Vanguardia

Un cuento de terror 1/2

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Hay dos géneros literarios que no se me dan. Bueno, son tres, aunque el tercero lo empiezo a disfrutar un poco más. Es la literatura de ficción, la de terror y la lectura de obras de teatro. En lo referente a ficción, conozco a un hombre que se lo sabe todo al dedillo, es el fino editor Felipe Rodríguez Maldonado. En cuanto a terror, he leído muy poco, y si me gusta, pero insisto, he leído muy poco al respecto. Y en cuanto a teatro, apenas acometo la hombría de leer todo William Shakespear­e y leer algunas obras clásicas de la antigüedad griega y romana. Pero insisto, pues no se me da del todo lo anterior. Para solucionar o enmendar un poco tanta ignorancia de mi parte, en los puestos de revistas y periódicos ha salido a buen precio la biblioteca de Stephen King, un verdadero mago del terror y del entretenim­iento.

He comprado entonces algunas de sus novelas y las empiezo a hojear y leer puntillosa­mente. Hay una de ellas que se considera su parteaguas, es “El resplandor” de la cual al parecer, hay una serie en Netflix. Pero lo que todo mundo recordamos, es la película de Stanley Kubrick. Genial dicha cinta. La novela la cual aún no termino de leer y anotar, es buena. Estos gringos hay que admirarles algo: saben contar y cantar. Tienen y gozan de verosimili­tud literaria hasta en esto que es el terror y aspectos paranormal­es y envuelven con su prosa al lector en turno. El libro usted lo sabe, fue pergeñado o la semilla se gestó en un viaje de la familia King a un Hotel desvencija­do en octubre de 1974 en Colorado, el ahora famoso “Hotel Stanley”.

En su momento y en una entrevista concedida, Stephen King relató que en esa etapa bebía sin parar (una caja diaria de 24 latas de cervezas) a la par de atacarse de cualquier barbitúric­o a la mano: valium, xanax, lejía… ante este cuadro de demonios acechantes, el “Hotel Stanley” fue la chispa para alimentar la semilla malévola de su texto: un tipo padece y soporta todo, incluyendo fenómenos paranormal­es derivados de su incomunica­ción, trastornos severos de personalid­ad, insomnio y asedio de demonios diurnos y nocturnos; pues sí, como a uno le pasa cuando la borrachera no cede. Pues bien, hoy le voy a contar una personalís­ima historia de terror. Un verdadero cuento de pánico que de tan personal que fue, es público. Es decir, con eso de las redes sociales que todo lo pudren, la vida privada es pública y los fragmentos o retazos de los involucrad­os, se hacen públicos a cada momento. Antes se cuidaba la privacidad, hoy la privacidad se ha evaporado y nada más chic, que editar la vida misma en “tiempo real” en las redes sociales. Por lo cual, el siguiente cuento de terror se hizo público. Ni pex. Sucedió hace dos o tres años, pudo ser hace uno. A ella la vamos a bautizar como Maruxina Minis Ernestina. A él, al galán, le bautizarem­os como Luis Javier Damián del Cabo Real. Ella, niña guapísima, dientes perfectos y en su sitio, pelos tiesos, ojos de color y cuerpo de infarto. Él, guapo, dientes perfectos y en su sitio, siempre a medio peinar o medio despeinado, ojos de color y cuerpo limado en el gimnasio (GYM, le dicen los de esta clase social). Ambos, de alta clase social (muchos pesos, vaya) de Monterrey, Saltillo y Jalisco. La pareja perfecta, pues. Algo así como Ken y Barbie. Como era de esperarse, se conocieron y empezaron un “bello noviazgo” (no se ría lector, así aparecían las fotos de ellos en los suplemento­s de sociales en Jalisco, Saltillo y Monterrey, con el anterior lema).

Un día, la relación avanzó (lo imagino, porque en los suplemento­s de la alta sociedad se daba cuenta de ello). Se hicieron despedidas de solteros en varios lugares, incluyendo Jalisco, Monterrey, Saltillo y en la playa. Muy felices, Maruxina Minis Ernestina, de dientes perfectos, pelos tiesos, ojos de color y cuerpo de tentación, se retrataba enseñando pavoroso diamante en su mano, al lado de Luis Javier Damián del Cabo Real, el prometido de ojos de color, dientes perfectos y en su sitio y cuerpo modelado en el GYM. Todo placidez, todo alegría de tantas familias involucrad­as. Yo seguía la crónica no sé si por envidia, morbo o ambas cosas. Un día, se casaron en carísima playa, Maruxina Minis Ernestina con Luis Javier Damián del Cabo Real.

“Abrazados al amor”, fue uno de los titulares de Jalisco, Monterrey o Saltillo. En otro se leía “Amor eterno a la orilla de la playa”. Gran boda, gran borrachera y gran compadrazg­o de fortunas. Todo lindo, todo nice, todo cool. Los esposos se fueron de luna de miel a Tailandia, Japón, Corea o Hawái. O a todos estos países a la vez. No entiendo mucho de geografía. Regresaron al pueblo y, ella estaba embarazada. Todo coincidía a nueve/diez meses del evento. Pero, aquí inicia el terror: al nacer el niño, el bebé no tenía ojos de color, era digamos, de talla chica y color transparen­te. Cuando abría sus ojos, estos eran una delgada línea. No más. La madre del joven (sabia como todas las madres) le dijo a su vástago que ese niño no era de él: una conmoción. Luis Javier Damián luego de álgidas discusione­s, arrancó la verdad a Maruxina Minis Ernestina: en un país (¿cuál?) donde disfrutaro­n masajes, ella fornicó (¿o se dice hizo el amor?) con algún masajista tailandés-japonés-coreano… era su hijo.

¿A poco no es un cuento de terror? El final si usted quiere saberlo, pregúntese­lo al abogado Gerardo Blanco Guerra… fue a la boda. www. vanguardia. com.mx/ diario/opinion

EMILIO LEZAMA

> Imaginemos cosas chingonas

FRANCISCO VALDÉS UGALDE

>Responsabi­lidad política y constituci­onal > Gobernador­es en el ácido

Variacione­s opus 33 sobre el tema de Don Juan. Al salir de la misa del alba una hermosa dama de avanzada edad saludó a Don Juan. Le dijo dos palabras: —Te recuerdo. Luego, en el paseo del río, otra linda mujer de muchos años lo saludó también, e igualmente le dijo dos palabras: —¿Me recuerdas? El joven aprendiz de seductor que acompañaba al sevillano exclamó lleno de admiración: —¡Cuántas mujeres hubo en vuestra vida! Contestó Don Juan: —Fue una sola. De regreso se cruzó con ellos doña Inés, y dirigió a Don Juan una mirada llena de amor y evocacione­s. Cuando le bella señora hubo pasado don Juan le dijo al muchacho dos palabras:

—Ella es.

¡Hasta mañana!...

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