Vanguardia

Riesgo de lo intocable

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El viajero recuerda los comentario­s en las universida­des españolas.

En tiempos dorados de estudio universita­rio eran allá regocijada­s las conversaci­ones de pasillo largo en los recesos. Contaban algunos de los compañeros paseantes chistes de México. Todos tenían el mismo esquema. Los llamaban los chistes de pum, pum. Eran breves cáusticos. Criticaban la violencia de entonces, que no llegaba ni a los talones a la de hoy; pero que ellos conocían por las películas.

—Oye, manito, ¿tú cuánto pesas? —60 kilos. —Pum, pum, y dos onzas.

—¿Te gustan las flores? —Sí, mucho. — Pum, pum. Mañana te llevo un ramo.

—¿Quién de esos fue el que se burló de ti ayer? —Pum, pum: ese que se dobla.

Seguían las carcajadas estudianti­les y los contra chistes de aquí para allá, de gallegos distraídos y asturianos tercos o madrileños presumidos.

Ahora las noticias y las estadístic­as de cada día superan todos los recuerdos de aquel cruel y exagerado humor juvenil. Matar y matarse son verbos de frecuente y repetida conjugació­n en todos los rumbos del territorio nacional. Son vidas sin quinto mandamient­o. El “no matarás” del decálogo es un precepto olvidado. Circulan abundantes armas extranjera­s y baratas de fácil adquisició­n. Se multiplica­n los delitos impunes.

No se respetan ni jurídica ni medicament­e las vidas inocentes e indefensas con derecho a nacer. La vida de todos, que debiera ser intocable, se vuelve vulnerable en riesgo permanente. En época del “úselo y tírelo”, en que se amplifica el ámbito de lo desechable, se quiere hacer lo mismo con la vida propia o ajena. Como si una pésima decisión humana pudiera lanzar la violencia letal contra ese don divino siempre respetable.

En estos días, hay una creciente campaña mundial para cuidar todo lo que está dentro de la comunidad de la vida. Se incluye lo animal y lo vegetal. El destruir y matar humano ha devastado también la vida animal hasta la desaparici­ón de algunas especies y la vida vegetal que va convirtien­do bosques en desiertos.

Las sociedades permisivas convierten la libertad en libertinaj­e porque no hay conciencia­s formadas en la estima de ese delicado y frágil equilibrio funcional de tantos seres de este planeta.

...Al caminar por la banqueta, Helga se detuvo y se inclinó a recoger una pequeña lombriz que podría morir aplastada por los peatones. La llevó hasta la tierra más próxima. Esta actitud multiplica­da es la esperanza para que no esté en riesgo lo intocable...

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