Vanguardia

LA MUJER CIRUELO

- CLAUDIA LUNA FUENTES

En la dinastía Ming (1368-1644), Ji Cheng, el famoso diseñador de

jardines opinaba que el ciruelo es la “mujer hermosa del bosque y de la luna”. Así que en mi jardín tengo a una mujer alta y esbelta que ha permitido solazarme con sus flores. Las flores del ciruelo representa­n en la cultura china, la perseveran­cia y la esperanza, la belleza, la pureza y la fugacidad de la existencia; la nobleza y la modestia. A principios del siglo XX, esta frágil y eterea flor se utilizó para simbolizar la lucha revolucion­aria.

Y está allí, cargada ahora ya no de flores, sino de sus frutos, que crecieron inadvertid­os: de un verde pálido que se confundía con el follaje, se volvieron rubíes atrayendo las miradas humanas y animales. De estos ciruelos comen las aves que visitan el jardín para dejar oír sus voces por la mañana o por la tarde con mayor fuerza. Allí van los cardenales, y mareados por esa dulzura, los colibrís, que prefieren visitar primero la casa de la vecina, con ese néctar dulce que cuelga de su techo en un envase plástico ovoidal.

Por las tardes, el viento suena distinto entre las hojas del ciruelo, las hojas del aguacate y las hojas del manzano, entre los tres generan una sinfonía con acentos sutiles, yo pienso que dejan oír cada uno sus voces y conversan, mientras de vez en vez algunos ciruelos se estrellan contra el territorio húmedo y la tierra se sonroja. Si cae una manzana el sonido es seco y grave, la mancha es casi blanca por contraste con la tierra. Y si cae un ciruelo apenas lanza un acento que se extiende en tonos encendidos.

Saqué la escalera de tijera, anduve entre las ramas, me volví animal asombrado que se llena las manos de color y aroma. Suavemente la mujer del bosque y la luna me abrió sus brazos y me entregó sus afanes.

Vienen a mi mente los poetas chinos y su enamoramie­nto de estas flores, el diseño de jarrones de la dinastía Tang (618-907) llamados jarrones ciruelo, que representa­n la silueta del cuerpo de una mujer joven: boca pequeña, cuello corto y estrecho y pecho abultado. O el dibujo tradiciona­l que muestra un ave picaza al posarse en las flores del ciruelo.

En mi jardín todavía penden algunos frutos rojos y verdes para el rumor de alas que se posa a diario. Hay ciruelos y manzanas con cavidades que señalan los banquetes de esos trinos.

Ya hice la cuenta, he reunido cuatro canastas de ciruelos y dos cajas de manzanas. Luego de lavarlos, dedico un tiempo solo a contemplar sus formas y sus contrastes. Es un regalo sensual para la mirada que viaja luego al espíritu. Solo logro salir de ese hechizo para entrar a otro: tomo los ciruelos más rojos y de uno en uno, enteros, los dejo explotar en mi boca. Tanta agua aromada, tanta vida, tanta dulzura, tanta gracia. claudiades­ierto@gmail.com

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