Simulaciones en la mira
“Omnis homo mendax”, dice la Escritura revelada.
Todo hombre miente. Parece una propensión sin excepciones. Es el riego de todos. Es como una falla constitutiva la inclinación a disimular, a encubrir, a buscar sólo aparentar con una fachada sin contenido. Todo hombre tiene el desafío de no dejarse llevar por esa tendencia corruptora.
Fue llevada al exceso esta inclinación por los fariseos. La convirtieron en hipocresía sintomática y consuetudinaria. Buscaban la aceptación y el halago, aparentando una perfección que no tenían. “Sepulcros blanqueados, los llamó Jesús de Nazareth, blanqueados por fuera y con podredumbre por dentro. Eran los que colaban el mosquito y dejaban pasar el camello. Los que buscaban el exhibicionismo que encubría su vicio y su perversidad. Daban limosna a sonido de trompeta y oraban en las esquinas más concurridas, con aspavientos de falsa piedad para llamar la atención de los transeúntes.
La simulación no pierde vigencia en ninguna época de la historia. Sigue circulando en la selva de asfalto y en los canibalismos con tenedor. Se moderniza y se actualiza en todo lo que pasa de lo privado a lo público. Los disfraces se multiplican y las máscaras navegan en la punta de la ola en última generación. La gente sencilla dice: “caras vemos, corazones no sabemos”. La supervivencia de las liebres se debe, en gran parte, a la costumbre de dar gatos por ellas.
El gatopardismo es epidémico en la vida pública. Es el arte de simular cambios para que nada cambie. El cultivo de la imagen se paga con alto precio por quienes quieren sólo dar buena impresión, ocultando carencia de valores auténticos.
En correspondencia a esta predisposición generalizada surge el “sospechosismo”, la desconfianza, el colmillo agudo, el ojo clínico, la duda metódica, la actitud crítica, el soplarle al jocoque recordando pasadas quemaduras con leche. Pasa de moda la ingenuidad cuando llega la constatación de que del dicho al hecho hay mucho trecho. Se cae entonces en ese otro extremo que es el escepticismo. En grado sumo acaba diciendo, como el asturiano: “este queso sabe a jabón, pero es queso (ya no le cree ni a su paladar).
La objetividad, los hechos, los resultados son lo irrebatible. Por los frutos se conoce el árbol. Lo que vale no necesita maquillarse. El hábito no hace al monje. El resplandor de la verdad es inocultable cuando aparece, no en apariencias de falsificación sino en problemas solucionados, en anhelos satisfechos, en vicios desarraigados, en delitos sancionados, en dignidades reconocidas, en desavenencias reconciliadas, en derechos respetados y abusos suprimidos, en privilegios desaparecidos, en sustracciones restituidas, en capacidades aprovechadas, en ineptitudes destituidas. “Omnis homo mendax”, pero es la verdad la que lo hace libre de todo engaño para sustituir la simulación por la autenticidad...