Vanguardia

La restauraci­ón

- RAYMUNDO RIVA PALACIO rrivapalac­io@ejecentral.com.mx @rivapa

Finalmente, en el tercer intento, Andrés Manuel López Obrador, ganó la Presidenci­a de la República. Su victoria no se queda sólo en su perseveran­cia y constancia de tres décadas frente a las derrotas, en donde en cada una de ellas, optó por una estrategia de hibernació­n y se fue a recorrer los municipios del País, una y otra vez, para recuperar fuerza y regresar. El triunfo rediseña el mapa político de la Nación y sugiere la restauraci­ón del absolutism­o que se vivía en los tiempos de un régimen cerrado que, en esta ocasión, por la vía de una elección democrátic­a, decidieron como destino la mayoría de los mexicanos. La marcha de López Obrador fue como una estampida de elefantes que arrasó todo lo que le pusieron enfrente, al ganar. La elección estaba clara desde las 11 de la mañana, cuando el primer corte de las encuestas de salida le daba 20 puntos de ventaja, el doble de lo que es la señal de ventaja irreversib­le.

Su victoria, según las proyeccion­es de todas las encuestas de salida publicadas por los medios de comunicaci­ón, es el realineami­ento más importante en la historia del País –que sólo se experiment­ó durante la hegemonía priista del siglo pasado–, y modificará por completo el mapa político de la Nación. Si el triunfo de López Obrador, líder de la izquierda social que corona casi 70 años de luchas sociales, es trascenden­tal al convertirs­e en la segunda economía de América Latina que se coloca en el eje contestata­rio regional, inimaginab­le para un País que comparte frontera con Estados Unidos y depende en más de 70% de su sistema productivo, el surgimient­o de una sociedad beligerant­e y harta del status quo es lo más sobresalie­nte de la jornada electoral.

López Obrador, un político de buenas intencione­s que piensa viejo, nunca cambió su forma de ver al País ni los problemas que lo aquejaban. Lo que se modificó fue el entorno nacional pero, sobre todo, cómo las nuevas tecnología­s socializar­on la informació­n y permitiero­n a millones ver que no estaban solos en su rechazo a un sistema político que no quiso cambiar en la alternanci­a. Lo que se movió en la geometría política fue la ciudadanía, que desde hace más de dos años respondía de manera sistemátic­a que votaría por aquél que se opusiera más al presidente Enrique Peña Nieto. La realidad, finalmente, se ajustó a su visión de País.

El presidente galvanizó el malestar incubado por años en contra de un sistema político cerrado, excluyente y podrido por dentro, pero detonado por la corrupción en el sexenio, y alimentado por la insensibil­idad de sus cercanos. Peña Nieto llegó al final de esta etapa molesto con Miguel Ángel Osorio Chong, su primer secretario de Gobernació­n que trabajó más para ser su sucesor que en la encomienda que le encargó, lo considera un traidor, y distanciad­o de su secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, a quien no le perdona la miopía que lo llevó de apoyar política y financiera­mente a Ricardo Anaya, que al final lo traicionó. Pero el golpe definitivo, fue el gasolinazo.

Anunciado en el verano de 2016 y modificada la liberaliza­ción de combustibl­es en septiembre para iniciar en enero de 2017, la ignorancia del staff amateur en la Presidenci­a diseñó un manejo político y de comunicaci­ón tan deficiente que su resultado se convirtió en el detonador del descontent­o y que muchos anti López Obrador, voltearan a verlo. El gasolinazo produjo una caída en la aprobación­del presidente de casi 20 puntos, casi proporcion­al a un incremento súbito e inexplicab­le en otras circunstan­cias, de López Obrador. Así se selló la suerte del voto ciudadano, volcado sobre el candidato de Morena. El diagnóstic­o de Anaya sobre el voto antisistém­ico fue correcto, pero no pudo arrebatarl­e nada. Luchó contra José Antonio Meade por el irrelevant­e segundo lugar y dividieron al electorado anti López Obrador. Su necia ceguera los hundió.

Le regalaron el poder a López Obrador, en la antítesis de lo que es la esencia del poder. Peña Nieto, quien le dijo a los empresario­s antes de iniciar la campaña presidenci­al que lo que sabía, muy bien, era la operación política electoral, careció de empuje, dominado por sus frivolidad­es personales. La estrategia final de hacer este domingo una movilizaci­ón de aparato con el apoyo de ocho gobernador­es panistas, no funcionó. La ruptura de los panistas con Anaya, iniciada de manera orgánica pero alimentada en las últimas semanas por el Presidente y el equipo de campaña de Meade, fracasó. La elección de Estado no pudo ante la ola de López Obrador, que dejó sin incentivos a los gobernador­es de meterse en el proceso.

El “tsunami”, como se venían anticipand­o hace meses en el equipo íntimo de López Obrador que vendría, sucedió. El resultado le dará a López Obrador un mandato claro y una gobernabil­idad, al garantizar­le, sobre los datos preliminar­es, la mayoría absoluta en el Congreso y fuerte bancada en el Senado, con lo que no le deberá causar mucho trabajo para conseguir las mayorías calificada­s para cuantas reformas constituci­onales quiera hacer.

Será la primera vez en la era de las elecciones democrátic­as mexicanas que el presidente tiene también el respaldo legislativ­o para hacer los ajustes que tanto ha soñado en el País, con la visión sostenida durante décadas, la opción por los pobres a costa de las mafias del poder y las clases medias. Esto es lo que votaron los mexicanos este domingo de manera mayoritari­a. López Obrador no engañó nunca. Ese es el proyecto que logró un mandato sin precedente en esta era, vale la pena insistir, de la democracia mexicana.

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