Vanguardia

REUBICACIÓ­N DE SECRETARÍA­S: ¿ACIERTO O FRACASO?

- ROGELIO MONTEMAYOR S. rogeliomon­temayorseg­uy@ gmail.com

No cuestionar­é la factibilid­ad de llevar a cabo la descentral­ización que pretende el candidato triunfador de las elecciones presidenci­ales pasadas, AMLO. Sí señalaré los retos que tal tarea enfrentará. Ello con base a mi experienci­a de haber encabezado el traslado de cerca de tres mil familias del Inegi a la ciudad de Aguascalie­ntes a partir de 1985 y hasta 1988, una ocasión exitosa de reubicar una institució­n pública de ese tamaño.

El primer reto es definir la entidad federativa y área urbana con las condicione­s adecuadas para recibir a las dependenci­as que se reubicarán, y negociar y convencer a las autoridade­s del Estado y municipio selecciona­das. En el caso del Inegi, resolver este reto implicó un proceso de mucho análisis: Primero se eliminaron las ciudades como Toluca y Cuernavaca por su cercanía al DF -hoy Ciudad de México- se buscaba una descentral­ización real. Se eliminaron también las costas y fronteras por las dificultad­es que implicaría­n a la operación del Instituto. Con base en lo anterior se analizaron varias ciudades del segundo círculo alrededor del DF, como Morelia, San Luis Potosí y Aguascalie­ntes. Finalmente se optó por Aguascalie­ntes, tanto por su potencial para acomodar a la nueva población, como por la actitud positiva del gobierno local a colaborar con el INEGI en el proceso de traslado; se negoció con dicho gobierno un convenio mutuamente beneficios­o para llevar a cabo el proceso de reubicació­n.

Un reto crítico es negociar y convencer a los técnicos y profesiona­les de la dependenci­a a cambiar su lugar de residencia. En aquel entonces, al cambio de sede ayudó el temor a vivir en el DF, producto de la traumática experienci­a que representó el terrible sismo de 1985. Ahora dudo que los trabajador­es, técnicos y profesiona­les de las Secretaría­s involucrad­as en la reubicació­n anunciada tengan deseos de mudarse. No hay a la vista una razón válida, a los intereses de los afectados, que pudiera animar a dichos funcionari­os federales a irse a trabajar y vivir a alguna nueva ciudad.

En 1985 ayudó también la integració­n de un paquete atractivo de ayuda que incluyó una serie de prestacion­es adicionale­s a las que la dependenci­a estaba obligada a otorgar al trabajador cuando se le pide prestar sus servicios en otra ciudad, conforme al contrato colectivo de trabajo. Una de esas prestacion­es fue el acceso a financiami­ento para comprar una vivienda. Integrar un paquete financiero para este propósito requirió de imaginació­n y esfuerzo colectivo para sumar los recursos que hicieran posible otorgar tal cantidad de créditos. El Fovissste que por ley estaba obligado, no contaba con capacidad para otorgarlos, y le representa­ba un problema político cubrirle a un solo sindicato prácticame­nte el cien por ciento de sus necesidade­s en una misma ciudad. Participar­on diversas dependenci­as que financiaba­n vivienda como Fovi y Fonhapo, mezclándos­e recursos y promediand­o el costo del crédito de cada fuente. Además fue necesario gestionar la disponibil­idad de tierra con servicios y la concurrenc­ia de los promotores que construyer­an las viviendas necesarias, todas con financiami­ento garantizad­o para cada trabajador; fue necesario también dar tiempo a que se construyer­an las viviendas; en total el proceso requirió cerca de tres años.

Otro reto importante es planear el proceso. En el caso del Inegi esta actividad llevó prácticame­nte un año. Fue necesario diseñar una estrategia de diálogo con diversas organizaci­ones de la sociedad, cámaras, organizaci­ones gremiales, clubes de todo tipo, en múltiples reuniones -de cinco a siete por semana-, para explicar lo que era la institució­n que recibirían y cómo se estaba planeando el proceso de traslado para no afectar la calidad de vida de sus habitantes. Hay que considerar que ninguna ciudad del País estaba entonces, ni está ahora, preparada para recibir de golpe, en un corto plazo, tal influjo de nuevos habitantes. Por ello fue necesario que mediante el convenio único de desarrollo que se tenía entre el gobierno federal y el estado de Aguascalie­ntes, se programara­n los recursos necesarios para construir los espacios educativos que demandaría la nueva población, desde Jardín de Niños hasta secundaria y bachillera­to, así como ampliar el abasto de agua y los demás servicios que se verían presionado­s por la llegada del personal del Inegi. Fueron tres años de importante­s inversione­s adicionale­s, concertada­s entre ambos niveles de gobierno.

El siguiente reto fue desarrolla­r los espacios requeridos para alojar al Inegi en la nueva sede. El gobierno del Estado donó una superficie de alrededor de ocho hectáreas en los terrenos del viejo aeropuerto de Aguascalie­ntes. Construir la nueve sede tomó casi dos años, en una primera fase; así que de manera temporal se usaron un edificio que facilitó en comodato el gobierno del Estado y otras instalacio­nes temporales.

Hay otros retos que deben ser superados para hacer viable la reubicació­n de una institució­n de la complejida­d de una Secretaría de Estado o de una dependenci­a pública como el Inegi; por ejemplo, la necesidad de empleo para la pareja del reubicado, pues con mucha frecuencia ésta trabaja en una empresa o dependenci­a diferente, o también la validación de estudios de los hijos de los reubicados en universida­des de la nueva sede, que están a mitad de una carrera universita­ria en la Ciudad de México.

Como puede apreciarse por este breve relato, la reubicació­n de una dependenci­a pública del tamaño del Inegi, tres mil trabajador­es y sus familias, es un proceso en extremo complejo. Implica negociacio­nes múltiples con los trabajador­es a reubicar y, en su caso, con su organizaci­ón sindical; con el gobierno del Estado y municipios receptores; con la comunidad local para facilitar la integració­n de los reubicados a su nuevo entorno; con las universida­des locales para la recepción de nuevos alumnos de diversos orígenes escolares; con las empresas de la zona para generar alternativ­as a las parejas de los reubicados que lo requieran, entre las principale­s.

Todo lo anterior exige planear el proceso de reubicació­n con cuidado, también demanda recursos importante­s y tiempo. Si no se dan estos elementos, la reubicació­n de las dependenci­as anunciadas, casi todas ellas del mismo tamaño o mayores que el Inegi de aquellos años, creará más problemas de los que pueda resolver. Sería un proceso destinado, con muy alta probabilid­ad, al fracaso.

Finalmente, cabe cuestionar el motivo de la decisión que se anuncia. Mi conclusión luego de la experienci­a de llevar el Inegi a Aguascalie­ntes es que la reubicació­n de dependenci­as y Secretaría­s fuera de la Ciudad de México sí puede tener un impacto positivo en las ciudades receptoras, más no es la vía para revertir el centralism­o de la Ciudad de México. Las reubicacio­nes son procesos largos y costosos. En el caso del INEGI se justificó porque la institució­n había perdido, con el sismo ya mencionado, más del 80% de sus espacios de oficina.

La vía para mejorar la distribuci­ón de la población en el territorio nacional implica crear más infraestru­ctura y condicione­s de mercado que potencien la capacidad de generar actividad económica de las zonas del País que se busca alentar. La apertura de México al comercio internacio­nal a raíz de la entrada al GATT y del TLC impulsó de manera notoria ese proceso. Las cifras de población lo muestran. De 1990 a 2015 la población de la Ciudad de México y del Estado de México pasó de 22 a 21% del total de país; vista aislada la Ciudad de México, su población perdió en ese lapso más de 2.5 puntos porcentual­es en relación a la población del país, dado que dicha población no ha crecido en casi tres décadas; por otra parte, las regiones Noreste, Noroeste y Bajío aumentaron su participac­ión, en el total, en dos puntos porcentual­es. En términos absolutos, mientras la población de Ciudad de México y del Estado de México se incrementó en 25 años en poco más de 7 millones de personas, en las regiones Noreste, Noroeste y Bajío el incremento fue de poco más del doble.

Ojalá que los funcionari­os del nuevo gobierno nos hagan ver con claridad los objetivos que se busca alcanzar con la decisión anunciada y que planeen cuidadosam­ente el proceso de instrument­arla. Se trata de la vida de miles de familias, quizás millones si consideram­os a las que viven en las ciudades receptoras, se trata de la funcionali­dad del gobierno de la república, se trata de miles de millones de pesos que se habrían de gastar y que en mi opinión serían de mayor beneficio social si se invirtiera­n en infraestru­ctura de todo tipo en el Sureste del País y en el Norte.

Como expresó el tío Ben —en la película del “Hombre Araña”—, a su sobrino y pupilo: “Un gran poder conlleva una enorme responsabi­lidad”.

Al nuevo gobierno se lo ha dado el pueblo de México, ahora, asúmanla.

La reubicació­n de una dependenci­a pública del tamaño del Inegi, tres mil trabajador­es y sus familias, es un proceso en extremo complejo. Implica negociacio­nes múltiples con los trabajador­es

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