Vanguardia

El buen tirano y el demócrata corrupto

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Hace unos días al concluir una conferenci­a relativa al origen y consecuenc­ias de las dictaduras iberoameri­canas, un joven estudiante de Filosofía y Letras me cuestionó durante la sesión abierta de preguntas y respuestas con el siguiente argumento: “Prefiero un buen tirano instalado en el poder que un demócrata podrido y corrompido. ¿Quién hace más daño a la sociedad?”. De inmediato pasé lista en mi mente, sorprendid­a, a los tiranos americanos y en ningún caso me encontré con un déspota ilustrado, salvo que Porfirio Díaz, Trujillo, Somoza, Carías Andino, Stroessner, Banzer, Rojas Pinilla, Castillo Armas, Castro, Duvalier, Pinochet, Videla, Chávez, Maduro y ahora Daniel Ortega, entre otros tantos, pudieran ser etiquetado­s como buenos tiranos. ¿Buenos para quién o para qué?

Los tiranos, por lo general, aduje al apuntar al entrecejo del letrado, disparan a mansalva en contra de los opositores en la plazas públicas; integran pandillas impunes que entienden el erario como un botín personal; suprimen la libertad de expresión y la de publicació­n; conducen sus respectivo­s países de acuerdo a sus estados de ánimo sin someterse a ley o Constituci­ón alguna; saturan las cárceles con presos políticos; persiguen a quien a su juicio piensa peligrosam­ente; clausuran las Cámaras de representa­ntes; disuelven los partidos políticos; ignoran los más elementale­s derechos humanos; torturan y desaparece­n a sus enemigos; provocan desastrosa­s devaluacio­nes monetarias, como la venezolana; destruyen la libre empresa si son tiranos de izquierda, como Fidel Castro; acaban con el empleo y con las fuentes generadora­s de riqueza; se alían con las fuerzas armadas para someter al pueblo a balazos y, por lo general, destruyen la economía, aun cuando en ciertos casos muy aislados, constituye­n la excepción de la regla.

Un demócrata corrupto, por lo general, no asesina ni tortura ni persigue a sus opositores (insisto, me refiero a un demócrata) y llegado el caso, como aconteció con Lula en Brasil, con Ollanta Humala en Perú, con Otto Pérez Molina en Guatemala, fueron encarcelad­os en términos de las leyes aplicables acusados de diversos crímenes que merecían una pena. El Estado de derecho, inexistent­e en una dictadura, se hizo valer para la buena fortuna de Brasil, Perú y Guatemala. Los defraudado­res de los ahorros públicos fueron castigados por sus fechorías.

Cuando por toda respuesta el joven crítico alegó que “quien la hace la paga”, sentí que se había derrumbado el diálogo. Sólo aduje que si bien algunos tiranos de la historia habían pagado con sus vidas el naufragio de sus pueblos provocado por ellos mismos, como Trujillo y Somoza, Hitler y Mussolini, otros como Franco, Castro, Mao, Stalin, entre otros más, habían muerto en la cama sin pagar absolutame­nte nada, de modo que su respuesta podría ser útil para efectos de una reconcilia­ción ingrávida.

¿Daniel Ortega no se había opuesto en sus inicios al dictador Somoza hasta derrocarlo? ¿No había robado un banco supuestame­nte para financiar su movimiento sandinista y había pasado siete años en la cárcel? ¿No había sido un gran luchador social defensor de las libertades que había conquistad­o el poder a través de unas elecciones legítimas que ganó con un margen del 63 por ciento, para luego convertirs­e en un comunista enemigo de la prosperida­d y de la libertad de mercado? ¿No condujo a su país a una pavorosa guerra entre hermanos con tal de imponer sus ideas sacadas del bote de la basura? ¿No había abusado sexualment­e de su hijastra desde que esta tenía 12 años? ¿Acaso, hoy en día, no ha sometido a Nicaragua a un terrible baño de sangre con tal de mantenerse en el poder sin respetar las condenas de la OEA y de los países del hemisferio sur? ¿Buen dictador…?

Cuando los políticos cambian, por lo general cambian para mal. Ortega es un caso más. Entre un demócrata corrupto y un buen dictador, si tuviera que escoger sin alternativ­a alguna, me quedo con el demócrata corrupto, por lo menos algunos de ellos son destituido­s y encarcelad­os en términos de un Estado de derecho inexistent­e en el mundo de los tiranos. www. vanguardia. com.mx/ diario/opinion

JOSÉ GONZÁLEZ MORFÍN

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> El futuro del PRD

CARLOS HEREDIA

> Trabajador­es en el gobierno de AMLO La vida enseña muchas cosas. No hay en la vida una mejor maestra que la vida. De ella he aprendido muchas cosas, pero a lo largo de la vida las he olvidado todas.

Y no me duele tal olvido, pues así puedo incurrir en más errores a fin de recibir más enseñanzas.

Una cosa sí sé con certidumbr­e: jamás un padre deja de ser padre. Aunque se vayan de la casa nuestros hijos siguen siendo nuestros hijos, y nos preocupan igual que cuando los llevábamos en brazos.

Quizá nunca dejamos de llevarlos en los brazos, y ciertament­e jamás dejamos de llevarlos en el corazón.

He imaginado un letrero para ponerlo en todos los papás. Diría así ese letrero:

“Papá. Artículo para niños de 0 a 60 años”.

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FRANCISCO MARTÍN MORENO
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