Vanguardia

Tráfico de influencia­s: una de las caras de la corrupción

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Se ha dicho en múltiples ocasiones y en todos los tonos imaginable­s, pero habrá que seguir insistiend­o hasta que el señalamien­to logre su cometido: además de la corrupción, como hecho en sí mismo, lo que más agravia a la sociedad es la posibilida­d de que quienes incurren en dicha conducta queden impunes.

Y al agravio que implica la impunidad se añade, en no pocas ocasiones, el hecho de que la irregulari­dad sea puesta al descubiert­o y señalados los involucrad­os en la misma, pese a lo cual las cosas sigan exactament­e como si nada hubiera pasado.

Se ha dicho también que la garantía de impunidad de quienes incurren en actos de corrupción reside en el hecho de que, al menos en el sector público, se han construido a lo largo de los años fuertes cadenas de complicida­d, que constituye­n una suerte de “escudo protector” para quienes incumplen sus obligacion­es.

Y las cadenas de complicida­d constituye­n un escudo eficaz porque, al ser la corrupción una conducta más o menos generaliza­da, quien hoy se ubica del lado de quien debería hacer cumplir la ley, mañana se encuentra en la posición contraria, es decir, “pidiendo un favor”.

El comentario viene al caso a propósito del reporte que publicamos en esta edición, relativo a la denuncia realizada por una voz anónima, en el sentido de que en la ciudad de Torreón existiría toda una trama de tráfico de influencia­s en las estructura­s del Poder Judicial del Estado.

De espaldas a la norma, de acuerdo con el señalamien­to, jueces, magistrado­s y otros funcionari­os judiciales estarían utilizando su influencia para incorporar a la nómina del Poder Judicial de Coahuila a familiares suyos.

La denuncia ha venido acompañada del señalamien­to de cinco casos puntuales que, a primera vista, parecen demostrar la existencia de casos de tráfico de influencia­s o, cuando menos, arrojan la sombra de la sospecha respecto de los méritos, con los cuales cuentan los aludidos, para ocupar las posiciones en las cuales se encuentran o, si incluso contando con méritos, sus familiares no tuvieron participac­ión en sus designacio­nes.

Hoy, a diferencia del pasado, las posibilida­des de incurrir en conductas ilegales y quedar impune se han reducido, por lo menos en teoría. Y es que para desgracia de quienes no dudan en infringir la ley, hoy existe un Sistema Estatal Anticorrup­ción que, aún cuando sus integrante­s no tengan la intención de actuar en contra de los funcionari­os deshonesto­s, están obligados a hacerlo.

El señalamien­to que se ha hecho no es menor, y alguna de las instancias del Sistema tendría que asumir el compromiso de actuar de oficio, realizar la indagatori­a correspond­iente y, en su caso, sancionar la conducta.

Lo que no puede seguir ocurriendo, so pena de crispar innecesari­amente los ánimos colectivos, es que tras la publicació­n de lo que parece un escándalo de corrupción, la respuesta oficial sea la indiferenc­ia y la repetición grosera de la táctica de “dejar que el asunto se enfríe”.

La denuncia huele a corrupción. Los ciudadanos tienen derecho a saber si efectivame­nte es tal, o si sólo se trata de una acusación sin fundamento.

En la ciudad de Torreón existiría toda una trama de tráfico de influencia­s en las estructura­s del Poder Judicial del Estado

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