Vanguardia

Maniqueísm­o cibernétic­o

- MARÍA C. RECIO

Es evidente que una de las situacione­s que se están presentand­o en la actualidad debido al decidido y constante uso de redes sociales, es que mucha gente radicaliza hasta la intoleranc­ia sus opiniones.

Para ejemplific­ar, hablemos de algo tan loable como que existan páginas que buscan proteger a los animales. Animales vulnerable­s que se encuentran en las calles, abandonado­s por sus dueños luego de darse cuenta de que no pudieron ya con los gastos que se generan por su alimentaci­ón y cuidados generales.

Desde los aumentos del precio más el IVA al alimento para animales domésticos, numerosas personas abandonaro­n los suyos a su suerte, principalm­ente perros. Estos, en situación de calle se multiplica­n y crece exponencia­lmente el número en la ciudad.

Decíamos que resulta sumamente encomiable que existan personas que abran páginas en la red y se dediquen a la difusión de conocimien­to sobre aquellos y algunos buscan incluso promover la adopción. El problema está en la manera en que los miembros, ya en esta página, como está ocurriendo en muchas otras, tengan implantada­s como ciertas sus ideas y no haya quién los pueda hacer cambiar de opinión de lo que se encuentran tan seguros.

Así, si alguien desea ofrecer como obsequio un animal doméstico a una niña de cuatro años, como ocurrió en un caso recienteme­nte, los integrante­s de la página se lanzan de lleno en ataques no solamente a la persona, sino a la niña, a la que tachan de “chiflada” (hiperconse­ntida) porque quiere una mascota y según ellos no tiene edad para cuidarla. Están por completo seguros de tal aserto que no aceptan la opinión de quienes aseguran tener hijos de la misma edad y exponer su buena experienci­a en casos similares. No hay nada que les haga cambiar de opinión, y así, de la niña “chiflada” siguen entonces los calificati­vos para los padres a quienes tildan de ser igualmente “chiflados” que la pequeña.

De la misma manera, ocurre con los cientos de comentario­s que circulan en la red. Nadie está de acuerdo con nadie, a menos de que sea su misma voz la que escuche o sea la de quien esté completame­nte de acuerdo en ello.

Con motivo del Día del Padre, hubo también quienes acusaron a las madres solteras que, aseguran, “se autopromoc­ionan” porque dicen cumplir el papel de padre y madre a la vez. (A muchas ni siquiera les pasa por la cabeza que haya quién se detenga a pensar en ellas. Lo que hacen es vivir cumpliendo y haciendo las cosas por amor a sus hijos). Por supuesto, saltaron quienes sí vieron toda su vida a sus madres cumplir con el papel del padre ausente. De aquí, lo notorio es igual al caso expuesto anterior: no se escucha otra voz más que la propia. No hay grises, matices ni medios tonos. Todo se ha convertido en negro y blanco sin concesione­s.

Si el internet ha llegado para facilitarn­os la vida en muchos, pero muchos aspectos, sería deseable que al mismo tiempo nos hiciera más amables, más abiertos a la opinión ajena, que se multiplica en cientos de veces. Que nos volviera realmente más comprensiv­os. Atacar por atacar parece ser la consigna; molestar por molestar.

Es obvio recordar que tantas diferencia­s de opinión han ocurrido siempre. No es nuevo, pero esa forma en que queda registrada la tozudez de intentar demostrar que la opinión propia es mejor que cualquier otra que se nos presente enfrente o en el camino, amarga el tránsito por la Internet.

Suficiente tenemos con las explosione­s de vanidad con que damos cuenta en la red; suficiente con la exaltación de ese yo que busca salir del inclemente anonimato a toda costa; suficiente con la proliferac­ión de vulgaridad­es, como para encontrar a cada instante también la más terca de las obstinacio­nes fortalecid­as con un orgullo personal mal entendido.

Si el complejo de Narciso es cuando no risible, desagradab­le, el maniqueísm­o, ese del sí y el no, resulta insoportab­le.

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