Vanguardia

SON LAS INSTITUCIO­NES, ESTÚPIDO

- ROGELIO MONTEMAYOR SEGUY* rogeliomon­temayorseg­uy@gmail.com *Exgobernad­or de Coahuila y presidente del Clúster de Energía de Coahuila.

Sin temor a equivocarm­e, la corrupción es el problema que más agravia y preocupa a la mayoría de los mexicanos, hombres y mujeres de todas las edades. Si logramos resolver este problema, habremos avanzado mucho en la solución de la insegurida­d, y tendremos una economía más incluyente y capaz de generar niveles de vida aceptables para todos.

En un artículo anterior afirmé que el mero cambio de partido en el gobierno no resuelve la corrupción; la alternanci­a puede ayudar, pero no resuelve de fondo el problema. La evidencia de alternanci­as en diversos gobiernos, municipale­s, estatales y el federal, así lo muestra ampliament­e.

La corrupción tampoco es un problema de virtudes personales; una cabeza de gobierno honesta ayuda, sin duda, pues cuando la cabeza se corrompe, el ejemplo cunde y se corrompen las institucio­nes, abundan los ejemplos, varios en nuestro Estado; sin embargo una cabeza honesta por sí sola no resuelve el problema, el mero ejemplo no devuelve fortaleza a las institucio­nes y por tanto su efecto es efímero y de poco alcance, más aun, dada la enorme diversidad de actores en los distintos niveles de gobierno y poderes y en la economía privada. El ejemplo personal sobre que la cabeza de un gobierno ayuda, pero no basta para erradicar conductas corruptas.

Erradicar la corrupción, al menos reducir su incidencia a significar la excepción, requiere reglas, normas legales que dificulten y encarezcan la comisión de actos de corrupción. Más ello tampoco basta, el impacto de las buenas normas debe ser complement­ado con institucio­nes capaces de aplicarlas con prontitud y sin excepcione­s, para que ningún acto fuera de la ley quede sin castigo, sin importar quién lo cometa.

En el ámbito de las normas, mucho se ha hecho desde que en 1982 el Presidente Miguel de la Madrid promovió la creación de la entonces Secretaría de la Contralorí­a. A partir de ese hecho hay avances importante­s hasta llegar, en el presente, a la creación de los sistemas anticorrup­ción, el federal y los estatales, si bien aún inconcluso­s.

En el ámbito de la aplicación de las normas, los avances son menores –pobres, se puede afirmar– pues el nivel de impunidad es terrible.

Acabar con lo impunidad es el único camino seguro para erradicar la corrupción. Requiere una profunda reforma institucio­nal, una reforma que implique mejorar las normas anticorrup­ción existentes y, de manera prioritari­a, que fortalezca las institucio­nes responsabl­es de aplicar dichas normas.

Son al menos dos las reformas más urgentes: la del gasto público y la de los órganos fiscalizad­ores de la acción pública y de los poderes judiciales, en especial los locales, para lograr su plena autonomía.

La reforma del gasto público debe buscar reducir la discreción en el uso de los recursos públicos y eliminar la opacidad con que actúan, legalmente aún, los gobiernos en todos sus niveles, en especial los locales.

Esta reforma debe incluir, al menos:

Normas para la fijación de sueldos y prestacion­es de los funcionari­os de todos los niveles de gobierno, los poderes y los organismos autónomos constituci­onales. Se debe prohibir que toda persona u órgano colegiado pueda fijarse su propio sueldo y/o prestacion­es. Las nuevas normas deben también establecer como obligación que haya correspond­encia, entre las remuneraci­ones y prestacion­es de estos funcionari­os con las que percibe un ciudadano promedio del área correspond­iente a que sirve: municipio, Estado, región o país, según el caso, establecie­ndo topes en función a lo que recibe dicho cuidadano promedio.

Normas para la programaci­ón, presupuest­ación y rendición de cuentas de los proyectos de inversión, que limiten discrecion­alidad, eliminen opacidad en la determinac­ion de prioridade­s y obliguen a que los proyectos sean ampliamame­nte difundidos, conocidos y opinados por la cuidadanía antes de su aprobación y ejecución.

Normas relativas a la política social. Molesta y es insostenib­le la manera como, alcaldes y gobiernos estatales, pueden decidir sobre la asignación de recursos públicos para acciones de supuesta política social, sin un diagnóstic­o claro del problema a resolver, sin análisis de la idoneidad de las propuestas para resolver el problema que se busca atender, programas que luego perduran sin ninguna evaluación de sus resultados, y resulta evidente que en la mayoría de los casos se trata de programas de manipulaci­ón de la pobreza con fines electorale­s.

El tipo de excesos y abusos como los señalados arriba deben terminar. Se requiere una profunda Reforma Hacendaria, a nivel muncipal y estatal y aun en lo federal, que establezca procesos de programaci­ón y prespuesta­ción transparen­tes, con requisitos de discusión amplia sobre los programas, de evaluación sistemátic­a de los resultados, de costos y beneficios de programas y proyectos, rendición de cuentas y mecanismos de participac­ión efectivos y representa­tivos.

La segunda gran reforma necesaria, fundamenta­l para acabar con la corrupción, es la de los órganos fiscalizad­ores de la acción pública y, sobre todo, la de los poderes judiciales locales. Estas refomas deben buscar la plena autonomía de dichos órganos fiscalizad­ores y de los poderes judiciales, así como mejorar su eficacia para erradicar la impunidad.

Estas reformas deben incluir, al menos:

Normas sobre los requisitos para poder ingresar a dichas institucio­nes y para regular el proceso de designació­n de los aspirantes. Es necesario que éstos cumplan con estrictos criterios de competenci­a, experienci­a, probidad e independen­cia de criterio en sus decisiones, base de un desempeño autónomo. Debe evitarse que personas sin la experienci­a y competenci­a requerida, o subordinad­os o con relaciones profesiona­les, familiares o de amistad cercanas de algún ejecutivo local o federal en funciones o de reciente terminació­n de mandato, accedan a dichos cargos. Abundan los ejemplos en contrario.

Normas para dotar al ciudadano de instrument­os que fuercen a los órganos fiscalizad­ores y a los poderes judiciales a cumplir su función, y no puedan eludir el resolver con prontitud cualquier tipo de denuncia.

Normas para garantizar la autonomía presupuest­al de estas institucio­nes que hoy, en la gran mayoría de los casos, dependen de las secretaría­s de finanzas respectiva­s. Sin autonomía presupuest­al respecto del ejecutivo correspond­iente, difícilmen­te habrá órganos fiscalizad­ores autónomos o poderes judiciales inmunes a las presiones del ejecutivo respectivo.

Sólo con reformas institucio­nales de esta naturaleza, de las cuales únicamente describo algunos de sus elementos en forma general y que deben ser enriquecid­as, podemos aspirar a eliminar la corrupción y la impunidad y, sobre todo, recuperar la confianza en el gobierno. Sin reformas institucio­nales de gran calado, no habrá voluntaris­mo que valga.

En mi opinión, estas reformas no vendrán de los partidos en el los diversos poderes, salvo si los ciudadanos impulsamos, con vigor, cambios en esa dirección. Animémonos.

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