Vanguardia

Café Montaigne 66

Es junio y en Zacatecas por ningún lado se adivina el verano. La niebla, como bestia agazapada (…), baja desde el Cerro de la Bufa

- JESÚS R. CEDILLO

Zacatecas me ha escogido como su hijo. La bella ciudad de Zacatecas me apapacha, me enamora apenas llego a su central de autobuses, montada sobre un cerro desde el cual se otea, a vuelo de pájaro, casi toda la ciudad. Zacatecas me ama. Yo amo a Zacatecas. Nos hemos escogido mutuamente para sanar nuestras heridas, gozar, recorrer sus callejones empinados y disfrutarn­os uno del otro. La ciudad es bella desde cualquier ángulo. No le veo mácula alguna. A mis ojos es una ciudad/mujer perfecta de más de 460 años. Así de sencillo. De haber sabido que iba a tener a esta ciudad por novia, esposa y amante, desde joven hubiese ahorrado un peso para comprar aquí una casa, y cambiar mi residencia y vida por completo a estas tierras de baldosas rojas y clima benigno y perfecto.

Para desgracia mía, y por andar de vago en otras tierras y en otros espacios de México, conocí Zacatecas allá por la mitad de la década de los años noventa del siglo pasado. Desde entonces, la ciudad me enamoró. Desde entonces vengo en diversas épocas del año y conforme caen pesos en mis precarios bolsillos. Este momento es uno de ellos. Me pagaron algunos textos publicados en revistas, imprentas y periódicos, y me vine a gastar mis emolumento­s a esta ciudad, la cual habita mi cuerpo y memoria. Es junio y en Zacatecas por ningún lado se adivina el verano. La niebla, como bestia agazapada, la cual avanza lenta para engullir a su presa, baja desde el Cerro de la Bufa. Primero, es un velo de novia. Nubes plomizas las cuales cargan algo de lluvia; luego la niebla, las nubes se presentan duras, fuertes: la bruma es total, se instala en todo el cerro, se come al funicular –la arcada visible la cual guarda restaurant­es, tiendas de artesanías y un bar– y llega, llega la niebla a la ciudad y la devora.

Es junio y en Zacatecas por ningún lado se adivina la primavera, menos el verano. Sigo aborrecien­do del calor de más de 34 grados de Saltillo, el sudor escurriend­o en mi cuello y las palmas de mis manos húmedas y pastosas. Para decirlo en orden: el único calor y humedad al cual deseo son los muslos entreabier­tos de Angelina y su monte de Venus; sí, un monte depilado, caliente, palpitante, donde bufa por siempre el deseo y donde anidan los secretos del placer más profundos. Cierto, lo único que se extraña de Saltillo y Monterrey es Angelina y el sueño de su risa de musa de la primavera. Son las 10 de la mañana y la primavera ardiente, para fortuna mía, se ha quedado estacionad­a en Monterrey, en Saltillo y en Tamaulipas. El maldito calor no me ha seguido esta vez. Pude engañarlo a tiempo. No siempre es así.

ESQUINA-BAJAN

Las calles ardientes y adolescent­es pecadoras, las cuales enseñan el ombligo como centro erótico. Blusas al ras de la cintura y con tirantes, apenas tapan discretame­nte los senos redondos, los pezones erectos, parados, los cuales –varios y de varias señoritas– no caben en una talla chica. Todo eso quedó varado en Monterrey. Son las 10 de la mañana aquí y la niebla, la ventisca se convierte en una lluvia fina, pertinaz, obcecada. ¿13-16 grados? Estoy en un restaurant­e de poca monta, Vip’s, donde mi posición privilegia­da y sus amplios ventanales me permiten observar el contorno del Cerro de la Bufa. Las nubes lo emboscan y éste apenas se adivina. Frente a mi mesa –¡Ja!, decir mi mesa, qué rápido se apropia uno de los objetos–, una pareja de novios, veinteañer­os imagino, tomándose el día y abominando de sus clases universita­rias, toman café y se besan entre risas.

La lujuria se huele en fresco ambiente. Me hago el loco mientras leo la edición de un día anterior del diario ibérico “El País.” Las noticias de un día anterior siempre se me han hecho más importante­s que las diarias. Las noticias de hoy, sí, confirman los hechos de ayer. Extraño placer y malsano el mío. Leo sin leer, observo sin observar. El jovenzuelo con una mano trataba de sujetar el afilado rostro de la universita­ria. Con la otra, acariciaba la cara, el mentón, le pasa el dedo índice por los labios, los obliga a abrirse y le mete el dedo en la boca. Ella respinga de vez en cuando, suspira y gime un vago “ya no Daniel. Aquí no…”, sólo para tragarse todo el dedo de Daniel y chupárselo hasta dejarlo ensalivado, húmedo, listo para otros trabajos y placeres…

Él, ¿Romeo estudiando bacteriolo­gía? Ella, ¿Julieta aplicada en Psicología y Educación Clínica? El mundo ha cambiado. Estos jóvenes amantes no van a morir de amor sino de alcoholism­o o cáncer, atados a la decrepitud a los 40 o 50 años y, tal vez, con otras parejas. Estos jóvenes –como en un verso de Wislawa Szymborska– ya no se asfixian en un añoso armario cuando son descubiert­os por los padres de la joven al regresar temprano a casa. Hoy es cotidiano y de tener plata, la visita al hotel de paso y sus gastadas sábanas de orlas y bordes carcomidos.

LETRAS MINÚSCULAS

Y este escarceo amoroso del par de jovenzuelo­s, me trajo a la mente la película “Cape Fear” (Cabo de miedo) donde Max Cady (Robert de Niro), mete su dedo en la boca de la inocente Juliette Lewis… escampa.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico