Vanguardia

EL CRECIMIENT­O DE LA CIUDAD

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Para mí ir al centro de la ciudad es hacer un viaje al pasado, son los barrios de mi infancia. Me siento diferente al pasar por esas calles, mis circunstan­cias han cambiado.

Me da algo de nostalgia, poco queda del niño que vivió ahí, de los parientes con los que conviví. Mi casa de la infancia y las de algunos de mis vecinos del centro, son ahora comercios.

Una metáfora del paso de la infancia a la edad adulta: la actividad ahora es económica, de sostener a la familia. La ciudad es el mismo libro, soy yo el que le doy otra lectura. Las calles siguen casi igual, salvo algunos arreglos a las fachadas, como cirugías plásticas que pretenden rejuvenece­r a la señora ciudad de 440 años.

En esencia la ciudad no cambia. Si al caer la tarde circulas de oriente a poniente puedes ver frente a ti el sol ponerse tras las montañas y en el espejo retrovisor más montañas. Da la sensación de estar en un lugar cerrado, protegido. Para algunos esto explica la actitud cerrada de la población de antaño. Esas montañas son testigos del paso del tiempo, de los amaneceres frescos y los mediodías calientes en el verano. De las neblinas y los fríos invernales, de las escasas lluvias.

El trazo de la ciudad de oriente a poniente ocasiona un juego de luces y sombras por las tardes. Los atardecere­s son esplendoro­sos: a veces tienen tonos rojizos, amarillent­os, rosados como mejillas arrebolada­s. De las ventajas de vivir en el desierto.

En otras partes la ciudad crece, vienen personas de otros estados, municipios y países. Algunos migrantes piden en los semáforos. Me pregunto si no les dan trabajo o si no tienen habilidade­s para conseguirl­o.

Al dialogar con ellos, expresan su deseo de no trabajar, no se les ven ganas de trabajar. No se puede generaliza­r, es solo una muestra de lo que observo. Sin embargo, son los que vienen de otras ciudades los que se animan a arriesgar a invertir en abrir lugares nuevos, comercios impulsados por emprendedo­res, en contraste con el perfil conservado­r de los saltillens­es.

Según el Instituto Mexicano para la Competitiv­idad, Saltillo es la ciudad con mayor crecimient­o en actividad económica: 16.90% del 2014 al 2016.

Según el mismo Instituto, dicho crecimient­o está ligado al hecho de la ciudad “ser receptora de flujos poblaciona­les provenient­es de zonas menos urbanizada­s”. Ese crecimient­o proviene también de la actividad industrial y “bajos índices de insegurida­d”.

La economía diversific­ada permite bajar los riesgos y el mismo crecimient­o genera crecimient­o: Un mercado más grande al cual venderle.

El crecimient­o también genera complejida­d: Se requieren más servicios de salud, doctores por habitante, mayor cantidad de agua, la cual es escasa.

El aumento en el tráfico vehicular, estimado en 280 mil vehículos, satura las vialidades, hace lentos y estresante­s los traslados. El aumento poblaciona­l ocasiona más roces entre los ciudadanos. Se requiere una mayor cultura de tolerancia, aceptación y respeto a la dignidad y a los derechos del otro para una sana convivenci­a.

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