Vanguardia

ALÍ CHUMACERO, POETA MAYOR

- Excélsior

Él se definía como “un obrero de la palabra”. Sus colegas lo considerab­an “un poeta mayor desde sus primeros versos”. Sus alumnos abrevaban del editor y tipógrafo decano. Y sus amigos simplement­e le decían “sabio”, porque nada le importaba más que la literatura, los toros y las mujeres. Así era el escritor Alí Chumacero Lora (19182010).

Autor de una obra poética “breve, pero intensa” –”Páramo de sueños” (1944), “Imágenes desterrada­s” (1948) y “Palabras en reposo” (1956)– y formador de diversas generacion­es durante sus siete décadas de trabajo como corrector, redactor, tipógrafo y editor, Chumacero y su obra inspiran un homenaje nacional con motivo del centenario de su natalicio, que se conmemora hoy nueve de julio.

El escritor Felipe Garrido y el editor Joaquín Díez-canedo Flores, quienes trabajaron durante varios años con el también ensayista, destacan su eterno sentido del humor, su ironía, su informalid­ad, su honestidad y, obre todo, la libertad con la que vivía.

“La enseñanza más importante que me dejó es que el editor trabaja para el lector. Estaba convencido que todas las decisiones que toma el editor, desde el tamaño del libro, de la caja, el cuerpo de la letra, deben ir encaminada­s a facilitar la lectura”, comenta Garrido.

La otra lección es que el editor está para que se respete la voluntad del autor. Decía que hay momentos en que para el editor es fácil meterle mano al texto, cambiarlo; pero que ésta es una tentación que hay que saber resistir, porque lo que interesa es que el mensaje llegue al lector tal como lo dejó el autor”, agrega.

Y Díez-canedo, narra, aprendió de él que “la edición no es una teoría, sino una idea de que las cosas estén bien hechas; pero no es romper lanzas por una teoría del punto y coma. Alí no era doctrinari­o, no dictaba cátedra. Era respetuoso de los textos”.

Acaponeta (Nayarit) fue la cuna del hombre por cuyas manos pasaron, durante los 58 años que laboró en el Fondo de Cultura Económica, los originales de libros fundamenta­les como “El Laberinto de la Soledad”, de Octavio Paz; “La Región más Transparen­te”, de Carlos Fuentes; y “Muerte sin fin”, de José Gorostiza.

Guadalajar­a fue la urbe donde terminó sus estudios de primaria, secundaria y preparator­ia; y la Ciudad de México, a la que se mudó en 1937, a los 19 años, con la idea de ingresar a la Facultad de Filosofía y Letras, significó su consolidac­ión como poeta y editor. Chumacero no pudo entrar de inmediato a la UNAM, porque había reprobado algunas materias en Guadalajar­a. Por eso, se dedicó a pasear por las calles del centro de la capital, donde vivía en República de Costa Rica 118, y tuvo tiempo de leer lo que quiso.

Años después, cuando entró a la universida­d y conoció al filósofo José Gaos, a sus lecturas se integró la obra de los escritores refugiados en México a raíz de la Guerra Civil española, a quienes después conocería o con los cuales trabajaría.

El Premio Xavier Villaurrut­ia 1980 fundó la revista Tierra Nueva en 1940, cuando estudiaba en la UNAM, junto con Jorge González Durán, Leopoldo Zea y José Luis Martínez.

“Es el hombre más sabio que conocí. Era alguien que supo disfrutar la vida, alguien que no se dejaba angustiar por las pequeñeces que ocurren día con día. Reconozco en Alí a mi gran maestro en cuestiones de edición, lo cual es uno de mis orgullos en la vida”, añade Garrido.

Aunque recuerda que el poeta iba a la casa de su padre a jugar dominó, Díez-canedo explica que lo conoció más formalment­e en el FCE. “Era el decano de los editores. Era una fuente constante de consulta, por su cubículo pasaba todo el mundo. Siempre tenía una opinión; pero no era doctrinari­o, sino práctico. Era una figura de autoridad”.

El homenaje en honor de Alí Chumacero incluye actividade­s en CDMX y en varios estados del país, que se extenderán durante julio. Ayer se llevaría a cabo la mesa Alza la noche el salmo del olvido en el Palacio de Bellas Artes. Ambos entrevista­dos hablarán de él como editor y maestro el próximo jueves, a las 19:00 horas, en la Capilla Alfonsina.

“Es un poeta muy importante, aunque difícil, hermético. Hay que insistir en su lectura para irlo conociendo y entendiend­o. Vale la pena hacerlo”, concluye Garrido.

EN EL CENTENARIO DEL NATALICIO DEL NAYARITA, AMIGOS LO RECUERDAN COMO UN SABIO DE GRAN HUMOR

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