El laberinto y su testigo
Ya el filósofo Marc Augé en su famoso texto había designado este espacio como el territorio de los no lugares: sitios de tránsito y fuga, dimensiones fantasmales y ambiguas, donde lo humano pervive en condición mutable y espectral: hoteles, hospitales, supermercados, carreteras, aeropuertos, cafés… Carlos Mirón en Venti, su segundo libro en la vertiente de la narrativa, se ocupa de la exploración de este limbo donde entrecruzan pasmos y desconciertos, visiones y extrañezas.
El elemento articulador de sus cuentos es a la vez una palabra, un aroma, una bebida y un espacio que se trasmuta en lo inasible: el café. Lo caliente y lo áspero; lo edulcorado; la expectación y el encuentro. ¿Qué pensamientos circundan el desvelo de un cajero que ha visto día a día el desfile multiforme de la soledad o las relaciones citadinas?
El café como punto de encuentro o destierro amoroso, como vórtice filosófico o articulador de monotonía o de violencia: la agudeza y la visualidad de Carlos Mirón erige un mundo multiforme, espejo que nos refleja o nos deforma, vapor concéntrico que se hunde en la noche, pensamiento leve o terrible, como esa bolsa de plástico frotando su levedad contra el rostro de la urbe: un baile efímero, una bella destrucción vista por nadie.
“Antes de tomar su orden la miraba por la pantalla, me gustaba su maquillaje, seguro era uno caro porque era casi imperceptible, su piel parecía no tener imperfecciones”.