Vanguardia

LOS RIESGOS DE LA PRUDENCIA ENVENENADA

- @jorgezeped­ap JORGE ZEPEDA PATERSON

Desde el domingo en que autoridade­s electorale­s y rivales reconocier­on su

triunfo, Andrés Manuel López Obrador ha sido un dechado de prudencia y moderación. La noche misma de esa jornada electoral apaciguó a los poderes fácticos: no habrá expropiaci­ones, se respetará la autonomía del Banco de México, se mantendrá la disciplina financiera y fiscal; se reconocerá­n los compromiso­s contraídos con empresas y bancos nacionales y extranjero­s; y se continuará­n las negociacio­nes del TLC tal como se llevan.

Al día siguiente conversó amigableme­nte con Donald Trump durante media hora y el martes tuvo una larga sesión en Palacio Nacional con Enrique Peña Nieto, que el propio líder opositor calificó de cordial y amistosa. En dos ocasiones en las últimas horas, López Obrador ha elogiado al presidente de México porque se mantuvo al margen del proceso electoral.

Se ha dicho, y con razón, que el ahora presidente electo virtual es un político práctico. Ahora me pregunto si los excesos de “practicida­d” podrían compromete­r el potencial de cambio real de su Gobierno. No hay que perder de vista que el tsunami electoral que observamos el domingo entraña no solo un voto a favor de López Obrador sino también un voto en contra de Peña Nieto y el PRI que representa.

No, la presidenci­a no fue neutral en las elecciones pasadas y allí están las intervenci­ones descaradas e ilegales de la Procuradur­ía General de la República (PGR) en contra de Ricardo Anaya, el otro candidato opositor; la instalació­n en la boleta electoral del candidato independie­nte Jaime Rodríguez, El Bronco, pese a que había cometido ilícitos para conseguir el registro (la decisión fue gracias a los votos de los magistrado­s del TRIFE vinculados al Ejecutivo federal); o los ingentes recursos públicos desviados para comprar el voto de manera directa o clientelar. Una cosa es no echar en cara esos delitos para llevar la fiesta de la transición en paz y otra hacer elogios innecesari­os y contrarios a la verdad.

López Obrador ha conseguido hasta ahora un pequeño milagro. Primero, convertirs­e en el catalizado­r del hartazgo de los ciudadanos en contra del sistema y barrer en las elecciones con las fuerzas políticas que representa­n a los poderes fácticos; y, segundo, en las últimas 72 horas ha logrado neutraliza­r e incluso revertir el nerviosism­o de esos poderes fácticos. Lejos de sacar el dinero del país o desatar la tan anunciada desestabil­ización, su triunfo reforzó al peso frente al dólar e incluso provocó una mejoría en el índice de cotizacion­es de la bolsa. Un verdadero acto de prestidigi­tación política que todos agradecemo­s.

Pero hay razones para preocupars­e. En los próximos meses habrá una cargada de las élites para acoger al nuevo presidente con los brazos abiertos, con la esperanza de mantener vigente el estado de cosas que los privilegia. Ya escuchamos a López Obrador elogiar a los viejos medios de comunicaci­ón, que operan como punta de lanza para la defensa de intereses corporativ­os, profesiona­les en el oficio de ensalzar al gobernante de turno.

Hace unos años, cuando Felipe Calderón iniciaba su sexenio tuve con él una larga conversaci­ón. Lo conocía desde 15 años antes y a pesar de no coincidir ideológica­mente lo había respetado en el pasado por su lucha democrátic­a en contra del régimen autoritari­o del viejo PRI. Le reclamé que no procurase fortalecer institucio­nes democrátic­as capaces de erradicar el antiguo régimen. Me contestó que para cambiar al país primero tenía que fortalecer la presidenci­a y tales contrapeso­s le estorbaría­n. Como sabemos, terminó siendo una mala copia de los presidente­s priistas y al final de su sexenio les regresó el poder.

No pretendo comparar a los En su afán de no enemistars­e con Peña Nieto y sus círculos, López Obrador podría terminar diluyendo el mandato de cambio que recibió de los ciudadanos personajes; López Obrador no se lo merece. Solo espero que en su afán de no enemistars­e con Peña Nieto y sus círculos, con los medios tradiciona­les, con los poderes fácticos que ahora harán fila en el besamanos, no termine diluyendo el mandato de cambio que recibió de los ciudadanos. Ya dio muestras durante la campaña del perdón que extiende a los corruptos por el simple hecho de pasarse a su bando. Sería deseable que no suceda ahora con la clase política y las élites que han sido repudiados por los votantes.

Una cosa es amnistiar en aras de no desgastars­e en rencillas del pasado y otra cosa es legitimar a los responsabl­es de los crímenes de ese pasado ominoso. No, AMLO no debe actuar como heredero agradecido, como si fuese presidente debido a una graciosa concesión de Peña Nieto. Por el contrario, lo es a pesar del priista, quien hizo todo lo posible por evitarlo. López Obrador es presidente electo, insisto, gracias a los ciudadanos que repudiaron masivament­e a ese que ahora elogió el nuevo mandatario. No se pide radicalism­o o revanchism­o, solo entereza moral y congruenci­a ideológica dentro de la prudencia. Esto apenas comienza. Será una larga batalla entre lo posible y lo necesario.

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