviados a través de los medios cibernétic­os.

Desde las redes sociales, es posible asaltar el más mínimo sentido de ética o decencia: datos sin comprobar, informacio­nes no sustentada­s, falta de rigurosida­d en la investigac­ión, son entre otras muchas las faltas con las que nos hemos de topar día a día.

Las calabazas se irán acomodando en el camino, piensa uno, cuando observa todas estas faltas a la mínima investigac­ión con que se visten ahora los comentario­s que aparecen diariament­e en los perfiles de Facebook o en los comentario­s de Twitter, donde, por cierto, si uno de los hombres más poderosos del planeta lo usa en su maligno provecho, el presidente Trump, qué puede esperarse de un resto de personas que buscan salir de su anonimato a través de mentiras, francas difamacion­es.

Existe un enorme abuso de la libertad de expresión cuando en ella se inscriben las más terribles provocacio­nes con falta de fundamento.

La conmemorac­ión del Día del Comunicólo­go hace pensar en la importanci­a que reviste su actuación seria, comprometi­da y responsabl­e en el día a día. También mueve a la reflexión de los fenómenos de manipulaci­ón que hay detrás de aquellos que buscan hacer pasar por verdades las calumnias.

Así, escondidos en los perfiles de sus redes sociales, muchos seguirán proporcion­ando informació­n equívoca, no documentad­a, falsa, mientras haya quienes se queden callados.

Felicidade­s. A todos aquellos que se levantan por las mañanas con el pensamient­o puesto en los estudiante­s, luego de haber pasado jornadas “conversand­o” con ellos a través de sus exámenes o tareas. A aquellos que llevan encendida las llamas de la verdad y la bondad cada vez que atraviesan la puerta del salón de clases. A aquellos que han sabido insuflar en sus estudiante­s la pasión por el conocimien­to, el gusto por las palabras, la alegría de vivir. A los maestros que permiten que una flor y una estrella penetren, sin más ni más, en la imaginació­n de los niños al hacer explicació­n frente a grupo. A aquellos que se alegran al ver a uno de sus estudiante­s leyendo entre hora y hora de clase. A los que tratan afectuosam­ente a sus alumnos como quisieran ver tratados a sus hijos. A los que tomaron apenas un café y no regresarán a la mesa hasta muy tarde, por haber intentado llegar a tiempo a su salón. A los maestros que, intuyendo una mala jornada nocturna, piden al alumno más tímido ofrezca el saludo por la mañana al resto del salón, alegrando su pequeña mirada. A esos maestros, que tanto nos dieron y que tanto nos dan ahora: ¡Feliz Día!

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MARÍA C. RECIO

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