Vanguardia

EL AMO DEL JUEGO

DESDE URUGUAY 1930 EL ESFÉRICO HA SIDO PARTE FUNDAMENTA­L DEL TORNEO

- OSCAR MORÍN

Sin el balón, no existe el futbol y no existe nada. La de gajos carga mucho peso sobre sus hombros y esto quedó marcado el 30 de julio de 1930, en la final de la primera Copa del Mundo. Llegó el equipo anfitrión y los argentinos para conocer al primer Campeón del Mundo.

Las puertas del Estadio Centenario se abrieron desde las 8:00 horas, mucho tiempo antes del juego. Todo estaba listo para una gran fiesta, sin embargo un problema surgió antes del silbatazo inicial. Cada equipo contaba con su propio balón y quería jugar con él.

Uruguayos y argentinos tenían balones similares y la tecnología de los años treinta no mostraba grandes cambios entre uno y otro, pero fue más una cuestión de ego, debido a la gran rivalidad que tienen estas naciones vecinas.

El silbante, John Langenus, lanzó una moneda al aire y Argentina fue beneficiad­a. Su balón sería el protagonis­ta de la primera final, sin embargo fueron solamente 45 minutos los que la albicelest­e disfrutó de las texturas de su esférica. La segunda mitad fue para los uruguayos.

El primer tiempo sí ayudó a los argentinos que al mediotiemp­o ganaban 2-1 con goles de Peucelle a los 20 minutos de tiempo corrido y Stábile al 37’.

En el segundo tiempo y con su balón, Uruguay sumó tres goles más a su cuenta y se consagró como el primer Campeón del Mundo por marcador de 4-2.

Se cuentan rumores, que los argentinos bajaron su intensidad al medio tiempo porque temieron por su vida e incluso el silbante tenía un barco listo en caso de que estallara la violencia, pero el verdadero responsabl­e de la victoria de Uruguay en el primer Mundial de futbol fue su propio balón.

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