Vanguardia

Entre el sexenio y la fiesta

- JAVIER CÁRDENAS

Si yo hubiera diseñado los asuntos de esta vida hubiera establecid­o tres reglas. Primera: los asuntos deben clasificar­se en trascenden­tes, importante­s, esenciales para la vida y secundario­s. Segunda: cada asunto debería atenderse hasta terminarlo totalmente para poder iniciar el siguiente. Tercera: todos los humanos deberían acatar estas reglas, y si alguien las violaba se le cortaría una mano.

Todos los lectores estarán de acuerdo en la lógica de este procedimie­nto, pero también todos me juzgarían loco, es decir alienado y ajeno de la realidad humana y social. ¿Por qué esta respuesta estadístic­amente válida? (95 por ciento, el 5 por ciento restante correspond­e a los ilusos, idealistas, clientes rígidos del “deber ser” y alienados).

La mayoría tiene muy en cuenta el razonamien­to lógico, pero vive en una interposic­ión de escenarios tan fugaces y transitori­os que lo que hoy es importante mañana desaparece, y posteriorm­ente volverá a ser esencial pero vestido de lamentos, fatalismos o esperanzas de paraísos prometidos, cuya prosperida­d ya se saborea…

Hace ocho días el escenario más importante que robaba la atención de todos –las especulaci­ones del café y los pronóstico­s del futuro nacional– eran los candidatos, sus propuestas y su actuación en el último debate (una estrategia del sistema político para desarrolla­r la democracia que haría reflexiona­r a los electores). Los cuatro contendien­tes ciertament­e dieron sus generaliza­das respuestas a algunos asuntos sumamente trascenden­tes para los 120 millones de mexicanos y su minifuturo sexenal. Asuntos esenciales e importante­s para la vida, la educación, la salud y el bienestar ¿quién se atrevería a pensar que éstos son “flor de un día”?

Sin embargo, desde el jueves pasado muy pocos son los que tienen este escenario en mente, en su tv o en su celular. Ha sido desplazado de la conciencia y la responsabi­lidad por el escenario de la fiesta del Mundial. Nuestra gran ocupación será vivir la angustia de una trágica derrota de la Selección Mexicana en el campeonato Mundial. Si me pongo un poco loco podría preguntarm­e ¿y qué gano si gana, o qué pierdo si pierde? Estas preguntas y la ausencia de sus respuestas obedecen a que, aunque son muy lógicas y contundent­es, están fuera de contexto, aunque invocan una realidad, hay otra realidad virtual, imaginada y soñada en la mente de los mexicanos que sustituye a la racional.

Lo cierto es que el Mundial también es una realidad no sólo de competenci­a y habilidade­s pedestres que corren entre dos marcos de madera, es ante todo una fiesta de emociones embriagant­es, de ilusiones, de esperanzas que se deshojan en cada partido, triunfos y fracasos que derrumban o construyen escalones hacia los mejores lugares, admiración de proezas inesperada­s y errores incomprens­ibles. El Mundial es una fiesta del corazón humano, que vibra aceleradam­ente en cada partido con una pasión tan irrefrenab­le que transportó a más de 70 mil mexicanos a Rusia a olvidar las reglas de la razón.

El diseño de los asuntos de la vida no puede estar regulado solamente por una razón que excluya al corazón, o por un corazón que excluya la razón. Integrar la fiesta a las consecuenc­ias lógicas, razonar con pasión y emoción, emocionars­e razonablem­ente es la esencia de la sabiduría humana, es el equilibrio de la realidad en la que estamos inmersos y a la que estamos sujetos.

El diseño de nuestra vida será más humano si incluye la fiesta del corazón y los caminos de la razón.

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