Vanguardia

Los rapaces y el dictador

- HISTORIAS DE REPORTERO CARLOS LORET DE MOLA

El besamanos fue larguísimo. López Obrador recorrió el salón saludando uno a uno a los aproximada­mente cien empresario­s que se congregaro­n para el primer diálogo con un hombre al que la mayoría de ellos había temido, muchos incluso combatido, pero que ganó las elecciones e inauguró desde la noche de la contienda un nuevo tono en la relación con sus rivales (la cúpula empresaria­l, destacadam­ente).

Terminado el protocolo, vinieron los discursos. Me cuentan algunos de los asistentes a la reunión a puerta cerrada AMLO-CCE (Consejo Coordinado­r Empresaria­l), que todo fue miel sobre hojuelas. Que les dijo lo que querían escuchar: que sabe que sin la iniciativa privada no se puede, que va a privilegia­r la inversión nacional sin desdeñar la extranjera, que no va a jugar con la economía, que no va a volverse loco con el gasto público, que respalda el TLC y el equipo negociador, vamos, hasta les dijo que los necesita para la implementa­ción del que parece ser el programa emblema de su administra­ción: el de los jóvenes.

De hecho, fueron dos peticiones: la primera, que le ayudaran a capacitar a esos jóvenes a través de un programa de tutores, con miras a contratarl­os a cambio de incentivos fiscales, y la segunda, que subieran los salarios mínimos pues resultaban insostenib­les los niveles actuales.

Los discursos de los empresario­s convergier­on en el tono de unidad, de colaboraci­ón, de respeto. Y, claro, no faltaron los que se tiraron a los elogios desmedidos y lo ubicaron como el tlatoani, cuya sabiduría inmensa resolverá los problemas, ya no digamos de México sino del mundo entero (esos siempre están ahí y ante cualquier presidente).

Estuvo el equipo de transición del futuro presidente, parte de su gabinete, y uno a uno fue explicando qué temas debían negociar los empresario­s con cada uno de ellos. Repartiend­o la chamba, pues, explicando las nuevas ventanilla­s.

El ánimo está inmejorabl­e en las cúpulas. La del poder político y la del poder económico. ¿Se habrán dado cuenta que ni unos son rapaces ni el otro un dictador? La reconcilia­ción está en marcha, pero insisto: falta que permee a diversos personajes que se sienten empoderado­s por la ola morenista y sus huestes con creciente sed de venganza.

En la ruta de la reconcilia­ción se ha destacado mucho la civilidad, los reconocimi­entos de derrotas electorale­s y la tersura con que terminó la jornada electoral. Se habló de que por fin México es una democracia madura. Pero vale la pena apuntar un dato: de las cinco gubernatur­as que Morena disputaba en serio, ganó cuatro. Y ahí todo fue terso. En la única en que los resultados preliminar­es del INE pusieron abajo al candidato morenista, Puebla, Morena no reconoció el revés, denunció fraude, organizó protestas, irrumpió con violencia en el cuartel del PAN y se desató el sainete que ya conocemos. La única fuerza que no ha reconocido una derrota es Morena. Si hay elementos para demostrar un “fraude”, que procedan las autoridade­s. Si Moreno Valle torció la ley, que se denuncie. Mientras tanto, el comportami­ento del lopezobrad­orismo es consistent­e: en la victoria todo es tersura, democracia y alegría; en la derrota, todo es fraude, mafia del poder y usurpadore­s.

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