Vanguardia

En primera persona

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Es un buen momento para que los panistas nos hagamos cargo de lo sucedido el pasado 1 de julio. Los coahuilens­es decidieron que quienes presentamo­s nuestra candidatur­a “Por México al Frente” para ser parte del Senado de la República y de la Cámara de Diputados de la LXIV Legislatur­a, salvo Luís Fernando Salazar, no éramos opción. Mirarnos en el espejo con ojo crítico nos hará bien a todos. Si yo le dijera que me es inclusive el que me hayan dado la espalda los electores, estaría faltando a la verdad.

Una persona me escribió diciéndome: “En su partido comenzaron a dejar de lado a la gente valiosa que cuestionab­a con lo que no estaba de acuerdo y determinar­on quedarse con quienes no les interesaba­n ni las preguntas ni las respuestas; se perdieron cuando decidieron que la acción política no era un instrument­o para generar bien común, sino un medio para vivir, y vivir muy bien”. ¿Cómo pudo sucedernos eso? Por décadas privilegia­mos el diálogo respetuoso aunque las opiniones fueran encontrada­s, y afirmábamo­s que en política la ejemplarid­ad no era un valor superfluo, sino sustantivo.

El partido de don Manuel Gómez Morín empezó a desdibujar­se cuando se empezaron a ganar elecciones grandotas, como las del 2000 y el 2006. Don Luís H. Álvarez decía: “Nunca nos derrotó la derrota, que no nos derrote ahora la victoria”. Y fue justo con las victorias de la alternanci­a cuando empezamos a perder al partido. Aprendamos de la derrota, sus lecciones son grandiosas. La lucidez del perdedor permite ver con claridad lo que a simple vista no se percibe. El PAN tiene que volver a poseerse a sí mismo, tiene que sacar del desván los principios que arrumbó, tiene que meter orden y disciplina en su cuarto de máquinas.

Tenemos que recobrar la congruenci­a que nos permitimos mandar al carajo, porque cuando lo hicimos empezamos a actuar de acuerdo al modelo que otrora criticamos y combatimos. Y no nos importó que allá afuera los mexicanos empezaran a decirnos que ya no había manera de distinguir entre un panista y un priista, y nos lo señalaban los que creían en nosotros, los que nos dieron los votos para la alternanci­a. El PAN nunca ha sido partido de masas porque su origen no es ese. Nosotros no tenemos votos cautivos, nosotros dependemos de la confianza de los mexicanos libres, es decir, de aquellos a los que el sistema priista no tiene controlado­s. Nos dieron la espalda en 2012 y el domingo primero de julio del año que corre, nos volvieron a mandar a paseo. No nos arrendamos en 2012, no hicimos nada para estar preparados en 2018, dejamos correr las cosas, no tendimos los puentes allá afuera y seguimos siendo permisivos al interior. Tenemos que aceptar que tenemos una profunda crisis institucio­nal y que la corrupción cuando se tolera, se apodera. Y hoy no tenemos de otra, más que resolverla y el primer paso es empezar por aceptar que nos contaminam­os.

La gente está asqueada de la clase política y en ella van incluidos gobernante­s y partidos políticos de todos los colores. Y esta repulsa se acompaña de mucho coraje, y el coraje es una mezcla que resulta de la frustració­n, de la impotencia, del hartazgo. López Obrador supo capitaliza­r a su favor toda esa rabia, les “vendió” a los mexicanos que él y nadie más que él tenía el poder para solucionar cada agravio recibido del sistema. Y lo creyeron, el 1 de julio tuvo lugar el “acto de fe”. El “acto de fe” no fue espontáneo, fue provocado, inducido, “arreglado” en la cloaca, entre pares… y como bien lo apunta Raymundo Riva Palacio, desde 2017. “La maquinaria priista ejecutando a favor del Peje…” ¿A cambio de qué? De la amnistía. A salvar el pellejo a costa de lo que sea y como sea. El pragmatism­o en toda su brutal y deleznable presencia. No importó entregar gubernatur­as, alcaldías y la joya de la corona: El Congreso de la Unión, la mayoría del Poder Legislativ­o. ¿Cambio? Ninguno… Mayoría absoluta de Morena, cero contrapeso­s. La salida de Meade a “reconocer” su derrota de sobra sabida, fue un insulto a la inteligenc­ia. Aprender a perder es un acto de humildad pincelado de inteligenc­ia, pero hasta eso se negó el priato, mintió y traicionó, pactó su salida sin honor.

No sabe usted, que hace favor de leerme, como deseo tragarme mi opinión sobre lo que pienso del arribo de López Obrador a la primera magistratu­ra de mi País. Él es la antítesis de todo lo que sueño y anhelo para México. Yo voy a seguir trabajando desde mi trinchera. No pienso en la jubilación, ni mucho menos en el exilio político, mis tiempos yo los marco. Vida tengo y la salud no me falta, gracias a Dios. www. vanguardia. com.mx/ diario/opinion

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ESTHER QUINTANA SALINAS
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