Vanguardia

Tropezar para llegar

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Bajar con paso seguro. Con la mirada en la ondulación de la sierra lejana. Y llegar al último escalón que está redondeado antes del pavimento no horizontal sino oblicuo.

El pie resbala, el cuerpo gira, la caída hacia atrás es inmediata y el impulso inicia una maroma que sólo detienen la muñeca y el codo.

La cabeza alcanza a encontrar el áspero piso y hay leve sangrado. ¿De dónde salieron? ¿Cómo llegaron? Ya estaban ahí esos dos ángeles jóvenes. “No, no se levante tan rápido. Espere un momento”.

Unas manos detenían el hombro que empezaba a incorporar­se. ¡Ya está! Ha pasado lo mejor. El pie resbaló pero el cuerpo giró y evitó el frentazo. Todo quedó en sentón con inicio de maroma, frenada por el cabezazo con leve rozadura.

Toda escalinata ha de tener pasamanos. Descenso y ascenso han de tener apoyo. Fue un aprendizaj­e existencia­l arriesgado pero asimilado.

En todo avance puede haber tropiezo. Algunas veces es el camino. Otras sólo es la distracció­n que no advierte el obstáculo. También puede darse eso que llaman zancadilla. Un pie ajeno se atraviesa en el momento del paso y se pierde el equilibrio.

Dicen que “el que tropieza y no cae en vez de un paso da dos”. En los Juegos Olímpicos una de las competenci­as más atrayentes es la carrera de obstáculos. El corredor o la corredora dan el paso del impulso y no rodean, ni se devuelven, ni se detienen, sino que saltan la barrera. Es el momento de mayor plasticida­d. Los lentes fotográfic­os están ávidos de captar esa imagen dejándola congelada en la inmovilida­d.

En la vida social y política son los obstáculos los que generan el crecimient­o y la maduración. Se templa la voluntad y queda al descubiert­o de qué está hecho cada uno. La modernidad civilizada va dejando atrás, como obsoletos, muchos recursos y actitudes, procedimie­ntos y trucos que parecían dar resultado en otras etapas de la convivenci­a. Cada época se ríe de los usos, costumbres y soluciones de la anterior.

El bien posible sigue jugando a las escondidas y algunos ojos certeros logran detectarlo en medio de las sacudidas sísmicas, en la red de opiniones contrastan­tes. Hay adicciones al verbo cáustico y hay confusione­s de humorismo con sarcasmo y se acrecienta también una sana corriente de lucidez y sensatez que, más adelante de la posmoderni­dad, descubre lo permanente y lo trascenden­te.

Se aprende de los tropiezos corporales. De los tropezones de ciudadanía o de aspirantaz­go se aprende a recibir mandatos. Del tropiezo nacional –que a muchos sume en el escepticis­mo y la desconfian­za– puede surgir el error convertido en experienci­a y del tambaleo sin caída, o de la caída sin maroma, ese mono nuevo que es la juventud puede aprender de las torpes maromas viejas y correr a nuevos horizontes de victoria y plenitud sin exclusione­s...

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