DE LOS MÉTODOS
Cuando este texto aparezca, el Dr. Ruy Pérez Tamayo habrá dictado ya su conferencia “10 razones para ser científico” en la Universidad Pedagógica Nacional, Unidad Saltillo. Pero su presencia me resulta estimulante para hablar de un tema al que él dedicó un libro -“¿Existe el Método científico? Historia y realidad”- publicado por el Fondo de Cultura Económica en 1990.
Supongo que la sola pregunta que el autor formula en torno de la existencia del método científico debe de estremecer a los dogmáticos y a cierta fanática comunidad académica universitaria, obsesionada desde hace décadas por “la objetividad”, la medición, la precisión y “la especificidad” de los fenómenos de cualquier índole.
En su libro el Dr. Pérez Tamayo pasa revista diacrónica a diversas corrientes de la ciencia y la filosofía, desde Platón y Aristóteles hasta Popper y Feyerabend, atravesando muchas vertientes y nombres importantes en el desarrollo de la ciencia y de la concepción que de ella se ha formulado a lo largo del tiempo.
Al finalizar su lectura queda claro que aquello que en la escuela se nos ha venido vendiendo como “el método científico” tiene todo el aspecto de la arbitrariedad, pues lo cierto es que no hay “un método” sino tantos como movimientos científicos han existido y existen en el mundo. Dicho de otra manera: hay diversas formas de estudiar un hecho, un fenómeno, una idea.
Son el adocenamiento de la pedagogía y la inercia de la escuela dos de los factores que han convertido “el método científico” en un catecismo, en un recetario que se impone a los estudiantes como si éstos fuesen las tablas de una ley sagrada.
“Si el estudio del hecho no es absolutamente mensurable, no puede ser considerado científico”: ése es el argumento de los sacerdotes académicos que se auto-erigen en metodólogos de la ciencia. Otro argumento: “Para ser científico, tu trabajo debe ser expuesto siempre en términos cuantitativos; de otro modo, lo que ofreces es pura subjetividad y especulación. Ah, y estás obligado a utilizar el sistema APA, ¿eh?…”.
Todo esto, y más, en aras de “el método científico”, cuyas normas, criterios y parámetros se recogieron del quehacer y la obra de los más disímbolos científicos y se depositaron en un cubo que fue sellado herméticamente y para siempre. Nadie puede abrirlo; nadie puede tocarlo siquiera. Desde su ambigua formulación, existirá eternamente y será inamovible.
Tan inamovible como ese “aprender a aprender” y ese “aprender a ser” que el profesor experto en “competencias” debe inocular en sus alumnos. ¿Es posible que la educación en nuestra época se ciña a semejantes retruécanos y sofísticas entelequias? ¿En eso consiste la “modernización educativa”? Vaya, pues. Y ésos son sólo dos de los sólidos pilares sobre los que se sustenta nuestro formidable edificio educativo…
He aquí un par de voces críticas – Angélica del Rey y J. Sánchez Pargaante el tan cacareado “enfoque por competencias”: “Las competencias es otra de las nuevas ideologías, que colonizan los sistemas educativos actuales: un proceso neoliberal tendiente a colocar al estudiante al servicio de las necesidades de la economía y del mercado, y no la educación al servicio del estudiante. Se trata de reducir la educación a la fabricación de un alumno económicamente “performante”; adiestrado para ser competitivo en los mercados profesionales y del trabajo.” (http://uni. ups.edu.ec/documents/1781427/188 4570/1Res15.pdf).
En semejante contexto, no es extraño que muchos enjundiosos académicos, pedagogos eximios y científicos del canon consideren la existencia de “el método científico”, jamás –oh, herejía- de distintos métodos gracias a los cuales se puede acceder al conocimiento y a generarlo.
En la cultura, nada más pernicioso que el dogma.en cuanto una corriente se convierte en dogma, simplemente muere. Ignoro si en la ciencia, como en la vida y el arte, hay verdades eternas. En el teatro, por ejemplo, mucha gente habla aún de “el método” cuando alude al sistema de actuación diseñado por Stanislavski, el actor, director de escena y teórico ruso. Pero el suyo es uno entre muchos, incluyendo los orientales.
Me excedo y termino con estas palabras de Pérez Tamayo: “De ahora en adelante seguramente veremos aparecer cada vez más textos y discusiones sobre una variedad de métodos científicos, determinada por la riqueza y diversidad de las ciencias que se cultivan. Naturalmente, siempre quedará un residuo de filósofos y de científicos aferrados a la visión decimonónica de la ciencia y su filosofía, que seguirán hablando de “el método científico”, de la matematización de la naturaleza y de la reducción última de todas las ciencias a una sola. Como también existen y seguirán existiendo ciudadanos mexicanos que dicen y dirán, que los buenos tiempos fueron los de don Porfirio.”