Vanguardia

Diario de un nihilista

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Égloga urbana Vomita la avenida, exhausta e inexhaurib­le, coches que los semáforos pastorean, rueda al paso y guarda cada nube, cíclope en su regazo, un relámpago ciego sobre el aire fusible.

Cláxones como esquilas cubren el inaudible lamento de sirenas que sangran al ocaso; calles embotellad­as, la glorieta es un vaso, la clepsidra del tiempo gotea impercepti­ble.

Puente peatonal, do aguardo a mi pastora que moja sus sandalias en aceras de lluvia, ya empezó la película quizá en la Cineteca.

Embellece su cuerpo la penumbra a deshora cuando como un relámpago ondea su espalda rubia en este cotidiano apocalipsi­s azteca.

Perla Vivimos de milagro o de mentiras, de ilusiones que al fin son disparates: ves la belleza en sus escaparate­s, garabato es la página a que aspiras.

Arranca, pues, el palimpsest­o en tiras del cuerpo que desvela a los abates, la súcuba que en sórdidos combates destemplar­a los huesos y las liras.

Sócrates en su crátera cicuta beba otra vez, que muestra la belleza en mucha claridad muchos engaños.

En la perla barroca de esta gruta apura la sustancia y la sorpresa que han agotado tus mejores años.

Mandarín Agotó la soberbia en vanidades. Arribista internacio­nal, Octavio sentó plaza de crítico y de sabio y ese sillón le ha respetado el Hades.

Vano eco es la actual de otras edades. Fïado de su astro y de su labio, cada volumen suyo fue astrolabio que hoy naufraga en las vastas soledades.

El vanidoso culto a lo moderno le quitó seriedad a su amplia obra, a su filosofía improvisad­a.

Más con ella ganó el millón hodierno, el cual aún tramposame­nte cobra, cual mandarín del ruido y de la nada.

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ALFREDO GARCÍA

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