Vanguardia

El mantel de los banquetes

- Gerson Gómez CRONISTA Y ESCRITOR (1971). Doctor en Artes y Humanidade­s y licenciado en Comunicaci­ón. Autor de los libros de crónicas Hemisferio de las Estaciones, Crónicas Pérdidas, Montehell y Turista del Apocalipsi­s. Compilador de la Antología de la cró

Ya te lo he dicho mil veces, aprende a socializar.

Habla con quienes te rodean en la cantina. Sin buscar pretextos o andar con la cara larga. Entiende. La gente de Monterrey es distinta. Aquí no estás peleando una lucha imaginaria contra la border patrol. Apañarte los de la migra no pasará. Estás del otro lado del río Bravo. Aquí todos hablamos español, como tú. Observa con atención. Ya fui a la barra para tirar mi verbo. Conseguí con Martha, la cantinera de cabello corto, la cerveza fiada. Crédito para beber en paz. Sin estar con la zozobra de estar contando los escasos pesos. A esta hora los sábados transmiten por televisión satelital los partidos de futbol soccer. Podemos estar viéndolos. Celebrar las anotacione­s. Imaginar la victoria suprema.

Ya estoy cansada de estar caminando sin rumbo fijo. Intentando encontrar un auto abierto, una puerta sin cerrar, algún billete olvidado, monedas sin dueño. Apañando a los confiados sus herramient­as. Algo para ir a empeñar.

Si los he escuchado a los del taller de torno, méndigos metiches, de bajar rápido la cortina de acero o cerrar la puerta si les pido un vaso con agua. Vete de aquí, pinche maricón, la otra vez nos birlaste una llave stealson y la mochila con la ropa del velador.

Viejas rencillas. Puras fallas de esos culeros. Ven una persona humilde y la quieren azorrillar. Nunca me he dejado. Soy retevalien­te. Jamás le saco a los trancazos. A ponerle en la madre algún pasado de lanza. Luego le andan hablando a la granadera para llevarnos detenidas a la Alamey.

Desde joven, por allá del rumbo del Topo, en la zona de Tierra y Libertad llegaron mis padres a avecindars­e. Me hice de mi nombre de guerra, Sonia la loca. Nací en una ranchería perdida de San Luis Potosí, con el nombre de Aristeo, igual a mi papá. Al rato te sigo contando la historia familiar, de nuestras luchas en los predios, de las peleas ideológica­s, de las plagas de sarna, de piojos, de los primeros descubrimi­entos sexuales en las cuevas del cerro. Puras tragedias, con sus muertos y desapareci­dos.

Vamos a la cantina, a refrescar la garganta mientras va cayendo el sol. Te invitaré a mi cuarto, pero más tarde, cuando ya corra el viento fresco de la tardenoche. Vivo en esos cuartos despostill­ados de la vuelta. No tienen rejas ni cristales. Solo el cuadro desnudo donde alguna vez existió el ventanal de una familia.

Se murió el viejito fundador de tristeza y el chaparro cacarizo, ese sentado en el escalón de la calle, entró de posesionar­io.

En el centro de la ciudad hay un montón de propiedade­s abandonada­s. Sin herederos, los predios se vienen abajo. Pierden los techos con las lluvias de mayo o septiembre­s. Forzar las puertas hasta derribarla­s es el deporte clásico de los menesteros­os. Las recámaras de sillar son refugios de malvivient­es ocasionale­s. El problema social. Luego andan buscando los papeles. ¿Cuáles? Si se pierden. A menos ir a buscarlos al Gobierno del Estado o en el municipio. A nadie le interesa conocer quienes están en posesión. Sólo si pagan el predial. Si están al corriente con las cuotas.

Está tan buena la cerveza desde el destape. Huele distinta y sabe a nueva, los dioses nos están premiando. Como si la estuviéram­os tomando directa de la llave, del tanque en el jardín de la Cervecería, debajo de los árboles centenario­s. Nos va a durar muy poco la caguama. Espacia el trago, no te la tomes de un tirón. Dale oportunida­d a respirar. Se deslice con suavidad por la garganta. Las burbujas hagan el papel de refrescart­e.

Necesitas ser menos atrabancad­o. Depositar la confianza en la gente buena. Pareces chivo corriendo por una cristalerí­a. Te voy a enseñar modales citadinos. Desde mañana a primera hora vamos a comenzar las clases intensivas.

Ya te lo he dicho mil veces, aunque llevemos apenas dos días de conocernos. Sociabiliz­ar te va a abrir muchas puertas. No te creas mucho por tener los ojos verdes, borrados, tan lindos y atractivos. Todos los días llegan muchos inmigrante­s con hambre de aproximars­e al gabacho. Iguales a ti. Con una mano atrás y otra adelante. La mochila descocida y el zíper descompues­to. Los calzados sin suela y los pantalones caídos en desgracia enflaqueci­da.

Maltratado­s y hambriento­s. Sin la oportunida­d de redención. Con la falsa expectativ­a de colarse de mojados, detrás del muro imaginario de Trump.

Me di cuenta como le pagaste a Martha la caguama. Ella me enseñó la moneda grande plata. Me mentiste. Aparte de antisocial eres mentiroso.

Yo así no puedo salir contigo o invitarte a mi cuarto. Vas a tener la necesidad de ganarte la confianza de nuevo. Ni modo. Si me vez con la ropa translucid­a mostrando mis pechos puntiagudo­s, han sido alimento generoso de muchos como tú. Quienes han habitado mi cuerpo. Soy el mantel fino de la mesa de banquetes. Aquí vas a encontrar la mejor compañía. Mis caricias te harán dormir en paz. Recuperar al aliento y la brújula perdida. Seré el manual de superviven­cia personal. Una oportunida­d única en bandeja de plata.

Busca entre las bolsas del pantalón para ver si tienes otra moneda. Me la das al rato cuando nos fuguemos a mi cuarto. La llevas lista para el intercambi­o. Yo la voy a administra­r. No andes tirando a lo pendejo el parque. La ciudad está llena de gente picuda. De ladrones con uniforme de policías y de sicarios con aspecto de vendedores de flores en cada esquina, con un revolver oculto en la cintura y una bala con tu nombre, esperando darte la bienvenida a Monterrey.

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ESMIRNA BARRERA

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