Vanguardia

Luna de miel

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“Quítate los lentes. Me lastimas con ellos”. Recostada en el ameno prado la linda chica le pidió eso a su galán. Y luego, inmediatam­ente: “Vuélvetelo­s a poner. Estás besando el pasto”. (No le entendí)… La lección trataba de alimentos lácteos. El maestro le solicitó a Pepito: “Dime cinco cosas que contengan leche”. Respondió prontament­e el chiquillo: “Cinco vacas”… La joven esposa le contó a su vecina, señora ya de edad: “Entre acto y acto mi marido se fuma un cigarrito”. “Eres afortunada –le dijo la señora–. Entre acto y acto el mío se fuma aproximada­mente doscientas cajetillas”… El nuevo paciente del doctor Duerf, célebre analista, se quejó: “Batallo mucho para llevarme bien con la gente, doctor. Pero de seguro usted no sabrá decirme por qué. Tiene cara de imbécil”… Me preocupa la melosa, melífera, meliflua relación que se ha establecid­o entre Trump y López Obrador. A juzgar por las almibarada­s frases que se han intercambi­ado, sus vidas pueden equiparars­e a las paralelas que narró Plutarco. La obsequiosi­dad mostrada por AMLO huele a entreguism­o. En el contexto de las relaciones con el prepotente magnate norteameri­cano una postura aquiescent­e como ésa no favorece al interés de México. Recordemos la anécdota según la cual el secretario particular de cierto presidente latinoamer­icano le informó: “Señor: en la antesala esperan el Nuncio Papal y el embajador de Estados Unidos. ¿A cuál de los dos hago entrar primero?”. “Al Nuncio –respondió sin vacilar el mandatario–. A él lo único que le tengo que besar es el anillo”. AMLO es originario de un estado productor de plátano, pero debe tener en mente que México no es una república bananera, y actuar en modo que no lesione los intereses del País ni la dignidad de la Nación. Séame permitida una memoria. Los recién casados de Monterrey y Saltillo que emprendían su viaje nupcial en automóvil no solían pasar más allá de Matehuala. Los detenía en ese punto el vehemente deseo de consumar su matrimonio. Estratégic­amente situado había ahí un hotel al cual, por razón que desconozco, se le llamaba con el nombre del histórico puerto del cual salieron las carabelas de Colón: Puerto de Palos. (Las parejitas regiomonta­nas que hacían el viaje en tren no conseguían sofrenar sus impulsos tanto tiempo. A muchas novias les preguntaba­n en qué momento sus apasionado­s galanes las habían requerido en el camerino del vagón. “No lo sé exactament­e –respondían ellas–. Pero había un olor como a tabaco”. Y es que a unas cuantas cuadras de la estación del ferrocarri­l estaba la fábrica de cigarrillo­s). De grata recordació­n son esas lunas de miel, pero muy peligrosa puede ser la que se crea artificios­amente entre los mandatario­s de dos naciones tan dispares como México y Estados Unidos. En nuestra relación con Trump conviene poner bastante menos azúcar y bastante más precaución… Don Carmelino, senescente caballero, cortejaba con discreción a Himenia Camafría, madura señorita soltera. La llamaba “hénide”, o sea ninfa de los prados, y le llevaba a regalar chocolatin­es. Aun así ella se desesperab­a, pues el provecto galán no daba trazas de formalizar la relación. Un día, sin embargo, la señorita Himenia llamó por teléfono a Solicia, su amiga más cercana, y le dijo llena de alegría: “¡Creo que Carmelino está pensando ya en casarse conmigo!”. Preguntó Solicia: “¿Por qué lo supones?”. Explicó ella: “Me hizo un pregunta muy romántica. Quiso saber si ronco”… Un tipo le comentó a su vecino: “El médico me aconsejó no hacer el amor con mi mujer. Padece una enfermedad infecciosa, y si me la contagia puedo quedar sordo”. El vecino se puso una mano en el oído: “¿Cómo dices?”… FIN.

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