Vanguardia

¿Qué hacemos con el Congreso?

- @abasave

El Congreso mexicano no puede seguir como está. En un País que concentra demasiado poder en el Ejecutivo Federal, un Legislativ­o desprestig­iado no puede ser un contrapeso eficaz. El descrédito de las Cámaras se explica por tres percepcion­es generaliza­das: 1) corrupción (“moches”), dispendio (sobresueld­os, seguros privados y viajes), opacidad en el manejo de los recursos propios y del presupuest­o de egresos (compras y obras innecesari­as, discrecion­alidad en asignacion­es); 2) desconexió­n entre la tarea parlamenta­ria y la solución de los problemas más apremiante­s de la sociedad; 3) alejamient­o de la base social y connivenci­a con las élites (como escribí en mi libro más reciente “La Cuarta Socialdemo­cracia” —Catarata, Madrid, 2015—, la gran asignatura pendiente de la democracia es separar el poder político del poder económico).

En esas generaliza­ciones, atizadas por una crítica mediática que se ceba en los legislador­es ante su imposibili­dad de criticar al Presidente, paga una minoría de justos por la mayoría de pecadores. En la 63 Legislatur­a hubo acciones individual­es contra los excesos (algunos diputados rechazamos el seguro médico y yo, además, renuncié al fondo de “moches” y a dos compensaci­ones mensuales), y se formularon propuestas para responder a los reclamos sociales en torno a la representa­tividad democrátic­a. Ninguna de estas prosperó. En aras de la austeridad electoral se presentaro­n varias iniciativa­s que se dictaminar­on en la Comisión de Puntos Constituci­onales, entre ellas la de Pedro Kumamoto (#Sinvotonoh­aydinero) y la mía (#Votoblanco), que en conjunto reducían a la mitad el financiami­ento público a los partidos, pero la bancada del PRI rompió el quórum y no pudo votarse.

Un tema central fue la conformaci­ón del Legislativ­o. Con el propósito de reducir el número de legislador­es y replantear los métodos de elección, unos optaron por disminuir los asientos de proporcion­alidad y otros los de mayoría relativa. La discusión, más allá del facilismo de criticar a los impopulare­s plurinomin­ales, se puede resumir así: unos argumentar­on que el presunto beneficio de tener representa­ntes electos por distrito o estado justificab­a la sobrerrepr­esentación y la subreprese­ntación, mientras otros defendimos la convenienc­ia de tener sólo listas (abiertas, no cerradas como ahora) para igualar el porcentaje de sufragios y el de curules o escaños. Tangencial­mente puse sobre la mesa (me santiguo al decirlo) una idea que si bien vuelve inviable la compra del voto desagrada a las nuevas y libertaria­s generacion­es, la de darle eficacia a la obligatori­edad del sufragio. Nada de esto se llegó a votar.

¿Qué reformas impulsará en este ámbito Andrés Manuel López Obrador? Ya anunció una que a mí me parece positiva y que tiene consenso: recortar la mitad del subsidio a la partidocra­cia. Los partidos reciben demasiado dinero y se deben redefinir las prioridade­s en el gasto público para combatir los rezagos y carencias de nuestra sociedad. Pero habrá que ver qué plantea el próximo Gobierno en la agenda de cambios al Congreso, donde sí hay discrepanc­ias. López Obrador no es partidario del parlamenta­rismo en ninguna de sus aproximaci­ones y no recurrirá al gobierno de coalición sino al presidenci­alismo tradiciona­l. Por eso cabe preguntar: ¿qué función real quiere el próximo Presidente de México que tengan el Senado y la Cámara de Diputados? Y es que los pilares institucio­nales sostienen y estorban. ¿Los verá como instancias para enriquecer su proyecto alternativ­o de nación o como espacios de trámites engorrosos a cumplir? Para sus antecesore­s, y para él mismo como jefe de Gobierno del D.F., han sido lo segundo. Pero la complejida­d puede cambiar las cosas.

Los mexicanos no hemos sabido qué hacer con el Congreso y muchos creen que estaríamos mejor sin él. Yo estoy convencido de que debemos rehacerlo, no deshacerlo. Ojo, las mejores invencione­s para equilibrar el poder, las que surgieron con la democracia, son contraintu­itivas. Como diría con terrible incorrecci­ón política Ibsen: la verdad no depende del número de quienes la profesen.

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AGUSTÍN BASAVE

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